miércoles, 7 de diciembre de 2022

LAURA. (CAPÍTULO SEGUNDO)

Desde la época del colegio de monjas me acostumbré a llevar la corta faldita de tablas del uniforme. Luego, en la adolescencia, seguí disfrutando de la minifalda mientras presumía de mis bonitas piernas.
Ya han pasado bastantes años de aquello, pero sigue siendo una prenda habitual con la que me siento cómoda, y me gusta lucirla combinada con delicadas medias y vertiginosos tacones.
Eso ha hecho que ya esté curada de espantos ante las miradas de todo tipo, e incluso he aprendido a no hacer caso de algunos comentarios que en ocasiones rozan lo soez y resultan desagradables. Reconozco que en algún momento llegaron a ser cansinos y molestos, y conseguían enfadarme enfrentándome a la menor ocasión. Pero el tiempo te hace ver las cosas con otra perspectiva y a final le tengo que dar la razón a esa frase que dice que sufre más quien mira que quien enseña.
Lo importante será siempre sentirse segura y poderosa, que te guste ser tu misma con esa imagen que para algunos resulta "inadecuada". No dejo que me afecten las opiniones nacidas de la envidia ni lo puedan llegar a pensar, y por supuesto, cuando las miradas son de aprobación, cuando los comentarios son halagos de buen gusto, agradezco y disfruto.
También es verdad que con el paso de los años, en la mayoría de las ocasiones, ni me percato cuando alguien se dedica a recorrerme con la mirada. Por eso me sorprendió notar como aquel tipo elegante y atractivo se quedaba absorto siguiendo el vuelo de mi falda. Confieso que provocó un agradable nerviosismo que me hizo sonrojar levemente y que hizo que no me atreviera a girar la cabeza para devolver la mirada. Una sensación que casi tenía olvidada que logró sacarme una sonrisa haciéndome sentir especial por un ratito en una jornada más bien gris.
Un par de días después, cuando ya apenas recordaba aquel fugaz instante, de vuelta del café de la mañana, allí estaba de nuevo. Desde la terraza del bar sonreía observando mi caminar.
Volvieron los inesperados nervios y ese asombroso escalofrío que recorría mi espalda. Gracias a las gafas de sol, pude fijarme un poquito más, sin que él lo notara, para descubrir su evidente atractivo y una apariencia cuidada que transmitía una imagen indudable de firme seguridad.
Me prometí a mí misma hacer lo posible por volver a coincidir y acercarme tratando que no se notasen esos nervios que él había conseguido despertar, pero no contaba con un viaje de trabajo urgente. Y un par de semanas más tarde, la vuelta del viaje se juntó con la mudanza a mi nuevo piso. 
A pesar de no haber podido repetir encuentro, el cosquilleo de la curiosidad seguía flotando en mi cabeza, y no había día que no recordara esa desconcertante sensación que aquel desconocido había provocado.
Y esta tarde mi primera junta de vecinos. Como nueva en el edificio, tocó presentarse y ser observada por todos. Algo que no me hubiera incomodado de no haber descubierto su presencia en la reunión.
Ni era el momento ni se dio la oportunidad. Así que aquí estoy, saboreando un vino en mi recién estrenada cocina pensando que ese hombre de atrevida, penetrante y seductora mirada está a escasos centímetros, en el ático A.
¿Destino, casualidad, travesura del universo? Habrá que averiguarlo esperando que la curiosidad no mate a la gata.
La parte positiva, que pude ponerle nombre a esa imagen grabada en mi mente. 
Se llama Ángel.

Continuará... 

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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