domingo, 22 de marzo de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (OCTAVA PARTE)

La ducha y un buen café despejaron un poco mi cabeza y pude revivir las imágenes tratando de analizarlas y encontrar algo que aportara algo de luz a tan desconcertante sueño.
Me vestí, desayuné, salí fuera con otro café y un cigarrillo, aún estaba amaneciendo.
No podía pensar en otra cosa que no fuera recordar cada segundo de aquella pesadilla y trataba de dar marcha atrás mentalmente para repasar con detalle todo lo ocurrido en los últimos días.
Estaba claro que no se trataba de simples coincidencias, que todo estaba relacionado de algún desconcertante modo. Un gran puzle que no terminaba de encajar y que me hacía pensar que algo se me escapaba, o quizás, aún faltaban piezas por descubrir.
No se me ocurría que más podía pasar para que encontrara la clave que completase aquel rompecabezas en el que me había metido sin haberlo buscado.
La cabeza seguía retumbando por el golpe y por la pesadilla, y tras una dosis de calmantes, cerré los ojos en el sofá. El cansancio hizo el resto para llevarme al descanso que mi cuerpo reclamaba.
No podría decir cuento tiempo pasó hasta que el ruido de un coche me devolvió a la realidad. Aún medio mareado, me levanté con cuidado y me acerqué a la puerta pensando que sería la sargento que venía a ver como estaba.
Una nueva e inesperada visita se bajaba de un lujoso coche sorprendiendo mi medio borrosa mirada. Gloria, directora de ventas del departamento comercial, mi jefa directa, la que llevaba semanas mandándome mensajes para que reconsiderase mi decisión de tomarme un tiempo apartado de aquel mundo.
Tan elegante y arreglada como siempre, capaz de resaltar incluso fuera de su entorno habitual, se acercaba sonriendo con esa seguridad con la que conseguía poner a todo el mundo en estado de alerta.
 - Aún sabiendo que venir puede haber sido en vano, no podía resistirme a un último intento y tener al menos el placer de verte.
 - Agradezco tu visita, de verdad. Al menos, tomaremos un café, pero sigo pensando igual que las veces que hablamos por teléfono.
Tras un par de sinceros besos y un cálido abrazo que alejó por un instante los fantasmas de mi cabeza, pasamos dentro. Preparé café mientras ella me hablaba de lo difícil que le estaba resultando mantener las cifras sin contar con su mejor vendedor. Decía que no encontraba un sustituto que mantuviera los resultados, que yo era su tabla de salvación para cerrar el año sin que desde arriba la presionaran.
Me senté a su lado, compartiendo mesa y café como tantas mañanas habíamos hecho. Agradecí sus halagos y la miré a los ojos para recalcar con firmeza que mi vida ya no era aquella, que ahora estaba disfrutando de mi tiempo, de mi realidad, y que me ahogaría si volviese a ese mundo.
Agarré su mano, y por primera vez en muchos años trabajando codo con codo a sus órdenes, vi en su mirada una especie de fragilidad. O estaba realmente preocupada pos su situación, o estaba representando el mejor papel de su vida.
 - Bueno, tenía que intentarlo, y venía preparada para darte lo que pidieras, y mejorarlo incluso, pero creo entender que no estás dispuesto ni a escuchar mis propuestas, así que, disfrutemos del café... buenísimo por cierto...
 - Gracias por comprenderlo. Sería incómodo y pesado que insistieras en algo que tengo tan claro en este momento.
 - Está bien. Brindo por ti, por tus logros, y por el placer de tenerte cerca otra vez.
Terminamos el café. Ella se quitó la chaqueta y pude contemplar claramente como se insinuaba el sujetador bajo su casi transparente camisa negra. Nunca me había parado a mirarla así, era mi superiora, jamás me había fijado en ella físicamente.
Se puso de pie y se levantó la ajustada falda de tubo. Lo suficiente para poder sentarse a horcajadas sobre mí y que yo pudiera admirar el final de sus medias.
 - Visto que no voy a volver a ser tu jefa, deja que al menos haga realidad la fantasía que me asaltaba cada mañana en esas reuniones de trabajo en las que me moría por no poder tocarte a pesar de tenerte tan cerca.
No tuve tiempo ni para sorprenderme. Comenzó a comerme la boca de manera apasionada y salvaje, me quitó la camiseta, mordió mi cuello jadeando... y aquel húmedo calor apretándose contra mi bragueta...
Un cúmulo de ardientes sensaciones que multiplicaron la excitación que mi cuerpo acumulaba tras la noche pasada. Mi mente se quedó en blanco y mi cuerpo tomó el control guiado por el deseo para levantarme de la silla, sentarla sobre la mesa y arrancarle la ropa sin pensar en nada más que en poseer aquel cuerpo encendido que se entregaba con evidentes muestras de querer ver cumplidos sus más inconfesables y pecaminosos sueños.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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