sábado, 7 de marzo de 2020

MANOS TRAVIESAS.

Sus manos traviesas la hacían estremecer con perversas caricias que encendían su cuerpo llevándola al paraíso de los sentidos. Sus dedos conocían con precisión los puntos adecuados para hacerla temblar entre suspiros.

Las mismas manos que escribían palabras capaces de excitar su mente, tenían el poder de erizar cada poro de su piel y hacerla explotar con increíble facilidad.

Pero hoy había obligaciones que atender. Él tenía que irse y ella no podía quedarse.

La llevaba a casa en su coche, y cada semáforo se volvía una deliciosa oportunidad para recorrer sus muslos por encima del pantalón. Ella se dejaba acariciar con gusto, disfrutando de aquellos dedos que se acercaban cada vez más al creciente calor que nacía entre sus piernas, y él gozaba viendo brillar su mirada mientras ella separaba un poco más sus piernas invitándole a seguir.

Una deliciosa tortura que la estaba obligando a taparse la boca para no gemir escandalosamente. Una tortura aceptada y saboreada con la intensidad que permitía la situación y que la hacía desear que el coche no se detuviera en toda la noche.

Al llegar al portal, sus bocas se buscaron ansiosamente en un intenso y deseado beso que les hizo estremecer. Por un momento pasó por sus cabezas la idea de olvidarse de todo y entregarse a la desenfrenada lujuria, pero había que mantener la cordura y ella se despidió entre jadeos susurrándole que le odiaba por dejarla así, que tendría que recompensarla.

Y se bajó del coche, y le miró con esa sonrisa cómplice de los amantes que se entienden sin palabras.

En cada uno de los cuatro escalones que la llevaban al ascensor, sintió como la empapada tela de su tanga provocaba escalofríos entre sus piernas, y mientras subía a su piso, no pudo evitar que su mano acabara dentro del pantalón dominada por el deseo.

Ya en casa, directa a la ducha para abrir el grifo y que el agua se fuera calentando, y luego a la habitación a desnudarse con la idea de buscar las braguitas con vibrador que él le había regalado. Pero no pudo esperar más. Tumbada sobre la cama, sus dedos terminaron lo que los de él habían comenzado.

Y jugando con sus dedos y con el recuerdo de aquellas maravillosas caricias, llegó a un inolvidable y delicioso orgasmo, uno más de la interminable lista de placenteros momentos que despertaban sus ganas de sentirse mujer ardiente y deseada, mujer entregada a ser devorada por aquel demonio de barba canosa y traviesas manos.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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