viernes, 12 de mayo de 2023

LAURA. (CAPÍTULO TERCERO)

Una mujer segura de sí misma, sin complejos y con la determinación y la firmeza como banderas no podía entender esa inquietante sensación provocada por un desconocido que ahora se había convertido en vecino de puerta. 
Solo conocía su nombre, su innegable atractivo y su penetrante mirada. Muy pocos datos, muchos interrogantes para que ella, acostumbrada a controlar cualquier tipo de situación, llevara varios días alterada sin saber como reaccionar en caso de encontrarse cara a cara con él en algún lugar del edificio. 
Había llegado incluso a detenerse a mirar por la mirilla de la puerta antes de salir de casa para evitar coincidir en el rellano. Una incomprensible actitud que la sacaba de sus casillas. 
Por otra parte, las hormonas parecían haber decidido hacer un reinicio por su cuenta y regresar a tiempos de adolescencia logrando que su cuerpo y su mente estuvieran continuamente en estado de sensibilidad superlativa. Siempre había sido una mujer con un gusto especial para la lencería y las prendas delicadas. Nunca había rechazado cuidarse, acariciarse ni mimar su cuerpo disfrutando con placer de su sexualidad, pero en los últimos días, parecía que su ardiente cuerpo necesitaba el triple de atenciones.
En la ducha, en la cama, en el sofá, incluso esa misma mañana, en la cocina mientras la cafetera terminaba de llenar la taza, un incontrolable deseo la llevaba a dejar volar su imaginación hacia tórridos escenarios. Sus manos acababan en busca de esos rincones con decisión hasta terminar retorciéndose entre gemidos en golosos orgasmos con la imagen de ese vecino que en sus fantasías tenía poco de angelical y mucho de demonio seductor.
Un rato después de ese "desayuno especial", con la piel aún erizada, tocaba saborear el momento de vestirse frente al espejo del dormitorio gustándose, sintiendo el roce de cada prenda en su sensible y travieso cuerpo para luego salir a la calle rumbo al trabajo sin poder evitar pararse en la puerta para descubrir a través de la mirilla que Ángel estaba esperando el ascensor.
Paralizada, casi temblando, notando un nervioso rubor en las mejillas, esperó a que el ascensor se cerrara y él desapareciera. Por fin se atrevió a salir reconociendo lo ridículo de una situación que la mantenía en un estado tan desconocido para ella. 
Luego, mientras esperaba que el ascensor volviera a subir, por un fugaz instante pensó en bajar por las escaleras por si él hubiera subido de nuevo. Pero se obligó a no sucumbir a ese momento de pánico y pudo respirar aliviada al ver el ascensor vacío tras abrirse la puerta. 
Se prometió que aquello tenía que acabarse y sabía que estaba en sus manos hacer algo al respecto. Un firme propósito que aumentó cuando el inconfundible olor a desodorante y perfume varonil la rodeo por completo en aquel reducido espacio. Inspiró profundamente buscando llenarse con aquel aroma embriagador. Si mente pasó de inmediato a soñar con despertarse desnuda en su cama empapada con tan deliciosa fragancia y su cuerpo respondió con una oleada de calor. 
Cuando se sentó en el coche, pudo sentir claramente los efectos de ese calor en el pequeño tanga negro que pocos minutos antes había elegido en su habitación.
De nuevo tremendamente excitada por su culpa. De nuevo diciéndose que era necesario tomar las riendas y actuar en consecuencia a lo que su cabeza y su ardiente piel reclamaban. No sería mentalmente saludable alargar esa sensación.

MICHEL GARCÍA 
LEGNA LOBO NEGRO 

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