jueves, 5 de marzo de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (SEXTA PARTE)

Inquieto, sin entender nada de aquel sorprendente encuentro, con aquella brillante mirada apareciendo en cuanto cerraba los ojos, el sofá se convirtió en la tortuosa cama de un faquir y mi cuerpo se revolvía sin encontrar postura que me ayudara a tranquilizarme.
Estaba claro que allí no encontraría las respuestas ni la calma necesaria. Y aunque la idea de salir de la cabaña parecía algo insensata, terminé por lanzarme a la carretera en dirección al pueblo. Pensaba que estar entre más gente me relajaría, pero también tenía claro que no debía hablar del tema con nadie, ya tenía bastante con la imagen de extraño solitario que hacía preguntas incómodas.
Por el camino, iba pensando en la posibilidad de llamar a la sargento. A ella si podría contarle lo ocurrido, pero supondría recibir una regañina por no hacer caso de sus recomendaciones y poco podría aportar sobre aquel impresionante animal que se había cruzado en mi camino.
Una vez en el bar, tras unas pequeñas compras para reponer mi despensa, el segundo trago de cerveza logró relajar un poco la ansiedad sin que ni la dueña ni los clientes habituales mostraran ningún tipo de interés en entablar conversación y se limitaban a rutinarios saludos marcando la distancia con clara frialdad.
Salí a fumar y a terminar la cerveza a la pequeña mesa de madera que hacía las veces de terraza contemplando como las pocas personas que pasaban fingían no fijarse en mi presencia y seguían su camino aparentando una repentina prisa por seguir con sus tareas.
Me hizo gracia ser el centro de su atención. Apostaría que les costaba entender mi presencia y que preferían pensar que tanta soledad me estaba convirtiendo en un tipo cuya cordura dejaba bastante que desear. Quizás, si fuera al revés, yo pensaría lo mismo, pero era yo quien estaba peleando con todas aquellas extrañas situaciones, y tenía que centrarme en lo que estaba pasando y tratar de encontrar la lógica necesaria en todo aquello para no terminar por volverme loco.
Terminé la cerveza y comencé el camino de vuelta pensando que podría darse de nuevo la feliz casualidad de que Xana volviera a rescatarme con su todoterreno. Fue inevitable asociar aquel recuerdo con las ardientes imágenes que aquella provocativa mujer había dejado en mi mente.
Con la cabeza en la sabrosa y suave piel de Xana, llegué sin darme cuenta a la última casa del pueblo. Allí, la carretera giraba tras la casa y avanzaba entre parajes naturales hasta llegar al camino de entrada a la cabaña. Tras la pared de la casa, un pequeño sendero daba acceso a un viejo hórreo y a un pequeño huerto, y de allí apareció de repente una anciana con un pañuelo negro en la cabeza. Me hizo señas para que me acercara, y casi susurrando...
 - Cuidado con las brujas de ojos verdes, pueden hechizar a quien se propongan. Han caído en sus redes muchos antes que usted.
Con el mismo sigilo con el que apareció, se dio media vuelta y se escabulló en las sombras que rodeaban aquella parte de la casa. Quise seguirla y llegué hasta el hórreo, pero ya no había rastro de ella, y de nuevo confundido, no tuve otra opción que regresar a la carretera.
El aturdimiento por aquellas palabras junto con la humedad de aquel sombrío sendero lograron que no midiera bien mis pasos haciendo que pisara una resbaladiza piedra para conseguir que mi cuerpo acabara por los suelos. Luego, un terrible dolor de cabeza, un líquido rojo y caliente en mi cara y la vista llena de puntitos de colores que se fueron convirtiendo en un progresivo fundido a negro.
Desperté en una camilla en algo parecido a una enfermería sin saber cuánto tiempo llevaba inconsciente y sin tener claro qué había pasado ni cómo había llegado allí. La sargento Noriega se levantó de la silla donde estaba al verme despierto y me tranquilizó diciendo que no era muy grave y que enseguida venía la doctora, para luego contarme que una vecina me había encontrado en el suelo y les había llamado, y que una ambulancia del Centro de Salud de la capital del concejo me había trasladado y atendido.
Aturdido por el golpe y los calmantes, simplemente pude balbucear un leve gracias mientras ella acariciaba mi mano y me sonreía. Sus suaves y cálidas manos me parecieron el mejor de los remedios, un reconfortante oasis después de tantas horas sometido a la tensión de extrañas experiencias.
Poco después, la doctora llegó interrumpiendo aquel remanso de paz momentánea. Una chica joven, con una rizosa melena pelirroja que destacaba sobre la bata blanca y aquella ajustada y escotada camiseta blanca. Cuando se acercó para saludarme y comprobar el vendaje de mi frente, aquel espectacular escote fijo toda la atención de mi aún confusa vista y sentí como el rubor se apoderaba de mis mejillas.
 - Buenas tardes, soy la doctora Amor Gonzalez. Por suerte, todo ha quedado en un pequeño susto, y aunque la cabeza aún dolerá unas horas, la herida es superficial y solo ha necesitado tres puntos de aproximación. Creo que si prometes quedarte tranquilo unos días y guardar un reposo relativo, la sargento te puede llevar de vuelta a casa, y por si fuera necesaria cualquier otra cosa, en el informe está el número del Centro de Salud y el mío personal, no dudes en llamarle si lo crees conveniente.
Con una delicada caricia en mi cara y un tierno beso cerca de la comisura de mis labios se despidió regalándome de nuevo una sugerente visión de su vertiginoso escote. Saludó a la sargento con un par de besos, y en aquel instante pude percibir con total claridad que había sido el saludo fraternal entre dos hermosos seres de brillantes ojos verdes.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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2 comentarios:

  1. Esperamos con deseo....ese próximo desarrollo. Como siempre,una jugada muy cautivadora de posición de personajes..Esa mente...VADA VEZ MÁS " PODEROSA"... BRILLANTE EXPOSICIÓN.

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