martes, 22 de septiembre de 2020

DEDICATORIA.

Conozco a Leny desde hace unos quince años. Yo tenía veintiséis y trabajaba en el alamcén de una distribuidora de prensa, y ella era la hija de diecisiete años de mi encargado. 
Cada viernes, bajaba por la tarde a buscar a su padre y yo no podía apartar la vista de aquella efervescente criatura que lo revolucionaba todo con su frescura adolescente.
Fueron tardes de miradas y sonrisas. Momentos disfrutados de manera natural desde la ternura de una inocente complicidad sin llegar siquiera a cruzar palabras. Momentos tiernos que se quedaron grabados en mi mente y que se convirtieron con el tiempo en dulces recuerdos creados con sinceridad y cariño.
Pasaron las semanas sin que hubiera nada más. Mi contrato de trabajo estaba a punto de terminar y surgió la oportunidad de un cambio con mejores condiciones en otra empresa y decidí aprovecharla. 
Cambio de ciudad, nuevo trabajo, nuevas rutinas, pero en cuanto podía volvía de visita a ver a la familia y pasaba por el pub a compartir unas cervezas con los colegas futboleros de siempre. Y aunque nunca supe más de Leny, aquellos tiernos recuerdos seguían en mi cabeza y no me olvidaba de aquella deliciosa mujercita de sonrisa hechicera.
En una de aquellas visitas casi tres años después, entré en el pub buscando las caras conocidas de mis amigos y reconocí a aquella inolvidable sonrisa tras la barra. Ya no era una adolescente, pero conservaba la misma imagen deslumbrante que yo tenía grabada. Me reconoció al instante y en cuanto pudo, corrió a abrazarme y a llenarme de besos.
Era la primera vez que sentía su aroma tan cerca y la cálida magia de sus labios en mi piel. Un instante imborrable que pasó automáticamente a la carpeta de recuerdos de mi cabeza. 
Luego pudimos charlar un rato y ella mostró de nuevo su alegría por el reencuentro y confesó que siempre había disfrutado de aquellas tardes de viernes y que soñaba con volver a vernos algún día. Pero tenía pareja, y yo debía irme en unos días, así que nos vimos un par de veces en el pub, y prometiendo volver a vernos, nos despedimos con un largo y apretado abrazo, uno de esos fuertes y sinceros que te estremecen por dentro.
El tiempo siguió con su imparable trascurrir y aunque volví de visita algunas veces y pasé por el pub, ella ya no estaba allí. Perdí de nuevo su pista y unos años después, otro cambio de trabajo me hizo regresar a casa. Conocí una chica con la que llegué a convivir casi cinco años y en mitad de esa relación, el universo la puso otra vez en mi camino. Esa vez era yo quien tenía pareja y ella la que estaba sola, y aunque el reencuentro y el abrazo fueron mágicos y electrizantes, no hubo tiempo ni ocasión para más. Eso si, esta vez intercambiamos teléfonos y redes sociales y eso nos permitió mantener un ligero contacto virtual que nos permitió al menos saber el uno del otro.
Otro sorprendente y bonito encuentro en el que su aroma se quedó pegado a mi piel durante días y que me hacía soñar con aquella divina criatura que una vez más se cruzaba en mi camino para desaparecer dejándome la sensación de tener una cuenta pendiente que resolver.
Siguieron pasando meses, años, con saludos por cumpleaños y fiestas señaladas a través de las redes, y siempre con un "tenemos un café pendiente". Hubo otras parejas, otros trabajos, otras circunstancias en nuestras vidas que iban rellenando el calendario sin nada estable o duradero.
Hasta que hace un par de semanas recibí un mensaje suyo. Una foto suya con el libro que yo había publicado unos meses atrás. Una preciosa y excitante foto, ¡mis letras en sus manos!
Al momento llegó otro mensaje diciendo que no podía ser que ese libro no tuviera una dedicatoria especial, que buscase un hueco para vernos y firmárselo.
Así que ayer, a las siete de la tarde, entró en mi apartamento con su sonrisa deslumbrante, con un ajustado y corto vestido negro que resaltaba aún más su impresionante figura. Y nos abrazamos y nos besamos con hambre atrasada. 
Ambos libres, sin parejas ni compromisos, por fin solos y enredados deseando dar rienda suelta a esa atracción contenida durante tantos años. Compartimos besos con sabor a vino tinto, le firmé el libro y confesé mis ganas de firmar todo su cuerpo mientras ella se pegaba a mí y susurraba que aquel juego de miradas en su adolescencia la había hecho sentirse mujer y que las letras de mis relatos habían logrado que recordara de nuevo aquellas tardes de viernes erizando su cuerpo y excitando su mente.
Mi boca buscó la suya haciéndola callar y mis manos comenzaron a jugar bajo su vestido para luego terminar por dejarlo en el suelo junto a mi ropa y subir las escaleras tras ella relamiéndome con la excitante imagen de aquel mínimo tanga negro que adornaba su hermoso culo.
Y cuando por fin llegamos a la habitación, solo pude arrodillarme frente a ella y besar lenta y apasionadamente aquel pequeño y empapado triángulo de encaje negro y pedir permiso para quitárselo.
Y ella, entre jadeos, con sus dedos enredados en mi pelo, contestó que si, que estaba tardando en hacerlo, que no me imaginaba la cantidad de noches que había soñado con tenerme así, rendido, entregado y dispuesto a hacer realidad todas sus fantasías. Y ya no hubo palabras, nuestros cuerpos se enredaron y encajaron sin necesidad de más explicaciones. Ansiosos por gozar sin límites, las horas fueron pasando hasta que el agotamiento nos hizo quedar profundamente dormidos. 
Y aquí estoy, poniendo letras a esta historia al lado de la cama donde ella duerme desnuda entre sábanas revueltas con ese cuerpo de diosa y esa carita de niña inocente que sueña con angelitos. Nadie diría que es la misma que hace unas horas se retorcía completamente encendida gritando y suplicando que no se me ocurriera parar, que quería ser mi obediente y viciosa hembra el resto de su vida... 
Y no seré yo quien le lleve la contraria...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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