viernes, 28 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (QUINTA PARTE)

Si a mi facilidad para inventar historias y escenarios de ficción le sumamos las horas pasadas entre las piernas de aquella insaciable hembra, el resultado no podía ser otro que un doloroso estado de lujuriosa ansiedad. Necesitaba volver a verla y entregarme a ser poseído por el sublime y frenético ritmo de sus caderas.
Las horas se volvieron eternas encerrado en la cabaña, y pasados unos cuantos días, comencé a sentirme como un animal enjaulado. La recomendación de la sargento fue suficiente al principio, pero a la semana siguiente, no podía dejar de pensar en salir a estirar las piernas.
Al final, una mañana en la que la niebla se había levantado dando paso a un espectacular día primaveral, me decidí a dar un pequeño paseo sin alejarme mucho de la cabaña.
El aire fresco y los olores del bosque enseguida funcionaron como el necesario reconstituyente que animó mi cuerpo y despejó mi cabeza, logrando que me olvidara por un rato de tan obsesivos recuerdos y de las historias de lobos que merodeaban la zona. Tampoco tuve la extraña sensación de otras veces con aquella enigmática presencia, y fui dejándome llevar por la agradable calma que volvía a sentir hasta adentrarme en el bosque y llegar a un pequeño río que había visto otras veces desde lejos.
Allí, la frescura del ambiente y el rítmico murmullo del agua, terminaron por envolverme. Caminé un rato río arriba sin más objetivo que tratar de disfrutar de aquel bucólico paraje, y cuando el terreno empezó a volverse más pendiente y el río se iba transformando en arroyo, encontré una gran roca redondeada en su parte baja por la fuerza del agua.
Por el tamaño y la gran erosión que presentaba, aquella mole de piedra debía llevar mucho tiempo allí. La curiosidad me llevó a rodearla y a descubrir una especie de escalones, y no dudé en comenzar a subirlos. Una vez sobre ella, hallé algo parecido a un pequeño altar formado por dos bloques y una losa perfectamente labrados y decorados con grabados y símbolos entre los que solo pude reconocer algunos trisqueles y formas circulares parecidas a las que se usaban en los calendarios para las fases lunares.
Lo único claro es que era algo hecho por la mano del hombre. El significado, la utilidad, ya se escapan a mi capacidad de entendimiento, pero aquel lugar transmitía unas vibraciones especiales que me hicieron sentir muy bien, y desde allí arriba, las vistas de los alrededores adquirían una perspectiva especial y diferente.
Pude seguir el curso del río y apreciar que un tramo más abajo, tras un enorme roble, había un pequeño puente de madera que permitía pasar al otro lado y continuar por un sendero que se adentraba en la parte más boscosa y agreste del monte. Extasiado contemplando el paisaje, el relajante momento se rompió de repente al percibir claramente la silueta de aquella figura encapuchada que tan familiar me resultaba. Todos mis músculos se tensaron y pensé en gritar su nombre y hacer gestos para que ella me viera, pero ni un susurro salió de mi garganta, así que seguí con la vista el posible recorrido que tendría que seguir para comprobar que, casi con total seguridad, terminaría por cruzar el puente que acababa de descubrir.
Logré que mis piernas respondieran y bajé de mi privilegiada atalaya para correr hacia el gran roble con la idea de sorprenderla cuando ella llegase. Con el corazón latiendo aceleradamente, rodeé el viejo tronco con una sonrisa en la cara que se quedó petrificada al encontrarme frente a frente con la imponente figura de un grandioso lobo gris.
Parecía tan asombrado como yo, pero, evidentemente, no tan asustado y paralizado. Comenzó a moverse de izquierda a derecha sin dejar de mirarme con sus brillantes ojos verdes y yo me quedé inmóvil con las palabras de la sargento alborotando en mi cabeza. No podía pensar en otra cosa que no fuera en tratar de hacer creer a aquella impresionante criatura que yo no suponía ningún tipo de amenaza para él.
Mis piernas temblaban y el sudor corría por mi espalda, y de forma inconsciente, acabé por caer arrodillado sin poder apartar la vista de aquella hipnótica mirada. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero pareció ser eficaz, y al menos resultó tranquilizador verle quedarse quieto y adoptar una postura similar a la mía.
Puedo asegurar que fueron los minutos más tensos y largos de mi vida, hasta que el ruido de alguien arrancando una motosierra a lo lejos hizo que ambos girásemos la cabeza en dirección al lugar de donde provenía el sonido. Apenas unos breves segundos, suficientes para que cuando volví a mirar al frente ya no hubiera rastro de su presencia.
Tardé un buen rato en reunir fuerzas para levantarme y alejarme de allí pensando en llegar a casa lo más rápidamente posible, sin poder frenar el alocado latir de mi pecho que me obligaba a volver la vista atrás temiendo encontrarlo de nuevo tras mis pasos.
Por fin, llegué a la cabaña, y después de asegurarme de que puertas y ventanas estaban bien cerradas, me desplomé en el sofá con todos los pelos de mi cuerpo erizados, y con la angustiosa sensación de que la diosa fortuna se había puesto de mi lado en el momento más oportuno.

Continuara...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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2 comentarios:

  1. Otra puesta a punto en escena SENCILLAMENTE IMPRESIONANTE.Posee mucha carga de muchas emociones simultáneas. Y esa influencia,por supuesto, siempre...NORDICA.

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