viernes, 28 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (QUINTA PARTE)

Si a mi facilidad para inventar historias y escenarios de ficción le sumamos las horas pasadas entre las piernas de aquella insaciable hembra, el resultado no podía ser otro que un doloroso estado de lujuriosa ansiedad. Necesitaba volver a verla y entregarme a ser poseído por el sublime y frenético ritmo de sus caderas.
Las horas se volvieron eternas encerrado en la cabaña, y pasados unos cuantos días, comencé a sentirme como un animal enjaulado. La recomendación de la sargento fue suficiente al principio, pero a la semana siguiente, no podía dejar de pensar en salir a estirar las piernas.
Al final, una mañana en la que la niebla se había levantado dando paso a un espectacular día primaveral, me decidí a dar un pequeño paseo sin alejarme mucho de la cabaña.
El aire fresco y los olores del bosque enseguida funcionaron como el necesario reconstituyente que animó mi cuerpo y despejó mi cabeza, logrando que me olvidara por un rato de tan obsesivos recuerdos y de las historias de lobos que merodeaban la zona. Tampoco tuve la extraña sensación de otras veces con aquella enigmática presencia, y fui dejándome llevar por la agradable calma que volvía a sentir hasta adentrarme en el bosque y llegar a un pequeño río que había visto otras veces desde lejos.
Allí, la frescura del ambiente y el rítmico murmullo del agua, terminaron por envolverme. Caminé un rato río arriba sin más objetivo que tratar de disfrutar de aquel bucólico paraje, y cuando el terreno empezó a volverse más pendiente y el río se iba transformando en arroyo, encontré una gran roca redondeada en su parte baja por la fuerza del agua.
Por el tamaño y la gran erosión que presentaba, aquella mole de piedra debía llevar mucho tiempo allí. La curiosidad me llevó a rodearla y a descubrir una especie de escalones, y no dudé en comenzar a subirlos. Una vez sobre ella, hallé algo parecido a un pequeño altar formado por dos bloques y una losa perfectamente labrados y decorados con grabados y símbolos entre los que solo pude reconocer algunos trisqueles y formas circulares parecidas a las que se usaban en los calendarios para las fases lunares.
Lo único claro es que era algo hecho por la mano del hombre. El significado, la utilidad, ya se escapan a mi capacidad de entendimiento, pero aquel lugar transmitía unas vibraciones especiales que me hicieron sentir muy bien, y desde allí arriba, las vistas de los alrededores adquirían una perspectiva especial y diferente.
Pude seguir el curso del río y apreciar que un tramo más abajo, tras un enorme roble, había un pequeño puente de madera que permitía pasar al otro lado y continuar por un sendero que se adentraba en la parte más boscosa y agreste del monte. Extasiado contemplando el paisaje, el relajante momento se rompió de repente al percibir claramente la silueta de aquella figura encapuchada que tan familiar me resultaba. Todos mis músculos se tensaron y pensé en gritar su nombre y hacer gestos para que ella me viera, pero ni un susurro salió de mi garganta, así que seguí con la vista el posible recorrido que tendría que seguir para comprobar que, casi con total seguridad, terminaría por cruzar el puente que acababa de descubrir.
Logré que mis piernas respondieran y bajé de mi privilegiada atalaya para correr hacia el gran roble con la idea de sorprenderla cuando ella llegase. Con el corazón latiendo aceleradamente, rodeé el viejo tronco con una sonrisa en la cara que se quedó petrificada al encontrarme frente a frente con la imponente figura de un grandioso lobo gris.
Parecía tan asombrado como yo, pero, evidentemente, no tan asustado y paralizado. Comenzó a moverse de izquierda a derecha sin dejar de mirarme con sus brillantes ojos verdes y yo me quedé inmóvil con las palabras de la sargento alborotando en mi cabeza. No podía pensar en otra cosa que no fuera en tratar de hacer creer a aquella impresionante criatura que yo no suponía ningún tipo de amenaza para él.
Mis piernas temblaban y el sudor corría por mi espalda, y de forma inconsciente, acabé por caer arrodillado sin poder apartar la vista de aquella hipnótica mirada. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero pareció ser eficaz, y al menos resultó tranquilizador verle quedarse quieto y adoptar una postura similar a la mía.
Puedo asegurar que fueron los minutos más tensos y largos de mi vida, hasta que el ruido de alguien arrancando una motosierra a lo lejos hizo que ambos girásemos la cabeza en dirección al lugar de donde provenía el sonido. Apenas unos breves segundos, suficientes para que cuando volví a mirar al frente ya no hubiera rastro de su presencia.
Tardé un buen rato en reunir fuerzas para levantarme y alejarme de allí pensando en llegar a casa lo más rápidamente posible, sin poder frenar el alocado latir de mi pecho que me obligaba a volver la vista atrás temiendo encontrarlo de nuevo tras mis pasos.
Por fin, llegué a la cabaña, y después de asegurarme de que puertas y ventanas estaban bien cerradas, me desplomé en el sofá con todos los pelos de mi cuerpo erizados, y con la angustiosa sensación de que la diosa fortuna se había puesto de mi lado en el momento más oportuno.

Continuara...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

miércoles, 26 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (CUARTA PARTE)

Recordar las lujuriosas imágenes de aquella apasionada noche me mantuvo en un permanente estado de excitación durante los siguientes días, logrando acelerar mi inspiración para seguir llenando folios en blanco con intensos relatos a un ritmo que parecía no tener fin.
Las noches, en aquella cama que de repente parecía tristemente vacía, la tortura de la soledad me llevaba a despertar cada mañana soñando con ella, pero no lograba esquivar la angustiosa sensación que me producía no saber si ella también soñaba conmigo.
Fueron días de frenética escritura, cafés y tabaco, interrumpidos por constantes miradas hacia la carretera buscando y deseando verla llegar.
Pero no hubo ninguna aparición espectacular. Todo seguía manteniéndose en una desesperante calma, y me aferraba a pensar en la tormenta que podría venir tras ella.
Hasta que, en mitad de una relajante siesta, el ruido del motor de un vehículo me hizo saltar del sofá y salir de la cabaña (no sin antes comprobar que esta vez llevaba encima algo más que una simple toalla de baño).
La desilusión me sacudió, terminado de despertarme, al comprobar que se trataba de un coche de la Guardia Civil del que se bajaron dos agentes que se presentaron como la sargento Noriega y el cabo Garrido para luego contarme que en el pueblo les habían hablado de un tipo solitario que se alojaba en la cabaña y querían asegurarse de que todo estaba bien. Me contaron que había cierta preocupación por la desaparición de animales en las cuadras y pastos de la zona, y que se habían encontrado restos de algunos de ellos por el monte. Suponían que un lobo, o una pequeña manada, andaba por los alrededores, pero les extrañaba que después de tantos años de haber abatido a la última loba (tantos que apenas los más ancianos se acordaban) hubiese llegado al valle algún nuevo ejemplar.
Me recomendaban no alejarme mucho en mis caminatas, al mismo tiempo que me tranquilizaban diciendo que era improbable que un lobo atacase a un hombre a menos que se sintiese amenazado, y que al no haber animales en la cabaña, ni siquiera se acercaría por allí.
Tras dejarme el teléfono de la comandancia y el móvil personal de la sargento por si viese o necesitase algo, se despidieron amablemente, y en aquel momento me percaté de los grandes ojos verdes de ella, y cuando se dirigían al coche, no pude evitar apreciar lo bien que le quedaban los ajustados pantalones del uniforme. Tan fijamente me quedé enganchado que cuando se volvió a saludar, no le fue difícil pillarme mirando para conseguir que me ruborizara inmediatamente antes de ver la divertida sonrisa con la que ella me miraba.
Volví adentro con la tarjeta en la mano reconociendo que era imposible no fijarse en aquel llamativo y redondo culo, y que de no haber aparecido Xana unos días antes, habría usado aquel número como excusa perfecta para volver a disfrutar de tan sugerente vista. Pero pensar en Xana borró de inmediato cualquier otro pensamiento de mi cabeza y regresé al sofá buscando cerrar los ojos y regodearme repasando mentalmente cada curva de aquel espectacular cuerpo creado para el placer y el pecado.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

jueves, 20 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (TERCERA PARTE)

Mi cuerpo reaccionó como un resorte y en apenas un par de segundos abría la puerta de la entrada para encontrarme con la más arrebatadora de las caperucitas. Sus grandes ojos verdes brillaban aún más bajo la capucha de cuero rojo, completando una imagen capaz de estremecer al mismísimo rey de los lobos. Nada que ver con la apariencia que recordaba de una chica con ropa de trabajo.
Y frente a aquella turbadora aparición, yo me quedé paralizado e hipnotizado sin ser consciente de estar cubierto por una simple toalla de baño.
 - ¡Vaya!, si llego a imaginar este recibimiento, hubiese venido antes.
 - ¡Madre mía, perdona!, salí corriendo sin pensar. No quería que volvieras a desaparecer.
 - Tranquilo, no pasa nada. Siempre es agradable alegrar la vista, y no es algo que una pueda hacer por estos lugares a menudo.
 - Pero pasa, y dame dos minutos para vestirme.
 - No te preocupes, es divertido verte tan nervioso. Vengo con ganas de ese café prometido, ¿me lo harás antes de vestirte?
Y le preparé el café, y se lo acerqué al sofá desde donde ella me miraba con una pícara sonrisa mientras yo hacía equilibrios tratando de evitar que la toalla se me cayera. Dejé los cafés sobre la mesa con la idea de subir corriendo a vestirme y terminar con aquella bochornosa tortura que tanto parecía divertirla, pero ella me lo impidió agarrando mi mano para que me sentara a su lado. Acercó la taza a sus carnosos labios mientras yo buscaba que el cálido elixir calmase mi agitado estado sin poder apartar la mirada de tan deliciosa compañía.
 - Haces muy rico el café. Eso me hace suponer que todo lo demás puedes hacerlo también muy rico.
En mi alborotada cabeza rebotaban infinidad de preguntas y sin embargo no era capaz de articular palabra. Y mucho menos cuando ella se sentó sobre mí para deshacerse de la roja cazadora y de su camiseta regalándome la maravillosa imagen de sus perfectos pechos erizados.
Algo tremendamente arrebatador para un tipo solitario que llevaba muchos meses sin la compañía de una mujer, y mucho más tiempo todavía sin alguien tan especial como aquella diosa hechicera.
Mi boca no tardó en aceptar aquella sugerente invitación al mismo tiempo que mis manos buscaban la redonda firmeza de sus nalgas, logrando que comenzara la más dulce de las sinfonías, la de sus gemidos de victorioso placer. El sofá que acogía mis relajantes siestas se convirtió rápidamente en escenario de la lujuriosa e imparable entrega a la que se lanzaban nuestros encendidos cuerpos. El café se enfriaba al mismo tiempo que el fuego del deseo carnal dominaba a dos seres hambrientos y necesitados de compartir una y otra vez acumulados y casi olvidados instintos salvajes.
No recuerdo exactamente cuándo, ni cómo, pero del sofá llegamos a la cama con una parada inolvidable en las escaleras, para seguir con el intenso ritual de devorar cada rincón de nuestros excitados cuerpos y continuar dando rienda suelta al placer de poseernos mutuamente.
Sin ser conscientes del tiempo, terminamos vaciados y agotados hasta quedar profundamente dormidos. Sudorosos, entrelazados, sin querer despegarnos el uno del otro, su culo se volvió la más acogedora y sabrosa almohada que jamás podría haber soñado.
Hasta que los rayos del sol entrando por la ventana lograron despertarme. Desnudo y a solas en mi cama, la duda de si había sido un sueño apareció en mi cabeza, pero las marcas y arañazos en mis brazos y en mi torso, junto con el inconfundible olor que impregnaba las sábanas barrió esa idea y una sonrisa fue apareciendo en mi rostro según los recuerdos iban volviendo poco a poco.
Pero ni rastro de ella, ni de su ropa, ni del todoterreno. De nuevo sin nada claro, salvo las imágenes grabadas a fuego en mi mente, y el recuerdo del dulce sonido de los jadeos de una impactante criatura que me había llevado a rozar el cielo con las manos saboreando el ardiente infierno de su cuerpo.
Otra vez sin ningún tipo de pistas que aclararan algo sobre ella. Sabía que aparecería la ansiosa necesidad de descubrir algo más sobre ella, y ahora sería aún más fuerte.
Buscando que el café me terminara de despertar, llegué a la cocina para encontrar una nota al lado de la llena cafetera que ella probablemente había preparado un rato antes...
 - Prometo volver. No pienso perderme otra noche tan inolvidable, pero por ahora, es mejor para los dos que regrese al lugar que me corresponde. Sabrás de mí a su debido tiempo, y por cierto, no me equivoqué al pensar que el café no es lo único que haces extremadamente rico.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

sábado, 15 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (SEGUNDA PARTE)

Desde la inesperada aparición de mi rescatadora, pasaba los días pendiente de su prometida visita y procuraba no alejarme mucho y estar atento al sonido inconfundible de su Land Rover. Trataba también de descubrir en la cabaña restos del antiguo molino, pero la reforma había borrado cualquier elemento que pudiera recordar su anterior funcionalidad.
Como había dejado apartadas las caminatas de la mañana por si ella se acercaba, aprovechaba los atardeceres para pasear un poco más y enseguida pude comprobar que aquella presencia vigilante se volvía mucho más intensa. Empecé a sospechar que de tratarse de un animal, ya se habría acostumbrado a percibirme, e intentaba fijarme lo más posible para descubrir el origen de aquella inquietante sensación. Pero aunque en un par de ocasiones creí vislumbrar una especie de silueta, tenía que reconocer que, ni mi vista ni mis sentidos, estaban preparados para aquel entorno boscoso donde las sombras de la noche jugaban caprichosamente en contra de alguien más acostumbrado a la luz artificial que a la penumbra de la luz de luna.
Tras varios días sin más novedad que mis propias fantasías, decidí volver al pueblo.
Una cerveza y las mismas caras sonrientes del día anterior que no dudaron en aceptar una invitación que me dio la oportunidad de sacar el tema de la historia del molino y sus herederos. Pero, sin perder la sonrisa ni la amabilidad, esta vez no fue posible obtener más que respuestas evasivas sobre un asunto del pasado que no merecía la pena remover, y fueron poco a poco esquivando un asunto que debía quedar entre los miembros de una familia de la que no sabían nada desde hacía muchos años.
Un poco desilusionado, comprendí que no obtendría información que saciara mi curiosidad, y busqué cambiar de tema preguntando por aquella atenta joven que había tenido el detalle de llevarme a casa, y en ese momento, las sonrisas se convirtieron en incrédulas miradas.
Dijeron que era imposible, que no había ninguna joven en ningún pueblo del valle. Incluso llegaron a bromear con la idea de que lo habría soñado, o que la soledad me estaba jugando una mala pasada.
Entonces fui yo quien puso cara de no entender nada, y cuando mencioné su nombre y los pocos detalles que ella me había contado, se miraron con cara asombro y comenzaron a bajar la mirada y a apurar sus vasos con la escusa de que se les hacía tarde y a sus mujeres no les gustaba que se retrasaran a la hora de la comida.
Y sin más explicaciones, me dejaron en el bar con la única compañía de la dueña que me miraba inquisidoramente con la intención de dejar claro que ella tampoco iba a continuar con aquella conversación.
Contrariado y con más intriga todavía, volví al camino de vuelta con la esperanza de oír un todoterreno acercándose aunque esta vez no hubiera pesadas bolsas. El nerviosismo y el incómodo momento se iban apoderando de mi estómago haciendo que la empinada carretera me llevara a un sudoroso y jadeante estado que me hizo pensar por momentos si no serían ciertos aquellos comentarios sobre mi lucidez mental.
De nuevo las dudas y las preguntas sin respuestas se acumulaban en mi mente. Y los días comenzaron a ser una sucesión de ansiosos quebraderos de cabeza, y por si fuera poco, el tiempo cambió y comenzó a llover de continuo, y aunque resultaba relajante contemplar la lluvia tras los cristales saboreando un buen café, seguía sin parar de dar vueltas a tan desconcertante situación. Ni siquiera lograba evadirme escribiendo, apenas unas breves notas ocupaban aquella libreta que días atrás se llenaba de líneas manuscritas con suma facilidad. No podía abstraerme lo suficiente como para sacar de mi cabeza la imagen de aquella perturbadora criatura de brillante mirada que no sabía de donde había salido.
Por fin, una mañana dejó de llover, y sin pensarlo dos veces, preparé un termo con café, un par de bocadillos y algo de fruta, y salí de la cabaña dispuesto a pasar el día recorriendo el valle con la intención de activar el cuerpo tras días de encierro sedentario pensando que eso me llevaría también a despejar mi embotada cabeza.
El olor a tierra mojada, la frescura de la frondosa vegetación empapada por la fina y persistente lluvia del norte. Un delicioso estímulo que me animó a caminar durante un buen rato hasta llegar a una zona más elevada, y cuando las nubes se apartaron dejando paso a los rayos del sol, la espectacular vista del valle se convirtió en el bálsamo perfecto para que me volviera a sentir aliviado y lleno de vida.
Aproveché para reponer fuerzas tranquilamente mientras gozaba de nuevo de la placentera emoción que me producía saber que la decisión de alejarme de la gran ciudad había sido la más correcta de todas las que había tomado en mi vida. Sin prisa, con una sonrisa de oreja a oreja, disfruté de cada bocado y dejé que el tiempo fuese pasando sin prestar atención a nada que no fuese paladear el momento.
Saciado y satisfecho, comencé a escudriñar el paisaje buscando un camino de vuelta distinto al que me había llevado hasta allí. Y en aquel recorrido visual, detecté la inconfundible silueta de una persona que caminaba entre los árboles unos cuantos metros más abajo de donde yo me encontraba, y no tardé en distinguir que se trataba de la figura de una mujer que por la forma de moverse estaba acostumbrada a aquellos parajes, y sus ágiles movimientos indicaban claramente que era alguien relativamente joven.
Fue inevitable imaginar que se trataba de Xana, aunque parecía llevar una especie de pequeña capa con capucha y era imposible reconocerla claramente. Pero la idea de que podía sera ella me hizo levantarme y comenzar a caminar aceleradamente tratando de alcanzarla.
Algo totalmente imposible. Tras unos cuantos metros de infructuoso intento, la perdí de vista, y me vi obligado a reconocer que no tenía ninguna posibilidad. Así que, de nuevo contrariado, todas las buenas sensaciones que acababa de volver a sentir, se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos y me vi retomando el camino a casa sabiendo que seguía sin obtener respuestas.
Entre lo que me había alejado por ir tras ella y el creciente malhumor, llegué a casa agotado, pensado solamente en meterme bajo los chorros de agua caliente de la ducha.
Un buen rato bajo el agua no alivió mucho mi cabeza, pero mi cuerpo lo agradeció.
Salí de la ducha y me envolví en la toalla tratando de no pensar, hasta que un sonido que se aproximaba hizo que se me erizaran los pelos de la nuca. El inconfundible y ruidoso sonido que tanto deseaba volver a escuchar fue creciendo hasta mezclarse con el chirrido de unas ruedas frenando sobre la gravilla del camino de entrada a la cabaña...

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos resercados

jueves, 13 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA.

Con los años vamos acumulando experiencias y vivencias, y aunque algunas sean inolvidables, no siempre se traducen en sabiduría. En la mayoría de las ocasiones, vamos sumando errores y aciertos sin tener tiempo a analizarlos o valorarlos, y tras uno de ellos, llega otro, y otra obligación laboral, y compromisos sociales, y responsabilidades familiares que nos van convirtiendo en simples consumidores de tiempo.
Y los años van cayendo, y un día te das cuenta de que no volverán, y descubres que ya ni siquiera hay sueños en tu vida, que los has sustituido por una recopilación de recuerdos.
En uno de esos momentos de lúcida y triste reflexión, fui capaz de aceptar esa realidad y de convencerme de poner algo de mi parte para, intentar al menos, romper con esa dinámica de vivir en automático.
La solución nunca es sencilla ni llega de repente, pero recordé que el camino siempre empieza por un primer paso. Así que reuní fuerzas y decidí tomarme un merecido tiempo para mí, y aunque supuso algún que otro quebradero de cabeza y más de un enfrentamiento con aquellos que no entendían mi firme decisión, pude por fin escapar y desconectar de la rutina en que se habían convertido los últimos seis años de mi vida.
Una solitaria casita en un pequeño pueblo apartado en las montañas acondicionada como alojamiento rural para escapadas románticas se convirtió en el refugio ideal para desconectar, retomar sensaciones y el descanso necesario.
Los primeros días, a pesar de sentirme raro al principio, volví a dormir las mañanas, volví a recuperar el placentero vicio de las largas siestas liberado de la esclavitud de ese maligno invento llamado reloj.
Poco a poco fui regulando los ritmos del sueño, y aunque las noches las ocupaba con libros y películas que habían ido quedando en espera de tiempo para ello, mi cuerpo se acostumbró a despertar por si solo y eso me llevó a dedicar unas horas cada mañana a caminatas por los alrededores disfrutando de la paz que los paisajes naturales de aquel verde valle me iban trasmitiendo lejos del asfalto. Fui volviendo a sentir el placer de la respiración y dejándome embriagar por aromas imposibles de apreciar en la vida urbana. Vida sana, lectura, horas de sueño atrasadas... un pequeño paraíso que mi cuerpo y mi mente agradecían placenteramente...
El atardecer y las primeras horas nocturnas pronto se convirtieron también en momentos adecuados para disfrutar de paseos con la magia de la luz de la luna como compañía. Paseos cortos para no caer en el error de perderme por senderos con los que no estaba aún familiarizado en los que aparecía habitualmente la sensación de una presencia que, de alguna manera, vigilaba mis pasos. Y aunque nunca tuve la percepción de que fuera algo peligroso o amenazante, y posiblemente sería algún animal sorprendido y asustado por mi presencia, comenzó a inquietarme el hecho de notarla en cuanto me alejaba unos pocos metros del camino principal que llevaba a la casa.
Según pasaban los días, la calma, y sobre todo, la ausencia de horarios que cumplir, hizo que mi cabeza volviera a la abandonada costumbre de escribir. Y me reconfortó el ver que volvía a juntar palabras de una manera tan sencilla y natural como si no hubiera dejado de hacerlo.
Volvía a ser yo mismo. Y me gustaban las sensaciones que volvía a sentir.
Enfrascado en mi placentero reencuentro conmigo mismo, y aunque había llevado provisiones para bastante tiempo, llegó el momento de acercarme al pueblo. Ya me había informado que allí encontraría un pequeño bar que hacía las funciones de tienda y centro social donde podría reponer lo que fuera necesitando. Así que el paseo de esa mañana me llevo en busca de comestibles, tabaco y café, para terminar con una cerveza y una ojeada a la prensa que me permitió ponerme al día de las noticias y confirmar que el mundo seguía girando sin mí y que no añoraba nada de aquella vertiginosa vida.
Me sorprendió gratamente la amabilidad y las sinceras sonrisas de aquella gente que parecían encantados con la presencia de un solitario forastero que se alojaba en "la cabaña de la molinera".
De esa manera descubrí que así se llamaba la casa que ocupaba, y así me enteré de que era un antiguo molino de agua que los herederos de la molinera habían transformado en alojamiento rural para luego venderlo a una agencia de viajes.
No hizo falta más que una ronda de vinos para que aquellos tres parroquianos soltaran la lengua y contaran detalles de un enfrentamiento familiar entre los nietos de la molinera por la herencia, y pude saber de disputas entre primos más interesados en sacar tajada que en mantener el antiguo negocio que aquella enigmática mujer, cuyo nombre parecían no querer mencionar, había levantado y gestionado tantos años. Me contaron como incluso habían llegado a las manos en alguna ocasión, y que había tenido que intervenir la Guardia Civil para evitar males mayores. Al parecer, al final, uno de ellos había pagado la parte de los otros, y tras unos meses de reformas, consiguió venderlo todo para luego desaparecer al igual que el resto de la familia.
Y aunque no supieron, o no quisieron contarme más detalles, lograron despertar mi curiosidad por aquel lugar que hasta aquel momento simplemente servía de cómodo refugio para mi sosiego.
La parte escritora de mi mente, y mi gusto por las historias antiguas, habían encontrado un motivo para ocuparse imaginando lo que podía haber ocurrido. Y volvía de camino a la cabaña pensando en prestar más atención a detalles de la cabaña que pudieran darme alguna información y me inspiraran cargado con una mochila y un par de bolsas cuando mi cabeza dejo de centrarse en las fantasías según la cuesta de la empinada carretera iba aumentando.
El urbanita acostumbrado a las lisas aceras de la ciudad, no tuvo más remedio que pararse a respirar unos segundos antes afrontar la parte más dura del recorrido pensando en volver otro día a intentar conseguir más detalles, pero sin cargar con tanta compra a la vuelta.
Me disponía a continuar el camino cuando el sonido de un vehículo me hizo volver la vista para ver como se acercaba por la carretera un viejo y ruidoso Land Rover que terminó por detenerse a mi altura. Una joven de grandes ojos verdes bajó su ventanilla para saludarme con cara de estar disfrutando al ver al pobre forastero de ciudad cargado y sudoroso enfrentándose a aquellas cuestas.
 - Buenos días, pareces necesitar un poco de ayuda.
 - La verdad es que no me vendría nada mal.
 - Sube, me pilla de camino dejarte en la cabaña.
 . Gracias, te lo agradezco mucho. La próxima vez cargaré menos compra. Me llamo Michel, aunque por lo visto, aquí soy bastante conocido.
 - Claro, eres la gran novedad de las últimas semanas. Lo normal es que se alojen parejas que se quedan pocos días y no aparecen por el pueblo. Tú ya llevas varias semanas y sales habitualmente de la casa... Pero disculpa mis modales, me llamo Sonia, aunque por aquí siempre me ha llamado Xana...
 - Encantado Xana, y agradecido por tu oportuna aparición. No pensaba que hubiera gente joven por aquí.
 - No te equivocas. Soy la única en el pueblo y en los alrededores. Cuando terminé la carrera de medicina volví para ocuparme de mis abuelos y cuando ellos murieron me di cuenta de que no echaba de menos la vida en la capital. Y aquí sigo, tranquila, sola y feliz.
 - Vaya, envidio que lo hayas tenido tan claro. Yo tardé muchos años en aceptar que la ciudad me estaba consumiendo, y aún estoy en fase de asumirlo.
 - Cada uno tiene su proceso. Seguro que tomarás el camino correcto. Por ahora, disfruta del momento, que también tiene su importancia. Ya ves, hasta una empinada cuesta tiene solución imprevista, y ya estás en casa con tu compra.
 - Pues se me ha hecho corto. No sé cómo darte las gracias, ¿qué tal un café recién hecho?
 - Suena tentador, y casi nunca rechazo un buen café, pero hoy es imposible... queda pendiente para otra ocasión, no lo dudes...
 - Será un placer, ¿me das tu teléfono y te llamo?
 - ¡Jajaja!, sigues con las costumbres de la ciudad. Aquí no hacen falta móviles, pero no te preocupes, vendré a por ese café...
Cerró la puerta del todoterreno y se alejó con una sonrisa, y yo me quedé con una intriga más revoloteando en mi cabeza, y mientras colocaba la compra, no lograba sacar de mi mente aquella mirada deslumbrante. Había encontrado un aliciente más en aquel apartado rincón del mundo que no dejaba de envolverme con sus mágicas sorpresas.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

miércoles, 5 de febrero de 2020

PASO A PASO.

Quítale la ropa con la ilusión con la que desenvuelves el regalo más deseado.

Baja sus braguitas con la pasión que pone un viejo pirata cuando abre el cofre del tesoro.

Saborea su cálido vientre como si bebieras de la fuente de la eterna juventud.

Entra en ella con la devoción de quien entra por primera vez en el más sagrado de los templos.

Entrégate a compartir esa inigualable magia en la que dos cuerpos se convierten en un único e inseparable ser.

Disfruta de ser parte de esa comunión de almas en la que los sentidos se multiplican y el deseo se vuelve la más deliciosa de las locuras.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados