sábado, 15 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (SEGUNDA PARTE)

Desde la inesperada aparición de mi rescatadora, pasaba los días pendiente de su prometida visita y procuraba no alejarme mucho y estar atento al sonido inconfundible de su Land Rover. Trataba también de descubrir en la cabaña restos del antiguo molino, pero la reforma había borrado cualquier elemento que pudiera recordar su anterior funcionalidad.
Como había dejado apartadas las caminatas de la mañana por si ella se acercaba, aprovechaba los atardeceres para pasear un poco más y enseguida pude comprobar que aquella presencia vigilante se volvía mucho más intensa. Empecé a sospechar que de tratarse de un animal, ya se habría acostumbrado a percibirme, e intentaba fijarme lo más posible para descubrir el origen de aquella inquietante sensación. Pero aunque en un par de ocasiones creí vislumbrar una especie de silueta, tenía que reconocer que, ni mi vista ni mis sentidos, estaban preparados para aquel entorno boscoso donde las sombras de la noche jugaban caprichosamente en contra de alguien más acostumbrado a la luz artificial que a la penumbra de la luz de luna.
Tras varios días sin más novedad que mis propias fantasías, decidí volver al pueblo.
Una cerveza y las mismas caras sonrientes del día anterior que no dudaron en aceptar una invitación que me dio la oportunidad de sacar el tema de la historia del molino y sus herederos. Pero, sin perder la sonrisa ni la amabilidad, esta vez no fue posible obtener más que respuestas evasivas sobre un asunto del pasado que no merecía la pena remover, y fueron poco a poco esquivando un asunto que debía quedar entre los miembros de una familia de la que no sabían nada desde hacía muchos años.
Un poco desilusionado, comprendí que no obtendría información que saciara mi curiosidad, y busqué cambiar de tema preguntando por aquella atenta joven que había tenido el detalle de llevarme a casa, y en ese momento, las sonrisas se convirtieron en incrédulas miradas.
Dijeron que era imposible, que no había ninguna joven en ningún pueblo del valle. Incluso llegaron a bromear con la idea de que lo habría soñado, o que la soledad me estaba jugando una mala pasada.
Entonces fui yo quien puso cara de no entender nada, y cuando mencioné su nombre y los pocos detalles que ella me había contado, se miraron con cara asombro y comenzaron a bajar la mirada y a apurar sus vasos con la escusa de que se les hacía tarde y a sus mujeres no les gustaba que se retrasaran a la hora de la comida.
Y sin más explicaciones, me dejaron en el bar con la única compañía de la dueña que me miraba inquisidoramente con la intención de dejar claro que ella tampoco iba a continuar con aquella conversación.
Contrariado y con más intriga todavía, volví al camino de vuelta con la esperanza de oír un todoterreno acercándose aunque esta vez no hubiera pesadas bolsas. El nerviosismo y el incómodo momento se iban apoderando de mi estómago haciendo que la empinada carretera me llevara a un sudoroso y jadeante estado que me hizo pensar por momentos si no serían ciertos aquellos comentarios sobre mi lucidez mental.
De nuevo las dudas y las preguntas sin respuestas se acumulaban en mi mente. Y los días comenzaron a ser una sucesión de ansiosos quebraderos de cabeza, y por si fuera poco, el tiempo cambió y comenzó a llover de continuo, y aunque resultaba relajante contemplar la lluvia tras los cristales saboreando un buen café, seguía sin parar de dar vueltas a tan desconcertante situación. Ni siquiera lograba evadirme escribiendo, apenas unas breves notas ocupaban aquella libreta que días atrás se llenaba de líneas manuscritas con suma facilidad. No podía abstraerme lo suficiente como para sacar de mi cabeza la imagen de aquella perturbadora criatura de brillante mirada que no sabía de donde había salido.
Por fin, una mañana dejó de llover, y sin pensarlo dos veces, preparé un termo con café, un par de bocadillos y algo de fruta, y salí de la cabaña dispuesto a pasar el día recorriendo el valle con la intención de activar el cuerpo tras días de encierro sedentario pensando que eso me llevaría también a despejar mi embotada cabeza.
El olor a tierra mojada, la frescura de la frondosa vegetación empapada por la fina y persistente lluvia del norte. Un delicioso estímulo que me animó a caminar durante un buen rato hasta llegar a una zona más elevada, y cuando las nubes se apartaron dejando paso a los rayos del sol, la espectacular vista del valle se convirtió en el bálsamo perfecto para que me volviera a sentir aliviado y lleno de vida.
Aproveché para reponer fuerzas tranquilamente mientras gozaba de nuevo de la placentera emoción que me producía saber que la decisión de alejarme de la gran ciudad había sido la más correcta de todas las que había tomado en mi vida. Sin prisa, con una sonrisa de oreja a oreja, disfruté de cada bocado y dejé que el tiempo fuese pasando sin prestar atención a nada que no fuese paladear el momento.
Saciado y satisfecho, comencé a escudriñar el paisaje buscando un camino de vuelta distinto al que me había llevado hasta allí. Y en aquel recorrido visual, detecté la inconfundible silueta de una persona que caminaba entre los árboles unos cuantos metros más abajo de donde yo me encontraba, y no tardé en distinguir que se trataba de la figura de una mujer que por la forma de moverse estaba acostumbrada a aquellos parajes, y sus ágiles movimientos indicaban claramente que era alguien relativamente joven.
Fue inevitable imaginar que se trataba de Xana, aunque parecía llevar una especie de pequeña capa con capucha y era imposible reconocerla claramente. Pero la idea de que podía sera ella me hizo levantarme y comenzar a caminar aceleradamente tratando de alcanzarla.
Algo totalmente imposible. Tras unos cuantos metros de infructuoso intento, la perdí de vista, y me vi obligado a reconocer que no tenía ninguna posibilidad. Así que, de nuevo contrariado, todas las buenas sensaciones que acababa de volver a sentir, se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos y me vi retomando el camino a casa sabiendo que seguía sin obtener respuestas.
Entre lo que me había alejado por ir tras ella y el creciente malhumor, llegué a casa agotado, pensado solamente en meterme bajo los chorros de agua caliente de la ducha.
Un buen rato bajo el agua no alivió mucho mi cabeza, pero mi cuerpo lo agradeció.
Salí de la ducha y me envolví en la toalla tratando de no pensar, hasta que un sonido que se aproximaba hizo que se me erizaran los pelos de la nuca. El inconfundible y ruidoso sonido que tanto deseaba volver a escuchar fue creciendo hasta mezclarse con el chirrido de unas ruedas frenando sobre la gravilla del camino de entrada a la cabaña...

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos resercados

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