lunes, 29 de mayo de 2017

CURVAS...

Ella era una mujer pantera, de esas que provocan esguinces cervicales cuando caminan derritiendo las aceras sobre sus infinitos tacones.
Yo, un incorregible soñador, empeñado en la incansable tarea de encontrar la curva perfecta donde mis manos encajen a la perfección.
Como era de esperar, cuando ese pecaminoso caminar suyo se cruzó en mi camino, ya no hubo más alternativa que terminar derrapando sobre esas curvas hasta conseguir aprenderme cada recorrido con la ilusión de quien descubre nuevas rutas en las que navegar.
Y ella se dejaba recorrer sacando a relucir sus armas de mujer guerrera, acostumbrada al seductor juego de hacerte creer que eres tu quien la conquista...
Y yo me dejaba engatusar, y seguía su delicioso juego aceptando el papel que me permitía continuar saboreando cada rincón de su joven y golosa piel.
Mis manos encontraron rápidamente la manera adecuada de acariciar lujuriosamente los vibrantes poros de una piel creada para ser gozada de todas las posibles formas que mi apasionada y perversa mente podía llegar a imaginar, buscando entre sus piernas el indescriptible placer que encontraba al ser suyo y sentirla mía. Y en esos momentos, descubría la sinceridad con la que ella también se entregaba a ser mujer, y en esos momentos, no había roles, ni papeles, ni actuaciones. No había conquistador ni conquistado.
Solo nos preocupaba sentir y compartir la magia de ser un hombre y una mujer enredados en una sinfonía de ardorosos cuerpos, dominados por la locura de llegar a la máxima comunión posible entre dos amantes temerosos ante la posibilidad de tener que reconocer una pizca de sentimientos que les recuerde la fragilidad que conlleva abrir el corazón a eso que algunos llaman amor.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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