jueves, 13 de febrero de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA.

Con los años vamos acumulando experiencias y vivencias, y aunque algunas sean inolvidables, no siempre se traducen en sabiduría. En la mayoría de las ocasiones, vamos sumando errores y aciertos sin tener tiempo a analizarlos o valorarlos, y tras uno de ellos, llega otro, y otra obligación laboral, y compromisos sociales, y responsabilidades familiares que nos van convirtiendo en simples consumidores de tiempo.
Y los años van cayendo, y un día te das cuenta de que no volverán, y descubres que ya ni siquiera hay sueños en tu vida, que los has sustituido por una recopilación de recuerdos.
En uno de esos momentos de lúcida y triste reflexión, fui capaz de aceptar esa realidad y de convencerme de poner algo de mi parte para, intentar al menos, romper con esa dinámica de vivir en automático.
La solución nunca es sencilla ni llega de repente, pero recordé que el camino siempre empieza por un primer paso. Así que reuní fuerzas y decidí tomarme un merecido tiempo para mí, y aunque supuso algún que otro quebradero de cabeza y más de un enfrentamiento con aquellos que no entendían mi firme decisión, pude por fin escapar y desconectar de la rutina en que se habían convertido los últimos seis años de mi vida.
Una solitaria casita en un pequeño pueblo apartado en las montañas acondicionada como alojamiento rural para escapadas románticas se convirtió en el refugio ideal para desconectar, retomar sensaciones y el descanso necesario.
Los primeros días, a pesar de sentirme raro al principio, volví a dormir las mañanas, volví a recuperar el placentero vicio de las largas siestas liberado de la esclavitud de ese maligno invento llamado reloj.
Poco a poco fui regulando los ritmos del sueño, y aunque las noches las ocupaba con libros y películas que habían ido quedando en espera de tiempo para ello, mi cuerpo se acostumbró a despertar por si solo y eso me llevó a dedicar unas horas cada mañana a caminatas por los alrededores disfrutando de la paz que los paisajes naturales de aquel verde valle me iban trasmitiendo lejos del asfalto. Fui volviendo a sentir el placer de la respiración y dejándome embriagar por aromas imposibles de apreciar en la vida urbana. Vida sana, lectura, horas de sueño atrasadas... un pequeño paraíso que mi cuerpo y mi mente agradecían placenteramente...
El atardecer y las primeras horas nocturnas pronto se convirtieron también en momentos adecuados para disfrutar de paseos con la magia de la luz de la luna como compañía. Paseos cortos para no caer en el error de perderme por senderos con los que no estaba aún familiarizado en los que aparecía habitualmente la sensación de una presencia que, de alguna manera, vigilaba mis pasos. Y aunque nunca tuve la percepción de que fuera algo peligroso o amenazante, y posiblemente sería algún animal sorprendido y asustado por mi presencia, comenzó a inquietarme el hecho de notarla en cuanto me alejaba unos pocos metros del camino principal que llevaba a la casa.
Según pasaban los días, la calma, y sobre todo, la ausencia de horarios que cumplir, hizo que mi cabeza volviera a la abandonada costumbre de escribir. Y me reconfortó el ver que volvía a juntar palabras de una manera tan sencilla y natural como si no hubiera dejado de hacerlo.
Volvía a ser yo mismo. Y me gustaban las sensaciones que volvía a sentir.
Enfrascado en mi placentero reencuentro conmigo mismo, y aunque había llevado provisiones para bastante tiempo, llegó el momento de acercarme al pueblo. Ya me había informado que allí encontraría un pequeño bar que hacía las funciones de tienda y centro social donde podría reponer lo que fuera necesitando. Así que el paseo de esa mañana me llevo en busca de comestibles, tabaco y café, para terminar con una cerveza y una ojeada a la prensa que me permitió ponerme al día de las noticias y confirmar que el mundo seguía girando sin mí y que no añoraba nada de aquella vertiginosa vida.
Me sorprendió gratamente la amabilidad y las sinceras sonrisas de aquella gente que parecían encantados con la presencia de un solitario forastero que se alojaba en "la cabaña de la molinera".
De esa manera descubrí que así se llamaba la casa que ocupaba, y así me enteré de que era un antiguo molino de agua que los herederos de la molinera habían transformado en alojamiento rural para luego venderlo a una agencia de viajes.
No hizo falta más que una ronda de vinos para que aquellos tres parroquianos soltaran la lengua y contaran detalles de un enfrentamiento familiar entre los nietos de la molinera por la herencia, y pude saber de disputas entre primos más interesados en sacar tajada que en mantener el antiguo negocio que aquella enigmática mujer, cuyo nombre parecían no querer mencionar, había levantado y gestionado tantos años. Me contaron como incluso habían llegado a las manos en alguna ocasión, y que había tenido que intervenir la Guardia Civil para evitar males mayores. Al parecer, al final, uno de ellos había pagado la parte de los otros, y tras unos meses de reformas, consiguió venderlo todo para luego desaparecer al igual que el resto de la familia.
Y aunque no supieron, o no quisieron contarme más detalles, lograron despertar mi curiosidad por aquel lugar que hasta aquel momento simplemente servía de cómodo refugio para mi sosiego.
La parte escritora de mi mente, y mi gusto por las historias antiguas, habían encontrado un motivo para ocuparse imaginando lo que podía haber ocurrido. Y volvía de camino a la cabaña pensando en prestar más atención a detalles de la cabaña que pudieran darme alguna información y me inspiraran cargado con una mochila y un par de bolsas cuando mi cabeza dejo de centrarse en las fantasías según la cuesta de la empinada carretera iba aumentando.
El urbanita acostumbrado a las lisas aceras de la ciudad, no tuvo más remedio que pararse a respirar unos segundos antes afrontar la parte más dura del recorrido pensando en volver otro día a intentar conseguir más detalles, pero sin cargar con tanta compra a la vuelta.
Me disponía a continuar el camino cuando el sonido de un vehículo me hizo volver la vista para ver como se acercaba por la carretera un viejo y ruidoso Land Rover que terminó por detenerse a mi altura. Una joven de grandes ojos verdes bajó su ventanilla para saludarme con cara de estar disfrutando al ver al pobre forastero de ciudad cargado y sudoroso enfrentándose a aquellas cuestas.
 - Buenos días, pareces necesitar un poco de ayuda.
 - La verdad es que no me vendría nada mal.
 - Sube, me pilla de camino dejarte en la cabaña.
 . Gracias, te lo agradezco mucho. La próxima vez cargaré menos compra. Me llamo Michel, aunque por lo visto, aquí soy bastante conocido.
 - Claro, eres la gran novedad de las últimas semanas. Lo normal es que se alojen parejas que se quedan pocos días y no aparecen por el pueblo. Tú ya llevas varias semanas y sales habitualmente de la casa... Pero disculpa mis modales, me llamo Sonia, aunque por aquí siempre me ha llamado Xana...
 - Encantado Xana, y agradecido por tu oportuna aparición. No pensaba que hubiera gente joven por aquí.
 - No te equivocas. Soy la única en el pueblo y en los alrededores. Cuando terminé la carrera de medicina volví para ocuparme de mis abuelos y cuando ellos murieron me di cuenta de que no echaba de menos la vida en la capital. Y aquí sigo, tranquila, sola y feliz.
 - Vaya, envidio que lo hayas tenido tan claro. Yo tardé muchos años en aceptar que la ciudad me estaba consumiendo, y aún estoy en fase de asumirlo.
 - Cada uno tiene su proceso. Seguro que tomarás el camino correcto. Por ahora, disfruta del momento, que también tiene su importancia. Ya ves, hasta una empinada cuesta tiene solución imprevista, y ya estás en casa con tu compra.
 - Pues se me ha hecho corto. No sé cómo darte las gracias, ¿qué tal un café recién hecho?
 - Suena tentador, y casi nunca rechazo un buen café, pero hoy es imposible... queda pendiente para otra ocasión, no lo dudes...
 - Será un placer, ¿me das tu teléfono y te llamo?
 - ¡Jajaja!, sigues con las costumbres de la ciudad. Aquí no hacen falta móviles, pero no te preocupes, vendré a por ese café...
Cerró la puerta del todoterreno y se alejó con una sonrisa, y yo me quedé con una intriga más revoloteando en mi cabeza, y mientras colocaba la compra, no lograba sacar de mi mente aquella mirada deslumbrante. Había encontrado un aliciente más en aquel apartado rincón del mundo que no dejaba de envolverme con sus mágicas sorpresas.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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