miércoles, 11 de marzo de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (SÉPTIMA PARTE)

La compañía y la delicada atención de la sargento suponían una dulce y calurosa tentación. Su insistencia en pasar la noche en la cabaña por si me encontraba peor resultó difícil de rechazar, pero me encontraba realmente agotado como para tener tan turbadora presencia cerca de mí.
Con un divertido mohín, fingió pucheros antes de reconocer que lo entendía perfectamente. Volvió a recalcar que no dudase en llamarla en cualquier momento y se despidió con un apretado y sincero abrazo, uno de esos que te recomponen por dentro y consiguen que su olor se quede pegado a tu piel, y luego, con un delicado y casi tímido roce de sus labios sobre los míos, se fue hacia la puerta dejándome disfrutar del contoneo de su precioso culo.
Demasiadas cosas en un día largo y sorprendente. Necesitaba dormir y desconectar.
Un vaso de leche caliente antes de meterme en la cama y cerrar los ojos esperando que los calmantes hicieran efecto y apagaran mi mente. Con la imagen de una espléndida luna a través de mi ventana fui dejándome llevar hacia el refugio de los sueños.
Con la sensación de haber estado un buen rato profundamente dormido, algo me hizo despertar, y cuando traté de levantarme, descubrí con asombro que estaba completamente desnudo y atado de pies y manos a la cama. A punto de entrar en pánico, levanté la cabeza y las vi.
La doctora Amor, Xana y la sargento Noriega estaban a los pies de mi cama. Desnudas, sonrientes, con la pálida luz de la luna iluminando sus jóvenes cuerpos, con sus grandes ojos verdes brillando en la oscuridad de la habitación creando una imagen excitante y casi fantasmagórica.
No sabía si ponerme a gritar pidiendo socorro o disfrutar de tan maravillosa aparición.
Xana y la sargento se tumbaron en un lado de la cama y comenzaron a besarse y a acariciarse sin ningún tipo de pudor, inundando el cuarto con sus jadeos, despertando mi erección.
Casi al mismo instante, la doctora empezó a recorrer mis muslos con sus dedos, y sus uñas erizaron toda mi piel antes de que su cálida lengua siguiera el mismo recorrido para terminar apoderándose golosamente de mi tembloroso miembro y hacerme estremecer entre gemidos.
El pavor inicial se volvió deseo incontenible que creció cuando se fueron turnando para cambiarse de posición y elevar mi excitación a niveles de locura, sabiendo perfectamente controlar el ritmo para mantenerme en ese punto que rozaba la tortura.
Perdí la noción del tiempo sometido a la ardiente lujuria de aquellos tres demonios insaciables. Poseído por sus lascivas bocas, dominado por el intenso placer, solo podía rendirme a ellas y suplicar que me soltaran para poder participar del maravilloso momento.
Pero no hicieron caso de mis continuos ruegos, y de repente, abandonaron la cama para seguir con sus juegos entre ellas en una especie de ritual de besos, caricias y abrazos en el que yo no era más que un simple y privilegiado espectador.
Un ruido al fondo desvió mi atención para descubrir que unos brillantes ojos verdes se acercaban decididamente hacia mi cama. El terror volvió a meterse dentro de mí al ver la imponente figura del gran lobo gris saltar sobre la cama y colocarse entre mis piernas.
Mis apasionadas compañeras se quedaron inmóviles, abrazadas, relamiéndose, mostrando respeto y sumisión a aquella majestuosa fiera. Y entonces comprendí que era la gran jefa de la manada, y pude ver sus poderosos y afilados colmillos tan cerca de mi cuello...
Y me desperté...
Sudando, con la garganta seca y una tremenda y dolorosa erección, pero a solas y sin rastro alguno de que hubiera alguien más. Comenzaba a amanecer y estaba claro que en mi febril estado no iba a volver a dormirme fácilmente, así que me metí en la ducha buscando que el agua fría sacase de mi cabeza las imágenes de aquellas tres esculturales diosas desnudas, pero cada vez que cerraba los ojos, aparecían sus sugerentes cuerpos, veía de nuevo las fauces de la loba y las brillantes miradas que habían invadido mi cuarto y mi mente.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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sábado, 7 de marzo de 2020

MANOS TRAVIESAS.

Sus manos traviesas la hacían estremecer con perversas caricias que encendían su cuerpo llevándola al paraíso de los sentidos. Sus dedos conocían con precisión los puntos adecuados para hacerla temblar entre suspiros.

Las mismas manos que escribían palabras capaces de excitar su mente, tenían el poder de erizar cada poro de su piel y hacerla explotar con increíble facilidad.

Pero hoy había obligaciones que atender. Él tenía que irse y ella no podía quedarse.

La llevaba a casa en su coche, y cada semáforo se volvía una deliciosa oportunidad para recorrer sus muslos por encima del pantalón. Ella se dejaba acariciar con gusto, disfrutando de aquellos dedos que se acercaban cada vez más al creciente calor que nacía entre sus piernas, y él gozaba viendo brillar su mirada mientras ella separaba un poco más sus piernas invitándole a seguir.

Una deliciosa tortura que la estaba obligando a taparse la boca para no gemir escandalosamente. Una tortura aceptada y saboreada con la intensidad que permitía la situación y que la hacía desear que el coche no se detuviera en toda la noche.

Al llegar al portal, sus bocas se buscaron ansiosamente en un intenso y deseado beso que les hizo estremecer. Por un momento pasó por sus cabezas la idea de olvidarse de todo y entregarse a la desenfrenada lujuria, pero había que mantener la cordura y ella se despidió entre jadeos susurrándole que le odiaba por dejarla así, que tendría que recompensarla.

Y se bajó del coche, y le miró con esa sonrisa cómplice de los amantes que se entienden sin palabras.

En cada uno de los cuatro escalones que la llevaban al ascensor, sintió como la empapada tela de su tanga provocaba escalofríos entre sus piernas, y mientras subía a su piso, no pudo evitar que su mano acabara dentro del pantalón dominada por el deseo.

Ya en casa, directa a la ducha para abrir el grifo y que el agua se fuera calentando, y luego a la habitación a desnudarse con la idea de buscar las braguitas con vibrador que él le había regalado. Pero no pudo esperar más. Tumbada sobre la cama, sus dedos terminaron lo que los de él habían comenzado.

Y jugando con sus dedos y con el recuerdo de aquellas maravillosas caricias, llegó a un inolvidable y delicioso orgasmo, uno más de la interminable lista de placenteros momentos que despertaban sus ganas de sentirse mujer ardiente y deseada, mujer entregada a ser devorada por aquel demonio de barba canosa y traviesas manos.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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jueves, 5 de marzo de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (SEXTA PARTE)

Inquieto, sin entender nada de aquel sorprendente encuentro, con aquella brillante mirada apareciendo en cuanto cerraba los ojos, el sofá se convirtió en la tortuosa cama de un faquir y mi cuerpo se revolvía sin encontrar postura que me ayudara a tranquilizarme.
Estaba claro que allí no encontraría las respuestas ni la calma necesaria. Y aunque la idea de salir de la cabaña parecía algo insensata, terminé por lanzarme a la carretera en dirección al pueblo. Pensaba que estar entre más gente me relajaría, pero también tenía claro que no debía hablar del tema con nadie, ya tenía bastante con la imagen de extraño solitario que hacía preguntas incómodas.
Por el camino, iba pensando en la posibilidad de llamar a la sargento. A ella si podría contarle lo ocurrido, pero supondría recibir una regañina por no hacer caso de sus recomendaciones y poco podría aportar sobre aquel impresionante animal que se había cruzado en mi camino.
Una vez en el bar, tras unas pequeñas compras para reponer mi despensa, el segundo trago de cerveza logró relajar un poco la ansiedad sin que ni la dueña ni los clientes habituales mostraran ningún tipo de interés en entablar conversación y se limitaban a rutinarios saludos marcando la distancia con clara frialdad.
Salí a fumar y a terminar la cerveza a la pequeña mesa de madera que hacía las veces de terraza contemplando como las pocas personas que pasaban fingían no fijarse en mi presencia y seguían su camino aparentando una repentina prisa por seguir con sus tareas.
Me hizo gracia ser el centro de su atención. Apostaría que les costaba entender mi presencia y que preferían pensar que tanta soledad me estaba convirtiendo en un tipo cuya cordura dejaba bastante que desear. Quizás, si fuera al revés, yo pensaría lo mismo, pero era yo quien estaba peleando con todas aquellas extrañas situaciones, y tenía que centrarme en lo que estaba pasando y tratar de encontrar la lógica necesaria en todo aquello para no terminar por volverme loco.
Terminé la cerveza y comencé el camino de vuelta pensando que podría darse de nuevo la feliz casualidad de que Xana volviera a rescatarme con su todoterreno. Fue inevitable asociar aquel recuerdo con las ardientes imágenes que aquella provocativa mujer había dejado en mi mente.
Con la cabeza en la sabrosa y suave piel de Xana, llegué sin darme cuenta a la última casa del pueblo. Allí, la carretera giraba tras la casa y avanzaba entre parajes naturales hasta llegar al camino de entrada a la cabaña. Tras la pared de la casa, un pequeño sendero daba acceso a un viejo hórreo y a un pequeño huerto, y de allí apareció de repente una anciana con un pañuelo negro en la cabeza. Me hizo señas para que me acercara, y casi susurrando...
 - Cuidado con las brujas de ojos verdes, pueden hechizar a quien se propongan. Han caído en sus redes muchos antes que usted.
Con el mismo sigilo con el que apareció, se dio media vuelta y se escabulló en las sombras que rodeaban aquella parte de la casa. Quise seguirla y llegué hasta el hórreo, pero ya no había rastro de ella, y de nuevo confundido, no tuve otra opción que regresar a la carretera.
El aturdimiento por aquellas palabras junto con la humedad de aquel sombrío sendero lograron que no midiera bien mis pasos haciendo que pisara una resbaladiza piedra para conseguir que mi cuerpo acabara por los suelos. Luego, un terrible dolor de cabeza, un líquido rojo y caliente en mi cara y la vista llena de puntitos de colores que se fueron convirtiendo en un progresivo fundido a negro.
Desperté en una camilla en algo parecido a una enfermería sin saber cuánto tiempo llevaba inconsciente y sin tener claro qué había pasado ni cómo había llegado allí. La sargento Noriega se levantó de la silla donde estaba al verme despierto y me tranquilizó diciendo que no era muy grave y que enseguida venía la doctora, para luego contarme que una vecina me había encontrado en el suelo y les había llamado, y que una ambulancia del Centro de Salud de la capital del concejo me había trasladado y atendido.
Aturdido por el golpe y los calmantes, simplemente pude balbucear un leve gracias mientras ella acariciaba mi mano y me sonreía. Sus suaves y cálidas manos me parecieron el mejor de los remedios, un reconfortante oasis después de tantas horas sometido a la tensión de extrañas experiencias.
Poco después, la doctora llegó interrumpiendo aquel remanso de paz momentánea. Una chica joven, con una rizosa melena pelirroja que destacaba sobre la bata blanca y aquella ajustada y escotada camiseta blanca. Cuando se acercó para saludarme y comprobar el vendaje de mi frente, aquel espectacular escote fijo toda la atención de mi aún confusa vista y sentí como el rubor se apoderaba de mis mejillas.
 - Buenas tardes, soy la doctora Amor Gonzalez. Por suerte, todo ha quedado en un pequeño susto, y aunque la cabeza aún dolerá unas horas, la herida es superficial y solo ha necesitado tres puntos de aproximación. Creo que si prometes quedarte tranquilo unos días y guardar un reposo relativo, la sargento te puede llevar de vuelta a casa, y por si fuera necesaria cualquier otra cosa, en el informe está el número del Centro de Salud y el mío personal, no dudes en llamarle si lo crees conveniente.
Con una delicada caricia en mi cara y un tierno beso cerca de la comisura de mis labios se despidió regalándome de nuevo una sugerente visión de su vertiginoso escote. Saludó a la sargento con un par de besos, y en aquel instante pude percibir con total claridad que había sido el saludo fraternal entre dos hermosos seres de brillantes ojos verdes.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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lunes, 2 de marzo de 2020

CONFESIÓN FIRMADA.

Pensar en tus braguitas hace que mis sentidos se alteren y que mi mente vuele a ese inolvidable momento en el que te las firmé.

Recuerdo con placer los suspiros que cada letra te arrancaban, y la deliciosa manera en que tu encendido cuerpo temblaba.

Y así, aquella noche, tus braguitas se convirtieron en el más preciado lienzo sobre el que dejar mi rúbrica con la misma pasión que un pintor termina su obra de arte mas pasional.

Y pienso en nuestra próxima cita. Y me estremezco imaginando el instante en que sonreirás lujuriosamente mientras levantas tu falda para dejarme gozar de tan espectacular imagen.

Sé que terminaré arrodillado ante ti acariciando con devoción esa cálida tela blanca antes de llenarla de besos, con la certeza de haber firmado sobre ella la confesión de ese pecado del que jamás me arrepentiré.

Besos que aumentarán el deseo y las empaparán, besos que desatarán mis ganas de quitártelas para saborear ese exquisito manjar que tanto te gusta regalarme. Ese que me convierte en el más feliz de los mortales cada noche que lo derramas en mi boca.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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viernes, 28 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (QUINTA PARTE)

Si a mi facilidad para inventar historias y escenarios de ficción le sumamos las horas pasadas entre las piernas de aquella insaciable hembra, el resultado no podía ser otro que un doloroso estado de lujuriosa ansiedad. Necesitaba volver a verla y entregarme a ser poseído por el sublime y frenético ritmo de sus caderas.
Las horas se volvieron eternas encerrado en la cabaña, y pasados unos cuantos días, comencé a sentirme como un animal enjaulado. La recomendación de la sargento fue suficiente al principio, pero a la semana siguiente, no podía dejar de pensar en salir a estirar las piernas.
Al final, una mañana en la que la niebla se había levantado dando paso a un espectacular día primaveral, me decidí a dar un pequeño paseo sin alejarme mucho de la cabaña.
El aire fresco y los olores del bosque enseguida funcionaron como el necesario reconstituyente que animó mi cuerpo y despejó mi cabeza, logrando que me olvidara por un rato de tan obsesivos recuerdos y de las historias de lobos que merodeaban la zona. Tampoco tuve la extraña sensación de otras veces con aquella enigmática presencia, y fui dejándome llevar por la agradable calma que volvía a sentir hasta adentrarme en el bosque y llegar a un pequeño río que había visto otras veces desde lejos.
Allí, la frescura del ambiente y el rítmico murmullo del agua, terminaron por envolverme. Caminé un rato río arriba sin más objetivo que tratar de disfrutar de aquel bucólico paraje, y cuando el terreno empezó a volverse más pendiente y el río se iba transformando en arroyo, encontré una gran roca redondeada en su parte baja por la fuerza del agua.
Por el tamaño y la gran erosión que presentaba, aquella mole de piedra debía llevar mucho tiempo allí. La curiosidad me llevó a rodearla y a descubrir una especie de escalones, y no dudé en comenzar a subirlos. Una vez sobre ella, hallé algo parecido a un pequeño altar formado por dos bloques y una losa perfectamente labrados y decorados con grabados y símbolos entre los que solo pude reconocer algunos trisqueles y formas circulares parecidas a las que se usaban en los calendarios para las fases lunares.
Lo único claro es que era algo hecho por la mano del hombre. El significado, la utilidad, ya se escapan a mi capacidad de entendimiento, pero aquel lugar transmitía unas vibraciones especiales que me hicieron sentir muy bien, y desde allí arriba, las vistas de los alrededores adquirían una perspectiva especial y diferente.
Pude seguir el curso del río y apreciar que un tramo más abajo, tras un enorme roble, había un pequeño puente de madera que permitía pasar al otro lado y continuar por un sendero que se adentraba en la parte más boscosa y agreste del monte. Extasiado contemplando el paisaje, el relajante momento se rompió de repente al percibir claramente la silueta de aquella figura encapuchada que tan familiar me resultaba. Todos mis músculos se tensaron y pensé en gritar su nombre y hacer gestos para que ella me viera, pero ni un susurro salió de mi garganta, así que seguí con la vista el posible recorrido que tendría que seguir para comprobar que, casi con total seguridad, terminaría por cruzar el puente que acababa de descubrir.
Logré que mis piernas respondieran y bajé de mi privilegiada atalaya para correr hacia el gran roble con la idea de sorprenderla cuando ella llegase. Con el corazón latiendo aceleradamente, rodeé el viejo tronco con una sonrisa en la cara que se quedó petrificada al encontrarme frente a frente con la imponente figura de un grandioso lobo gris.
Parecía tan asombrado como yo, pero, evidentemente, no tan asustado y paralizado. Comenzó a moverse de izquierda a derecha sin dejar de mirarme con sus brillantes ojos verdes y yo me quedé inmóvil con las palabras de la sargento alborotando en mi cabeza. No podía pensar en otra cosa que no fuera en tratar de hacer creer a aquella impresionante criatura que yo no suponía ningún tipo de amenaza para él.
Mis piernas temblaban y el sudor corría por mi espalda, y de forma inconsciente, acabé por caer arrodillado sin poder apartar la vista de aquella hipnótica mirada. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero pareció ser eficaz, y al menos resultó tranquilizador verle quedarse quieto y adoptar una postura similar a la mía.
Puedo asegurar que fueron los minutos más tensos y largos de mi vida, hasta que el ruido de alguien arrancando una motosierra a lo lejos hizo que ambos girásemos la cabeza en dirección al lugar de donde provenía el sonido. Apenas unos breves segundos, suficientes para que cuando volví a mirar al frente ya no hubiera rastro de su presencia.
Tardé un buen rato en reunir fuerzas para levantarme y alejarme de allí pensando en llegar a casa lo más rápidamente posible, sin poder frenar el alocado latir de mi pecho que me obligaba a volver la vista atrás temiendo encontrarlo de nuevo tras mis pasos.
Por fin, llegué a la cabaña, y después de asegurarme de que puertas y ventanas estaban bien cerradas, me desplomé en el sofá con todos los pelos de mi cuerpo erizados, y con la angustiosa sensación de que la diosa fortuna se había puesto de mi lado en el momento más oportuno.

Continuara...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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miércoles, 26 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (CUARTA PARTE)

Recordar las lujuriosas imágenes de aquella apasionada noche me mantuvo en un permanente estado de excitación durante los siguientes días, logrando acelerar mi inspiración para seguir llenando folios en blanco con intensos relatos a un ritmo que parecía no tener fin.
Las noches, en aquella cama que de repente parecía tristemente vacía, la tortura de la soledad me llevaba a despertar cada mañana soñando con ella, pero no lograba esquivar la angustiosa sensación que me producía no saber si ella también soñaba conmigo.
Fueron días de frenética escritura, cafés y tabaco, interrumpidos por constantes miradas hacia la carretera buscando y deseando verla llegar.
Pero no hubo ninguna aparición espectacular. Todo seguía manteniéndose en una desesperante calma, y me aferraba a pensar en la tormenta que podría venir tras ella.
Hasta que, en mitad de una relajante siesta, el ruido del motor de un vehículo me hizo saltar del sofá y salir de la cabaña (no sin antes comprobar que esta vez llevaba encima algo más que una simple toalla de baño).
La desilusión me sacudió, terminado de despertarme, al comprobar que se trataba de un coche de la Guardia Civil del que se bajaron dos agentes que se presentaron como la sargento Noriega y el cabo Garrido para luego contarme que en el pueblo les habían hablado de un tipo solitario que se alojaba en la cabaña y querían asegurarse de que todo estaba bien. Me contaron que había cierta preocupación por la desaparición de animales en las cuadras y pastos de la zona, y que se habían encontrado restos de algunos de ellos por el monte. Suponían que un lobo, o una pequeña manada, andaba por los alrededores, pero les extrañaba que después de tantos años de haber abatido a la última loba (tantos que apenas los más ancianos se acordaban) hubiese llegado al valle algún nuevo ejemplar.
Me recomendaban no alejarme mucho en mis caminatas, al mismo tiempo que me tranquilizaban diciendo que era improbable que un lobo atacase a un hombre a menos que se sintiese amenazado, y que al no haber animales en la cabaña, ni siquiera se acercaría por allí.
Tras dejarme el teléfono de la comandancia y el móvil personal de la sargento por si viese o necesitase algo, se despidieron amablemente, y en aquel momento me percaté de los grandes ojos verdes de ella, y cuando se dirigían al coche, no pude evitar apreciar lo bien que le quedaban los ajustados pantalones del uniforme. Tan fijamente me quedé enganchado que cuando se volvió a saludar, no le fue difícil pillarme mirando para conseguir que me ruborizara inmediatamente antes de ver la divertida sonrisa con la que ella me miraba.
Volví adentro con la tarjeta en la mano reconociendo que era imposible no fijarse en aquel llamativo y redondo culo, y que de no haber aparecido Xana unos días antes, habría usado aquel número como excusa perfecta para volver a disfrutar de tan sugerente vista. Pero pensar en Xana borró de inmediato cualquier otro pensamiento de mi cabeza y regresé al sofá buscando cerrar los ojos y regodearme repasando mentalmente cada curva de aquel espectacular cuerpo creado para el placer y el pecado.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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jueves, 20 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (TERCERA PARTE)

Mi cuerpo reaccionó como un resorte y en apenas un par de segundos abría la puerta de la entrada para encontrarme con la más arrebatadora de las caperucitas. Sus grandes ojos verdes brillaban aún más bajo la capucha de cuero rojo, completando una imagen capaz de estremecer al mismísimo rey de los lobos. Nada que ver con la apariencia que recordaba de una chica con ropa de trabajo.
Y frente a aquella turbadora aparición, yo me quedé paralizado e hipnotizado sin ser consciente de estar cubierto por una simple toalla de baño.
 - ¡Vaya!, si llego a imaginar este recibimiento, hubiese venido antes.
 - ¡Madre mía, perdona!, salí corriendo sin pensar. No quería que volvieras a desaparecer.
 - Tranquilo, no pasa nada. Siempre es agradable alegrar la vista, y no es algo que una pueda hacer por estos lugares a menudo.
 - Pero pasa, y dame dos minutos para vestirme.
 - No te preocupes, es divertido verte tan nervioso. Vengo con ganas de ese café prometido, ¿me lo harás antes de vestirte?
Y le preparé el café, y se lo acerqué al sofá desde donde ella me miraba con una pícara sonrisa mientras yo hacía equilibrios tratando de evitar que la toalla se me cayera. Dejé los cafés sobre la mesa con la idea de subir corriendo a vestirme y terminar con aquella bochornosa tortura que tanto parecía divertirla, pero ella me lo impidió agarrando mi mano para que me sentara a su lado. Acercó la taza a sus carnosos labios mientras yo buscaba que el cálido elixir calmase mi agitado estado sin poder apartar la mirada de tan deliciosa compañía.
 - Haces muy rico el café. Eso me hace suponer que todo lo demás puedes hacerlo también muy rico.
En mi alborotada cabeza rebotaban infinidad de preguntas y sin embargo no era capaz de articular palabra. Y mucho menos cuando ella se sentó sobre mí para deshacerse de la roja cazadora y de su camiseta regalándome la maravillosa imagen de sus perfectos pechos erizados.
Algo tremendamente arrebatador para un tipo solitario que llevaba muchos meses sin la compañía de una mujer, y mucho más tiempo todavía sin alguien tan especial como aquella diosa hechicera.
Mi boca no tardó en aceptar aquella sugerente invitación al mismo tiempo que mis manos buscaban la redonda firmeza de sus nalgas, logrando que comenzara la más dulce de las sinfonías, la de sus gemidos de victorioso placer. El sofá que acogía mis relajantes siestas se convirtió rápidamente en escenario de la lujuriosa e imparable entrega a la que se lanzaban nuestros encendidos cuerpos. El café se enfriaba al mismo tiempo que el fuego del deseo carnal dominaba a dos seres hambrientos y necesitados de compartir una y otra vez acumulados y casi olvidados instintos salvajes.
No recuerdo exactamente cuándo, ni cómo, pero del sofá llegamos a la cama con una parada inolvidable en las escaleras, para seguir con el intenso ritual de devorar cada rincón de nuestros excitados cuerpos y continuar dando rienda suelta al placer de poseernos mutuamente.
Sin ser conscientes del tiempo, terminamos vaciados y agotados hasta quedar profundamente dormidos. Sudorosos, entrelazados, sin querer despegarnos el uno del otro, su culo se volvió la más acogedora y sabrosa almohada que jamás podría haber soñado.
Hasta que los rayos del sol entrando por la ventana lograron despertarme. Desnudo y a solas en mi cama, la duda de si había sido un sueño apareció en mi cabeza, pero las marcas y arañazos en mis brazos y en mi torso, junto con el inconfundible olor que impregnaba las sábanas barrió esa idea y una sonrisa fue apareciendo en mi rostro según los recuerdos iban volviendo poco a poco.
Pero ni rastro de ella, ni de su ropa, ni del todoterreno. De nuevo sin nada claro, salvo las imágenes grabadas a fuego en mi mente, y el recuerdo del dulce sonido de los jadeos de una impactante criatura que me había llevado a rozar el cielo con las manos saboreando el ardiente infierno de su cuerpo.
Otra vez sin ningún tipo de pistas que aclararan algo sobre ella. Sabía que aparecería la ansiosa necesidad de descubrir algo más sobre ella, y ahora sería aún más fuerte.
Buscando que el café me terminara de despertar, llegué a la cocina para encontrar una nota al lado de la llena cafetera que ella probablemente había preparado un rato antes...
 - Prometo volver. No pienso perderme otra noche tan inolvidable, pero por ahora, es mejor para los dos que regrese al lugar que me corresponde. Sabrás de mí a su debido tiempo, y por cierto, no me equivoqué al pensar que el café no es lo único que haces extremadamente rico.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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sábado, 15 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (SEGUNDA PARTE)

Desde la inesperada aparición de mi rescatadora, pasaba los días pendiente de su prometida visita y procuraba no alejarme mucho y estar atento al sonido inconfundible de su Land Rover. Trataba también de descubrir en la cabaña restos del antiguo molino, pero la reforma había borrado cualquier elemento que pudiera recordar su anterior funcionalidad.
Como había dejado apartadas las caminatas de la mañana por si ella se acercaba, aprovechaba los atardeceres para pasear un poco más y enseguida pude comprobar que aquella presencia vigilante se volvía mucho más intensa. Empecé a sospechar que de tratarse de un animal, ya se habría acostumbrado a percibirme, e intentaba fijarme lo más posible para descubrir el origen de aquella inquietante sensación. Pero aunque en un par de ocasiones creí vislumbrar una especie de silueta, tenía que reconocer que, ni mi vista ni mis sentidos, estaban preparados para aquel entorno boscoso donde las sombras de la noche jugaban caprichosamente en contra de alguien más acostumbrado a la luz artificial que a la penumbra de la luz de luna.
Tras varios días sin más novedad que mis propias fantasías, decidí volver al pueblo.
Una cerveza y las mismas caras sonrientes del día anterior que no dudaron en aceptar una invitación que me dio la oportunidad de sacar el tema de la historia del molino y sus herederos. Pero, sin perder la sonrisa ni la amabilidad, esta vez no fue posible obtener más que respuestas evasivas sobre un asunto del pasado que no merecía la pena remover, y fueron poco a poco esquivando un asunto que debía quedar entre los miembros de una familia de la que no sabían nada desde hacía muchos años.
Un poco desilusionado, comprendí que no obtendría información que saciara mi curiosidad, y busqué cambiar de tema preguntando por aquella atenta joven que había tenido el detalle de llevarme a casa, y en ese momento, las sonrisas se convirtieron en incrédulas miradas.
Dijeron que era imposible, que no había ninguna joven en ningún pueblo del valle. Incluso llegaron a bromear con la idea de que lo habría soñado, o que la soledad me estaba jugando una mala pasada.
Entonces fui yo quien puso cara de no entender nada, y cuando mencioné su nombre y los pocos detalles que ella me había contado, se miraron con cara asombro y comenzaron a bajar la mirada y a apurar sus vasos con la escusa de que se les hacía tarde y a sus mujeres no les gustaba que se retrasaran a la hora de la comida.
Y sin más explicaciones, me dejaron en el bar con la única compañía de la dueña que me miraba inquisidoramente con la intención de dejar claro que ella tampoco iba a continuar con aquella conversación.
Contrariado y con más intriga todavía, volví al camino de vuelta con la esperanza de oír un todoterreno acercándose aunque esta vez no hubiera pesadas bolsas. El nerviosismo y el incómodo momento se iban apoderando de mi estómago haciendo que la empinada carretera me llevara a un sudoroso y jadeante estado que me hizo pensar por momentos si no serían ciertos aquellos comentarios sobre mi lucidez mental.
De nuevo las dudas y las preguntas sin respuestas se acumulaban en mi mente. Y los días comenzaron a ser una sucesión de ansiosos quebraderos de cabeza, y por si fuera poco, el tiempo cambió y comenzó a llover de continuo, y aunque resultaba relajante contemplar la lluvia tras los cristales saboreando un buen café, seguía sin parar de dar vueltas a tan desconcertante situación. Ni siquiera lograba evadirme escribiendo, apenas unas breves notas ocupaban aquella libreta que días atrás se llenaba de líneas manuscritas con suma facilidad. No podía abstraerme lo suficiente como para sacar de mi cabeza la imagen de aquella perturbadora criatura de brillante mirada que no sabía de donde había salido.
Por fin, una mañana dejó de llover, y sin pensarlo dos veces, preparé un termo con café, un par de bocadillos y algo de fruta, y salí de la cabaña dispuesto a pasar el día recorriendo el valle con la intención de activar el cuerpo tras días de encierro sedentario pensando que eso me llevaría también a despejar mi embotada cabeza.
El olor a tierra mojada, la frescura de la frondosa vegetación empapada por la fina y persistente lluvia del norte. Un delicioso estímulo que me animó a caminar durante un buen rato hasta llegar a una zona más elevada, y cuando las nubes se apartaron dejando paso a los rayos del sol, la espectacular vista del valle se convirtió en el bálsamo perfecto para que me volviera a sentir aliviado y lleno de vida.
Aproveché para reponer fuerzas tranquilamente mientras gozaba de nuevo de la placentera emoción que me producía saber que la decisión de alejarme de la gran ciudad había sido la más correcta de todas las que había tomado en mi vida. Sin prisa, con una sonrisa de oreja a oreja, disfruté de cada bocado y dejé que el tiempo fuese pasando sin prestar atención a nada que no fuese paladear el momento.
Saciado y satisfecho, comencé a escudriñar el paisaje buscando un camino de vuelta distinto al que me había llevado hasta allí. Y en aquel recorrido visual, detecté la inconfundible silueta de una persona que caminaba entre los árboles unos cuantos metros más abajo de donde yo me encontraba, y no tardé en distinguir que se trataba de la figura de una mujer que por la forma de moverse estaba acostumbrada a aquellos parajes, y sus ágiles movimientos indicaban claramente que era alguien relativamente joven.
Fue inevitable imaginar que se trataba de Xana, aunque parecía llevar una especie de pequeña capa con capucha y era imposible reconocerla claramente. Pero la idea de que podía sera ella me hizo levantarme y comenzar a caminar aceleradamente tratando de alcanzarla.
Algo totalmente imposible. Tras unos cuantos metros de infructuoso intento, la perdí de vista, y me vi obligado a reconocer que no tenía ninguna posibilidad. Así que, de nuevo contrariado, todas las buenas sensaciones que acababa de volver a sentir, se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos y me vi retomando el camino a casa sabiendo que seguía sin obtener respuestas.
Entre lo que me había alejado por ir tras ella y el creciente malhumor, llegué a casa agotado, pensado solamente en meterme bajo los chorros de agua caliente de la ducha.
Un buen rato bajo el agua no alivió mucho mi cabeza, pero mi cuerpo lo agradeció.
Salí de la ducha y me envolví en la toalla tratando de no pensar, hasta que un sonido que se aproximaba hizo que se me erizaran los pelos de la nuca. El inconfundible y ruidoso sonido que tanto deseaba volver a escuchar fue creciendo hasta mezclarse con el chirrido de unas ruedas frenando sobre la gravilla del camino de entrada a la cabaña...

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos resercados

jueves, 13 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA.

Con los años vamos acumulando experiencias y vivencias, y aunque algunas sean inolvidables, no siempre se traducen en sabiduría. En la mayoría de las ocasiones, vamos sumando errores y aciertos sin tener tiempo a analizarlos o valorarlos, y tras uno de ellos, llega otro, y otra obligación laboral, y compromisos sociales, y responsabilidades familiares que nos van convirtiendo en simples consumidores de tiempo.
Y los años van cayendo, y un día te das cuenta de que no volverán, y descubres que ya ni siquiera hay sueños en tu vida, que los has sustituido por una recopilación de recuerdos.
En uno de esos momentos de lúcida y triste reflexión, fui capaz de aceptar esa realidad y de convencerme de poner algo de mi parte para, intentar al menos, romper con esa dinámica de vivir en automático.
La solución nunca es sencilla ni llega de repente, pero recordé que el camino siempre empieza por un primer paso. Así que reuní fuerzas y decidí tomarme un merecido tiempo para mí, y aunque supuso algún que otro quebradero de cabeza y más de un enfrentamiento con aquellos que no entendían mi firme decisión, pude por fin escapar y desconectar de la rutina en que se habían convertido los últimos seis años de mi vida.
Una solitaria casita en un pequeño pueblo apartado en las montañas acondicionada como alojamiento rural para escapadas románticas se convirtió en el refugio ideal para desconectar, retomar sensaciones y el descanso necesario.
Los primeros días, a pesar de sentirme raro al principio, volví a dormir las mañanas, volví a recuperar el placentero vicio de las largas siestas liberado de la esclavitud de ese maligno invento llamado reloj.
Poco a poco fui regulando los ritmos del sueño, y aunque las noches las ocupaba con libros y películas que habían ido quedando en espera de tiempo para ello, mi cuerpo se acostumbró a despertar por si solo y eso me llevó a dedicar unas horas cada mañana a caminatas por los alrededores disfrutando de la paz que los paisajes naturales de aquel verde valle me iban trasmitiendo lejos del asfalto. Fui volviendo a sentir el placer de la respiración y dejándome embriagar por aromas imposibles de apreciar en la vida urbana. Vida sana, lectura, horas de sueño atrasadas... un pequeño paraíso que mi cuerpo y mi mente agradecían placenteramente...
El atardecer y las primeras horas nocturnas pronto se convirtieron también en momentos adecuados para disfrutar de paseos con la magia de la luz de la luna como compañía. Paseos cortos para no caer en el error de perderme por senderos con los que no estaba aún familiarizado en los que aparecía habitualmente la sensación de una presencia que, de alguna manera, vigilaba mis pasos. Y aunque nunca tuve la percepción de que fuera algo peligroso o amenazante, y posiblemente sería algún animal sorprendido y asustado por mi presencia, comenzó a inquietarme el hecho de notarla en cuanto me alejaba unos pocos metros del camino principal que llevaba a la casa.
Según pasaban los días, la calma, y sobre todo, la ausencia de horarios que cumplir, hizo que mi cabeza volviera a la abandonada costumbre de escribir. Y me reconfortó el ver que volvía a juntar palabras de una manera tan sencilla y natural como si no hubiera dejado de hacerlo.
Volvía a ser yo mismo. Y me gustaban las sensaciones que volvía a sentir.
Enfrascado en mi placentero reencuentro conmigo mismo, y aunque había llevado provisiones para bastante tiempo, llegó el momento de acercarme al pueblo. Ya me había informado que allí encontraría un pequeño bar que hacía las funciones de tienda y centro social donde podría reponer lo que fuera necesitando. Así que el paseo de esa mañana me llevo en busca de comestibles, tabaco y café, para terminar con una cerveza y una ojeada a la prensa que me permitió ponerme al día de las noticias y confirmar que el mundo seguía girando sin mí y que no añoraba nada de aquella vertiginosa vida.
Me sorprendió gratamente la amabilidad y las sinceras sonrisas de aquella gente que parecían encantados con la presencia de un solitario forastero que se alojaba en "la cabaña de la molinera".
De esa manera descubrí que así se llamaba la casa que ocupaba, y así me enteré de que era un antiguo molino de agua que los herederos de la molinera habían transformado en alojamiento rural para luego venderlo a una agencia de viajes.
No hizo falta más que una ronda de vinos para que aquellos tres parroquianos soltaran la lengua y contaran detalles de un enfrentamiento familiar entre los nietos de la molinera por la herencia, y pude saber de disputas entre primos más interesados en sacar tajada que en mantener el antiguo negocio que aquella enigmática mujer, cuyo nombre parecían no querer mencionar, había levantado y gestionado tantos años. Me contaron como incluso habían llegado a las manos en alguna ocasión, y que había tenido que intervenir la Guardia Civil para evitar males mayores. Al parecer, al final, uno de ellos había pagado la parte de los otros, y tras unos meses de reformas, consiguió venderlo todo para luego desaparecer al igual que el resto de la familia.
Y aunque no supieron, o no quisieron contarme más detalles, lograron despertar mi curiosidad por aquel lugar que hasta aquel momento simplemente servía de cómodo refugio para mi sosiego.
La parte escritora de mi mente, y mi gusto por las historias antiguas, habían encontrado un motivo para ocuparse imaginando lo que podía haber ocurrido. Y volvía de camino a la cabaña pensando en prestar más atención a detalles de la cabaña que pudieran darme alguna información y me inspiraran cargado con una mochila y un par de bolsas cuando mi cabeza dejo de centrarse en las fantasías según la cuesta de la empinada carretera iba aumentando.
El urbanita acostumbrado a las lisas aceras de la ciudad, no tuvo más remedio que pararse a respirar unos segundos antes afrontar la parte más dura del recorrido pensando en volver otro día a intentar conseguir más detalles, pero sin cargar con tanta compra a la vuelta.
Me disponía a continuar el camino cuando el sonido de un vehículo me hizo volver la vista para ver como se acercaba por la carretera un viejo y ruidoso Land Rover que terminó por detenerse a mi altura. Una joven de grandes ojos verdes bajó su ventanilla para saludarme con cara de estar disfrutando al ver al pobre forastero de ciudad cargado y sudoroso enfrentándose a aquellas cuestas.
 - Buenos días, pareces necesitar un poco de ayuda.
 - La verdad es que no me vendría nada mal.
 - Sube, me pilla de camino dejarte en la cabaña.
 . Gracias, te lo agradezco mucho. La próxima vez cargaré menos compra. Me llamo Michel, aunque por lo visto, aquí soy bastante conocido.
 - Claro, eres la gran novedad de las últimas semanas. Lo normal es que se alojen parejas que se quedan pocos días y no aparecen por el pueblo. Tú ya llevas varias semanas y sales habitualmente de la casa... Pero disculpa mis modales, me llamo Sonia, aunque por aquí siempre me ha llamado Xana...
 - Encantado Xana, y agradecido por tu oportuna aparición. No pensaba que hubiera gente joven por aquí.
 - No te equivocas. Soy la única en el pueblo y en los alrededores. Cuando terminé la carrera de medicina volví para ocuparme de mis abuelos y cuando ellos murieron me di cuenta de que no echaba de menos la vida en la capital. Y aquí sigo, tranquila, sola y feliz.
 - Vaya, envidio que lo hayas tenido tan claro. Yo tardé muchos años en aceptar que la ciudad me estaba consumiendo, y aún estoy en fase de asumirlo.
 - Cada uno tiene su proceso. Seguro que tomarás el camino correcto. Por ahora, disfruta del momento, que también tiene su importancia. Ya ves, hasta una empinada cuesta tiene solución imprevista, y ya estás en casa con tu compra.
 - Pues se me ha hecho corto. No sé cómo darte las gracias, ¿qué tal un café recién hecho?
 - Suena tentador, y casi nunca rechazo un buen café, pero hoy es imposible... queda pendiente para otra ocasión, no lo dudes...
 - Será un placer, ¿me das tu teléfono y te llamo?
 - ¡Jajaja!, sigues con las costumbres de la ciudad. Aquí no hacen falta móviles, pero no te preocupes, vendré a por ese café...
Cerró la puerta del todoterreno y se alejó con una sonrisa, y yo me quedé con una intriga más revoloteando en mi cabeza, y mientras colocaba la compra, no lograba sacar de mi mente aquella mirada deslumbrante. Había encontrado un aliciente más en aquel apartado rincón del mundo que no dejaba de envolverme con sus mágicas sorpresas.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

miércoles, 5 de febrero de 2020

PASO A PASO.

Quítale la ropa con la ilusión con la que desenvuelves el regalo más deseado.

Baja sus braguitas con la pasión que pone un viejo pirata cuando abre el cofre del tesoro.

Saborea su cálido vientre como si bebieras de la fuente de la eterna juventud.

Entra en ella con la devoción de quien entra por primera vez en el más sagrado de los templos.

Entrégate a compartir esa inigualable magia en la que dos cuerpos se convierten en un único e inseparable ser.

Disfruta de ser parte de esa comunión de almas en la que los sentidos se multiplican y el deseo se vuelve la más deliciosa de las locuras.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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