jueves, 20 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (TERCERA PARTE)

Mi cuerpo reaccionó como un resorte y en apenas un par de segundos abría la puerta de la entrada para encontrarme con la más arrebatadora de las caperucitas. Sus grandes ojos verdes brillaban aún más bajo la capucha de cuero rojo, completando una imagen capaz de estremecer al mismísimo rey de los lobos. Nada que ver con la apariencia que recordaba de una chica con ropa de trabajo.
Y frente a aquella turbadora aparición, yo me quedé paralizado e hipnotizado sin ser consciente de estar cubierto por una simple toalla de baño.
 - ¡Vaya!, si llego a imaginar este recibimiento, hubiese venido antes.
 - ¡Madre mía, perdona!, salí corriendo sin pensar. No quería que volvieras a desaparecer.
 - Tranquilo, no pasa nada. Siempre es agradable alegrar la vista, y no es algo que una pueda hacer por estos lugares a menudo.
 - Pero pasa, y dame dos minutos para vestirme.
 - No te preocupes, es divertido verte tan nervioso. Vengo con ganas de ese café prometido, ¿me lo harás antes de vestirte?
Y le preparé el café, y se lo acerqué al sofá desde donde ella me miraba con una pícara sonrisa mientras yo hacía equilibrios tratando de evitar que la toalla se me cayera. Dejé los cafés sobre la mesa con la idea de subir corriendo a vestirme y terminar con aquella bochornosa tortura que tanto parecía divertirla, pero ella me lo impidió agarrando mi mano para que me sentara a su lado. Acercó la taza a sus carnosos labios mientras yo buscaba que el cálido elixir calmase mi agitado estado sin poder apartar la mirada de tan deliciosa compañía.
 - Haces muy rico el café. Eso me hace suponer que todo lo demás puedes hacerlo también muy rico.
En mi alborotada cabeza rebotaban infinidad de preguntas y sin embargo no era capaz de articular palabra. Y mucho menos cuando ella se sentó sobre mí para deshacerse de la roja cazadora y de su camiseta regalándome la maravillosa imagen de sus perfectos pechos erizados.
Algo tremendamente arrebatador para un tipo solitario que llevaba muchos meses sin la compañía de una mujer, y mucho más tiempo todavía sin alguien tan especial como aquella diosa hechicera.
Mi boca no tardó en aceptar aquella sugerente invitación al mismo tiempo que mis manos buscaban la redonda firmeza de sus nalgas, logrando que comenzara la más dulce de las sinfonías, la de sus gemidos de victorioso placer. El sofá que acogía mis relajantes siestas se convirtió rápidamente en escenario de la lujuriosa e imparable entrega a la que se lanzaban nuestros encendidos cuerpos. El café se enfriaba al mismo tiempo que el fuego del deseo carnal dominaba a dos seres hambrientos y necesitados de compartir una y otra vez acumulados y casi olvidados instintos salvajes.
No recuerdo exactamente cuándo, ni cómo, pero del sofá llegamos a la cama con una parada inolvidable en las escaleras, para seguir con el intenso ritual de devorar cada rincón de nuestros excitados cuerpos y continuar dando rienda suelta al placer de poseernos mutuamente.
Sin ser conscientes del tiempo, terminamos vaciados y agotados hasta quedar profundamente dormidos. Sudorosos, entrelazados, sin querer despegarnos el uno del otro, su culo se volvió la más acogedora y sabrosa almohada que jamás podría haber soñado.
Hasta que los rayos del sol entrando por la ventana lograron despertarme. Desnudo y a solas en mi cama, la duda de si había sido un sueño apareció en mi cabeza, pero las marcas y arañazos en mis brazos y en mi torso, junto con el inconfundible olor que impregnaba las sábanas barrió esa idea y una sonrisa fue apareciendo en mi rostro según los recuerdos iban volviendo poco a poco.
Pero ni rastro de ella, ni de su ropa, ni del todoterreno. De nuevo sin nada claro, salvo las imágenes grabadas a fuego en mi mente, y el recuerdo del dulce sonido de los jadeos de una impactante criatura que me había llevado a rozar el cielo con las manos saboreando el ardiente infierno de su cuerpo.
Otra vez sin ningún tipo de pistas que aclararan algo sobre ella. Sabía que aparecería la ansiosa necesidad de descubrir algo más sobre ella, y ahora sería aún más fuerte.
Buscando que el café me terminara de despertar, llegué a la cocina para encontrar una nota al lado de la llena cafetera que ella probablemente había preparado un rato antes...
 - Prometo volver. No pienso perderme otra noche tan inolvidable, pero por ahora, es mejor para los dos que regrese al lugar que me corresponde. Sabrás de mí a su debido tiempo, y por cierto, no me equivoqué al pensar que el café no es lo único que haces extremadamente rico.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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