Me encontré un angelito
con cara de bruja
y tacones de aguja.
Ya no pude mirar las estrellas,
sólo sabía verlas brillar en sus ojos.
Y yo, que apenas dormía
descubrí que sus nalgas
eran la almohada tanto tiempo buscada.
Contar sus lunares,
recorrer sus tatuajes,
jugar con mis dedos bajo su falda,
dejar que me embriagara
con el cálido nectar de sus labios
y también con el de su boca.
Ella sonreía y gozaba,
yo caía una y otra vez a los pies
de esa cofrade de la perpetua tentación
deseando seguir pegado a su culo,
admitiendo mi completa rendición
dispuesto a pagar en el mismo infierno
todos los inconfesables pecados
que cometía cada noche
sobre ese ardiente paraíso
que ella guardaba para mí
bajo la seda de sus transparentes bragas.
MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO
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