viernes, 22 de enero de 2021

MIRADAS QUE ACARICIAN.

Me encanta mirarte el culo. Adoro recorrer con la mirada esas hermosas nalgas redondas planeando como llenarlas de besos y mordiscos.

Y me gusta hacerlo a todas horas. Tanto si vas vestida, o en tanga, o desnuda. Y sobre todo, con descaro, sin preocuparme por disimular.

Si estas entretenida en otras cosas, disfruto el momento con la atención y la devoción que se merece tan exquisita imagen. Sin prisa, saboreando cada segundo golosamente, sabiendo que en algún momento te darás cuenta y sonreirás nerviosamente, y puedo apostar que harás como si no te hubieras enterado, y seguirás aparentando estar distraída para que siga acariciándote con la mirada.

Pero tus movimientos te delatarán y sabré que un cálido cosquilleo recorre tu piel estremeciendo tu cuerpo mientras la humedad crece entre tus piernas al saberte deseada y admirada.

No hay duda. El maravilloso espectáculo irá volviéndose más interesante y mis ojos lo agradecerán con la perversa certeza de saber que el resto de los sentidos entrarán en breves en juego, hasta llevarnos a poseernos insaciablemente durante ardientes e inolvidables horas.

Y será, como siempre, culpa de tu hermoso y apetecible culo.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

domingo, 10 de enero de 2021

QUEDAMOS A LAS SIETE Y MEDIA.

Me extraña un poco no verte al entrar en la cafetería en la que habíamos quedado. Miro el reloj, y si, son las siete y media, y sonrío pensando que por una vez soy yo la puntual.
Imagino que estarás a punto de llegar mosqueado con el tráfico de la tarde y busco mesa para esperarte. Al momento se acerca la camarera de siempre.
 - Buenas tardes. Eres Bega y quedaste con Michel, ¿no?
Contesto que si un poco sorprendida.
 - Estuvo aquí hace un rato. Me dijo que tomaras lo que quisieras, que él llegaría un poco más tarde, y me pidió que te diera este sobre.
El misterioso encargo despierta una nerviosa curiosidad, y mientras espero por el vino que he pedido, observo el acolchado sobre marrón con tu firma como única referencia.
Inquieta, espero impaciente a que la chica me sirva el Albariño sin atreverme a abrirlo delante de ella. Pero en cuanto se vuelve a la barra le doy un buen trago a la copa y mis temblorosos dedos comienzan a despegar el precinto lateral sin poder esperar más.
Miro dentro y sonrío encantada al ver unas preciosas braguitas blancas con encajes, transparencias y tentadores lacitos. Puedo ver sin sacarlas (no es plan hacerlo allí en medio) que son muy bonitas y sugerentes, justo como esas con las que tanto te gusta verme.
Pensar y recordar esas miradas tuyas hace que un ligero cosquilleo recorra mi cuerpo y vuelvo a mirar dentro del sobre descubriendo una nota con tu inconfundible letra.
"Llego tarde. Siento hacerte esperar, pero así tendrás tiempo para ir al baño y cambiarte. Quiero que estrenes tu regalo ya mismo, para que cuando te vea pueda relamerme sabiendo que las llevas puestas. Será un delicioso placer mirarte y comprobar lo bien que te quedan. Guarda las que traes en el sobre para regalármelas. Te deseo Milady"
El cosquilleo se acaba de convertir en sofoco, y el sofoco da paso en un instante a una cálida humedad entre las piernas. ¡Mi perverso demonio y sus excitantes juegos!
Intento disimular el acaloramiento que tu traviesa nota acaba de provocarme con otro trago de vino. Levanto la vista mirando hacia la calle y se me pasa por la cabeza la idea de que eres capaz de estar allí afuera observando mi reacción a través de la cristalera del bar. Pero no parece que sea así. Quizás mi mente empieza a contagiarse y ya se me ocurren ideas tan diabólicas como las tuyas.
Un sorbo a la copa para armarme de valor e ir al baño a cumplir tu maliciosa petición. Y cuando vuelvo a la mesa encendida y excitada, allí estás tú, sonriendo pícaramente, siguiendo mi nervioso caminar con la mirada con cara de estar disfrutando golosamente del momento.
Me tiemblan un poco las piernas al sentarme a tu lado y sentirte tan cerca. Un delicado beso en mis labios acelera aún más mi respiración.
Te guardas el sobre donde he guardado el tanga negro que llevaba puesto y me pides que termine el vino y nos vayamos, que te mueres por llegar a casa y quitarme toda la ropa... menos las nuevas braguitas...
Y obedezco sin que tengas que volver a pedírmelo. Yo también deseo llegar a casa y ser cómplice de esa nueva travesura que has planeado, y dejar que me vuelvas loca una noche más.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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viernes, 8 de enero de 2021

VIERNES NOCHE.

Me esperas de pie al lado de la cama con tus zapatos de tacón de aguja y con la chaqueta de ese pijama de seda negra que te trajeron los Reyes.
Te ves realmente deslumbrante así, presumiendo de esas hermosas piernas. Por la manera en que se te marcan los pezones, y por esa pícara mirada de niña inocente y traviesa, puedo imaginar que no hay nada bajo ese bonito pijama.
Tomo tu mano para hacerte girar y así contemplar toda esa provocativa imagen antes de acercarme a ti y besar tu cuello desde atrás mientras me pego a tu cálido cuerpo. Tras el beso, siento como te estremeces cuando susurro en tu oído que quiero atarte.
Con los brazos amarrados en la espalda, después de asegurarme de que no vas a poder soltarte, levanto el borde de la chaqueta para disfrutar de las vistas. Suspiras encantada ofreciéndome tus nalgas y mis manos las recorren antes de regalarte un par de sonoras nalgadas que aceleran tu excitación haciéndote suspirar de nuevo.
Me desnudo completamente frente a ti observando como tus duros pezones crecen por momentos con el roce de esa delicada tela. Veo como te relames al descubrir mi excitación mientras disfrutas de ese escozor en tus nalgas que tanto te gusta. Con un pañuelo negro, similar al que he usado para atar tus manos, vendo tus ojos pegándome a ese espectacular culo de nalgas ardientes que mueves buscando sentir mi erección con total descaro.
Ya solo queda el toque final. Desabrochar poco a poco cada uno de esos cuatro botones y abrir la chaqueta para admirar con lujuria esa impresionante obra de arte y contemplarte sin prisa embobado y excitado, gozando de ese magnífico cuerpo de mujer que tiembla desnuda con la respiración acelerada sin saber en qué parte ni en qué instante mis manos o mi boca la rozarán.
Un momento mágico y tentador que saboreo tomándome todo el tiempo del mundo para recorrer con la mirada esa piel erizada llena de perversos pecados que cometer y de incendios que sofocar.
Sin duda alguna, la mejor forma de empezar la noche de un viernes. El inicio de un fin de semana con alertas de nieve y temperaturas bajo cero. Aunque no parece que el frío vaya a preocupar mucho a este par de pecadores dispuestos a amarse, a poseerse y a devorarse bajo las sábanas.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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miércoles, 6 de enero de 2021

ENTREGA TOTAL.

Me cuesta recordar como era mi vida antes de conocerte y me cuesta reconocer el cambio tan inesperado que supuso tu aparición cuando no contaba con ella.
Yo era una mujer resignada a una tranquila soledad. Después de un matrimonio decepcionante y de unas pocas esporádicas relaciones breves y totalmente insatisfactorias, me había rendido.
No tenía ningún tipo de ilusión por comenzar de nuevo a conocer a alguien que volviera a dejarme con esa insípida sensación de no encajar. Incluso llegué a pensar que algo estaba mal en mi cabeza o en mi cuerpo y me sentía culpable y vacía.
Me encerré en mi trabajo, en los libros, en la música. Encontré la calma dedicándome tiempo a mí misma, y hasta fui perdiendo contacto con mi pequeño grupo de amistades. Tenían su vida, sus matrimonios perfectos (o eso aparentaban), y estaban empeñados en presentarme a alguien nuevo, alguien que en realidad era el deseo prohibido de alguna de mis amigas a quien no podían acercarse por mantener el buen nombre.
Fui escapando de todo y de todos. Descubrí el solitario placer de la autosatisfacción a través de juguetes sexuales que me proporcionaban muchísimo más placer que ninguno de aquellos torpes amantes con los que me había encontrado. Algo chocante para alguien salida de un colegio de monjas. Algo sorprendente que me levó a conocer mi cuerpo y a estimular y excitar mi mente con total libertad llegando a niveles de placer nunca antes imaginados.
Comencé a cuidarme para mí, a arreglarme, a comprarme ropa y lencería sexy simplemente por el placer de verme y sentirme bien conmigo misma. Me quería y me daba placer olvidándome de pudores y miedos. Por primera vez en mi vida me sentía sensual y satisfecha, y esa plenitud se reflejaba en mi aspecto y aumentaba mi deseo volviéndome más atrevida y perversa probando juegos y juguetes nuevos que hacían crecer esas deliciosas sensaciones que iba descubriendo y disfrutando.
No necesitaba a nadie. No buscaba ni pensaba en la posibilidad de compartir con nadie, pero el cambio se reflejaba en mi cara y en mi imagen, y puede que eso fuera el motivo por el que parecía llamar la atención y algunos conocidos comenzaron a mostrar interés en mí (incluso un par de maridos de esas pocas amigas que aún conservaba).
Pensé que quizás, ahora que había liberado mi cuerpo y mi mente, podría ser que en compañía de un hombre fuera posible disfrutar de ese buen sexo que nunca había saboreado al lado de alguien. Ahora sabía que mi piel estaba viva, sentía y se estremecía con facilidad, así que me atreví a dar el paso y "dejarme seducir" por un par de pretendientes que parecían atractivos y seguros de sí mismos (evidentemente, ninguno de aquel par de patanes casados con mis amigas).
Dos intentos con idéntico resultado. Dos completas desilusiones. 
Había puesto todo de mi parte para que los encuentros resultaran mínimamente satisfactorios, pero o mi cabeza bloqueaba mis reacciones, o había elegido a los dos peores amantes del mundo. Ninguno de ellos consiguió llevarme al orgasmo, ni a algo parecido, aunque ambos parecían haber quedado encantados y maravillados conmigo y siguieron buscando una nueva cita durante varias semanas.
Pero para mí había sido suficiente. Volví a mis rutinas, a mis apasionados momentos de soledad en los que mi cuerpo ardía y temblaba sin límites.
Me volví una adicta a probar nuevos retos, y hasta me atreví a ir al trabajo o a la compra con unas bolas chinas puestas que convertían el camino de vuelta a casa en un tormento placentero que me llevaba directa a la ducha a regalarme lujuriosos orgasmos.
Hubo momentos en los que llegué a preocuparme por mi salud mental. Me preguntaba si sería normal tanta excitación, tantas ganas de sentir ese adictivo placer recorriendo mi cuerpo, pero, a fin de cuentas, no le hacía ningún daño a nadie y me sentía mejor cada día, más activa, más feliz, en definitiva, más viva.
No echaba de menos la presencia de alguien ni en mi cama ni en mi vida. Por eso me sorprendí tanto cuando tu mirada se cruzó con la mía una mañana de sábado mientras saboreaba un café leyendo la prensa en un bar al lado de mi casa. Parecías absorto en el periódico sin darte cuenta de mis miradas, pero yo no pude dejar de fijarme en esas manos llenas de anillos y en esa boca que dibujaba una sonrisa irónica y seductora. Una imagen sugerente de un hombre atractivo que transmitía una interesante mezcla de elegancia y seguridad con un sutil punto canalla.
Y por primera vez en muchos años, un ligero estremecimiento recorrió mi espalda al imaginar esas manos quitándome la ropa.
Sin encontrar una explicación razonable, tu imagen comenzó a formar parte de mis fantasías. Gozaba soñando con ser recorrida por tus manos y por tu boca imaginando como sería amanecer desnudos y enredados en la cama. Esas fantasías aumentaban el placer que mi cuerpo sentía, y durante unas semanas, la idea de poseerte se convirtió en un sorprendente y delicioso pecado. No sabía el motivo de esa inesperada adicción, pero la disfrutaba golosamente hasta el punto de terminar por ser algo exclusivo y permanente.
Pasaron semanas sin volver a coincidir en ninguna parte hasta que un sábado, aprovechando una buena mañana de sol para caminar un rato sin prisa y sin rumbo fijo me detuve en el escaparate de una pequeña librería del barrio. Me quedé clavada frente a un cartel promocionando un libro tuyo con "relatos de encuentros entre seres apasionados donde las sensaciones traspasan la piel y alborotan los sentidos".
Entré a comprar el libro y corrí a casa a devorarlo. Ya en el sofá, cada línea, cada párrafo, cada nuevo capítulo me iba enganchando y encendiendo. Sentía el delicioso calor que crecía entre mis piernas, pero no podía dejar de leer imaginándome protagonista de cada una de esas maravillosas escenas que tan detalladamente describías. Tus letras convirtieron un sábado normal en una lujuriosa tarde de intensos orgasmos mientras volvía a leer una y otra vez cada una de aquellas historias. Sin necesidad de juguetes, solamente mis manos, tu imaginación, y mis fantasías soñando con esos dedos recorriéndome. Te imaginaba a mi lado, deseaba tener tu barba canosa entre mis piernas, me relamía pensando en unos besos que aún ni conocía.
Desde ese día, tu libro me acompañaba a todos lados con la ilusión de volver a encontrarte y poder hablarte con la excusa de que me lo firmaras.
Pero todavía pasaron varios días. Días en los que las noches se llenaban con traviesos juegos en la soledad de mi cama repasando página a página unos escenarios que terminé por aprenderme de memoria y que estremecían mi piel mientras mi mente los repasaba.
Y ese día llegó.
En el mismo bar, tan atractivo y misterioso como recordaba. Saqué el libro del bolso y me fui directa hacia tu mesa con una extraña sensación de nerviosismo, sintiéndome por un instante como una adolescente temblorosa que se acerca a su artista idolatrado.
Tu calma, tu amabilidad, tu encantadora sonrisa logró frenar un poco el temblor de mis piernas. Me firmaste el libro. Me invitaste a café y charlamos sin prisa mientras me preguntabas si había alguna historia que me hubiera gustado más. Y yo no sabía qué decir. Sentía enrojecerse mis mejillas buscando como podía contarte mi opinión sin mencionar lo que realmente habías provocado en mi cuerpo y en mi mente.
A pesar de eso, me sentía cómoda frente a ti, y a la vez sorprendida de estar allí medio ruborizada, tratando de disimular las ganas que me entraban de besarte, batallando con esa emoción que me recorría al reconocerme excitada y atraída por alguien después de tanto tiempo asumiendo el poco o casi nulo interés que nadie me había despertado.
Aquel primer encuentro incrementó mi perverso deseo. Hubo otras ocasiones para cafés y charlas, y en alguno de ellos tuve que hacer un gran esfuerzo para no lanzarme a devorar tu boca. Fue creándose una bonita amistad que terminaba en solitarios juegos en mi cama, en el sofá, en la ducha. 
Deseaba tenerte desnudo pegado a mí y suplicarte que me comieras, pero no quería precipitarme ni acabar forzando las cosas. Las desastrosas experiencias vividas y pensar en que se volvieran a repetir servía de freno, y me preocupaba la idea de que todo estuviera en mi cabeza, que mi imaginación y mi cuerpo no coincidieran de nuevo en el momento necesario. Y esta vez, si contigo no había esa química y ese buen encaje, la desilusión sería dolorosa y definitiva.
En cada charla, en cada encuentro, mis ganas se multiplicaban, hasta que por fin, de manera sencilla y natural, llegó el primer beso. Un primer beso que no olvidaré jamás, un beso perfecto, largo, intenso y tan sabroso que comprendí al instante que nunca nadie me había besado de una forma tan sincera.
Y si ese primer beso cumplió con creces todas mis expectativas, el resto de la inolvidable noche se transformó en algo mágico y deslumbrante. Todos los ardientes sueños que había acumulado desde la primera vez que te vi se cumplieron multiplicados por mil. Fue como si estuvieras hecho a la medida perfecta para hacerme llegar una y otra vez a niveles de apasionada lujuria impensable hasta ese momento. Esa manera de poseerme con una especie de salvaje ternura logró en una noche lo que ningún otro había logrado en toda mi vida.
Fui dejando salir mi lado más perverso y descarado en un estado de lujuria que provocaba terremotos en todo mi ser para estremecer cada poro de mi piel hasta terminar rendida y exhausta sobre tu cuerpo.
Hubo muchas noches, muchos amaneceres con desayunos entre sábanas empapadas. Tardes de domingo en el sofá, desnudos bajo una manta con el pretexto de ver alguna película que siempre quedaba a medias por culpa de esos traviesos dedos que me encendían y enloquecían.
Te confesé mi pasión por los juguetes, y los compartimos todos. Lograste que aún los disfrutara más, y a tu lado descubrí alguna nueva e inconfesable perversión como ese pequeño tanga con una tira de grandes perlas que me regalaste y que me hacías poner cuando salíamos a cenar fuera para "torturarme" mientras sonreías maliciosamente con esa mirada cómplice que me obligaba a disimular los suspiros que causaban cada roce de aquellas diabólicas perlas entre mis piernas. 
Meses maravillosos junto a ti. Casi un año de mágica locura sintiéndome deseada, poseída y entregada a las pasiones de mi particular demonio seductor.
Pero a veces el destino es cruel. La vida te da y te quita sin preguntarte.
Un conductor borracho, suelo mojado por la lluvia, y yo esperando con la cena preparada y el deseo a flor de piel. Mensajes sin respuesta, horas que pasan, llamadas no contestadas... y ya pasaron tres largos meses de aquella trágica noche...
Tres meses visitando una cama de hospital con tu frío cuerpo conectado a varias máquinas en un profundo coma del que nadie sabe cuándo podrías salir.
Tu aparición cambió mi vida y ahora solo puedo agarrarme a los recuerdos entre rabia y dolor, gritándole a los dioses que no es justo. Tengo que aferrarme con fuerza a la esperanza de verte despertar algún día y celebrar el haberte conocido y haber saboreado a tu lado la más dulce pasión y los pecados más inconfesables.
Y soñarte cada noche dejando a un lado las lágrimas para jurar ante el mismísimo Samael que mi cuerpo y mi lujuria te pertenecen y te pertenecerán hasta el final de los días.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

TODAS LAS NOCHES.

Desnuda, despeinada, erizada, sudada, con las piernas temblando por el intenso orgasmo que acabas de tener sobre la mesa del escritorio.

Así es como deberías ser abrazada cada noche antes de meterte en la cama. Con un abrazo largo, sincero, apretado, con besos suaves en el cuello y agarrones fuertes de nalgas. Un abrazo golosamente disfrutado por ambos.

Así todas las noches. Y luego acostarte enroscada al cálido cuerpo de ese demonio travieso que saca tu lado más ardiente y salvaje.

Para que las sábanas sean silenciosos testigos de esos inconfesables pecados a los que la pasión y el deseo os conducen entre gemidos y besos interminables que conviertan la noche en eterna e inolvidable.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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domingo, 13 de diciembre de 2020

INOLVIDABLE AMANECER.

Echo de menos alargar mi mano bajo las sábanas hasta encontrar tu maravilloso culo para despertarte con esas nalgadas delicadas y perversas que tanto te gustan y te hacen suspirar. Esas que sacan tu lado más goloso y te hacen gemir un buenos días que suena a música celestial.

Necesito volver a sentir como te estremeces cuando me pego a tu espalda susurrando en tu oído que tengo ganas de comerte enterita.

Añoro ver como te giras con los ojos brillantes con ganas de devorar mi boca y enredarte entre mis piernas para llenarme de ese aroma a loba en celo. 

Ver esa carita de niña viciosa que se relame cuando mis dedos recorren el encaje caliente de tus pequeñas braguitas blancas, y que me mires excitada, que me ofrezcas esa humedad que las empapa reclamando las caricias que te hagan enloquecer antes de suplicar que te las quite.

Y relamerme mirando ese cuerpo desnudo y encendido que grita sin palabras pidiendo ser poseído y conducido al lujurioso momento en el que se desata ese adictivo terremoto en el que nos regalamos otro inolvidable amanecer antes de meternos juntos en la ducha con las piernas temblorosas y con ganas de continuar acariciándonos.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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martes, 8 de diciembre de 2020

CUERO ROJO.

Te puedes encontrar con múltiples Caperucitas en los lugares más insospechados. No hace falta ir a buscarlas al bosque, se mueven con total naturalidad entre nosotros con la seguridad de saber que muy pocos pueden percibir su verdadera esencia.

A lo largo de los años (y ya son unos cuantos), he tenido la suerte de disfrutar del placer de descubrir la presencia de alguna de esas criaturas bendecidas con esa mezcla de picardía y sensualidad que las convierte en irresistibles mujeres capaces de encender pasiones a su paso.

Y una vez más volvió a ocurrir. Sin contar con ello, apareció de la nada una corta falda de cuero rojo que despertó al instante mi traviesa curiosidad.

Imposible no mirar. Imposible no buscar el borde de esa tela recorriendo con la mirada la sugerente forma de unas atractivas piernas.

Con cada movimiento suyo, mi imaginación volaba tratando de imaginar lo que se escondía bajo esa ceñida tela que se ajustaba sobre sus caderas.

Sobra decir que mi mente traviesa creaba lujuriosos recorridos en busca del final de sus medias hasta encontrar el cálido tacto de una piel sedosa que, en mi fantasía, se erizaba con el roce de las yemas de mis dedos. Y ella, seguramente ajena a lo que provocaba en mí, cambiaba de postura inocentemente alimentando mi fantasía.

Luego se levantó, y la perfecta redondez de sus nalgas se marcó bajo su falda. Y el tiempo se detuvo, y ya no pude apartar la mirada de sus curvas agradeciendo al universo el inesperado regalo que me hacía poniendo ante mí la sugerente figura de esa tentadora presencia disfrazada de angelical Caperucita de falda de cuero rojo, esa que en mis inconfesables sueños se mostraba radiante y provocativa con solo esa pequeña y excitante prenda y se transformaba en un ídolo pagano ante cuyo altar me postraba poseído por el pecado de la lujuria carnal.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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domingo, 29 de noviembre de 2020

SÁBADO, TOCA SIESTA...

Entro en tu cuarto con cuidado de no despertarte. Me deslizo a tu lado completamente desnudo contemplando esas pequeñas y tentadoras braguitas blancas.

Me pego a ti, acaricio con suavidad la sedosa piel de tus muslos y te voy acercando a mí. Mis dedos recorren el contorno de esas braguitas buscando alcanzar esa parte que cubre tu vientre.

Con decisión, casi con descaro, mis dedos van avanzando bajo ellas mientras beso tu cuello buscando que despiertes excitada con mis caricias sintiendo como mi erección crece entre tus nalgas y así llevarte a un intenso orgasmo sin que sepas muy bien si estás completamente despierta o si sigues en mitad de un perverso sueño.

Tras retorcerte golosamente, te das la vuelta y tu boca se lanza sobre la mía con apasionados mordiscos y después de deshacerte de esas ya empapadas braguitas, recorres todo mi cuerpo con esos labios ansiosos y esa traviesa lengua para llevarme a un punto de tremenda excitación cuando te apoderas de mi erección con esa lujuriosa boca que me hace estremecer de placer.

Luego vuelves a subir arañando mi pecho, mordiendo mis pezones y mi cuello, y me miras con los ojos inyectados de lujuria para susurrar en mi oído que vas a castigarme por ser un niño malo y haberte despertado.

Tus caderas se mueven frenéticamente hasta que consigues tenerme dentro de ti como deseas. Quieres otro orgasmo, quieres volver a explotar y yo te acompaño encantado en ese acelerado ritmo mientras me agarro con fuerza a tus nalgas.

Nos convertimos en dos ardientes seres sudorosos que tiemblan y gozan sin pudor. Dos cuerpos pegados hasta el punto de no saber donde termina uno y donde empieza el otro. Dos fieras hambrientas e insaciables que desean seguir pecando sin ningún tipo de arrepentimiento.

Y así, terminar entregados al más adictivo e inconfesable de los placeres. Y dedicarnos esas miradas cómplices, viciosas y enamoradas que invitan a pensar que la siesta se confundirá con la noche y se juntará con el desayuno del domingo.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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martes, 24 de noviembre de 2020

MERECIDO PREMIO. (basado en hechos reales)

No puedo evitar relamerme mientras voy tras de ti mirando como subes las escaleras con esos zapatos de tacón de aguja y ese corto vestido.

En cada escalón, el vestido sube unos centímetros y yo voy agachándome intentando descubrir si has cumplido con el desafío de no llevar nada bajo esa ceñida tela que se ciñe a tus curvas.

Sonríes con malicia cuando te giras y me pillas tratando de mirar bajo los pliegues del vuelo de tu falda, y aceleras el paso divertida para esperarme apoyada sobre la mesa después de quitarte la cazadora.

Me acerco a ti sin poder disimular mis ganas para rodear con mis manos tu cintura y morder esos apetecibles labios rojos. Recorro esa sugerente tela que te cubre con descaro hasta comprobar que, efectivamente, cómo habías prometido, no hay nada más bajo ella que ese delicioso y ardiente cuerpo que tantas deseo saborear.

Suspiras pegándote a mí, gozando al comprobar la creciente excitación que palpita bajo mi pantalón.

Y ahora me toca cumplir con mi parte del trato y arrodillarme ante ti para llenar de besos cada milímetro de tus preciosas piernas antes de que te des la vuelta ofreciendo sin pudor esas redondas nalgas exigiendo y reclamando ese premio acordado que tan merecidamente te has ganado. 

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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viernes, 20 de noviembre de 2020

OTRO DÍA EN LA OFICINA

Reunión del departamento comercial a primera hora de la mañana para presentarnos a la nueva jefa del departamento. Llega con fama de dura, de ser tajante con sus decisiones y de no temblarle el pulso en cuestiones disciplinarias.
A las nueve y media, el director de la sucursal nos da los buenos días y tras una breve presentación formal, nos deja en la sala de reuniones a ocho expectantes comerciales a solas con la imponente figura de Marta García.
No sé si es una imagen estudiada para la ocasión o es ese su look habitual. Lo que está claro es que ese ajustado conjunto negro de americana y falda de tubo marcando su sinuosa silueta, esos tacones de aguja y ese engominado pelo negro recogido en un perfecto moño ha logrado captar toda nuestra atención con esa imagen casi intimidatoria.
Pocas palabras. Con un tono pausado y seguro. Las necesarias para confirmar que es consciente de su fama y reconocer que esas afirmaciones no son inventadas. Sin mucho más que añadir, nos comunica que a lo largo del día iremos recibiendo en nuestros correos un archivo con las pautas, normas y directrices a seguir en los próximos meses bajo su dirección del departamento. Nos recomienda estudiarlas detenidamente y que nos irá citando esta semana para mantener reuniones individuales con cada uno de nosotros.
Poco después, abandona la pequeña sala, y con el eco de sus firmes pasos aún resonando, nos miramos en silencio antes de dirigirnos a nuestros respectivos escritorios sabedores de que va a ser una semana bastante más intensa de lo normal.
Un poco más tarde, Luisa, la única chica del equipo, se acerca para susurrarme disimuladamente.
- No he podido evitarlo. He estado imaginándomela vestida de látex y con una fusta en la mano. ¡madre mía!, lo voy a pasar mal el día que me toque reunirme con ella a solas.
Y es que a Luisa le va el rollo Sado. Creo que nadie más en la oficina lo sabe, pero hemos pasado algún que otro fin de semana juntos dejándome guiar por su lujuriosa experiencia para conocer ese mundo tan especial y desconocido para mí.
Pero esa es otra historia... interesante, excitante y muy placentera, pero otra historia...
Ahora debo ocuparme de encontrar sentido a esa extraña sensación que tengo desde que la nueva jefa hizo su aparición esta mañana. Y aunque la tremendamente sugerente imagen que Luisa había metido en mi cabeza me había hecho sonreír, había algo más, algo familiar en sus gestos y en su tono de voz, y eso me tenía intrigado y despertaba mi curiosidad.
La jornada fue pasando. El ritmo cotidiano de trabajo fue ocupando las horas y cuando ya pensaba en ir terminando el día, una alerta de correo entrante con el archivo enviado por Marta llama mi atención, y eso me da una idea, buscar información sobre ella en las redes sociales.
Las ganas de meterme en la red buscando alguna pista sobre Marta me han hecho irme a casa directamente del trabajo sin hacer la parada habitual en el bar de la esquina. Con la escusa de tener que poner la lavadora, me libré de Luisa y de los otros dos compañeros de cervezas de los lunes para llegar rápido a quitar el traje y la corbata y sentarme frente al ordenador.
Pero tras un rato de búsqueda por las principales redes sociales, poco o casi nada tengo en claro sobre mi nueva jefa. Me levanto a por un café y con la segunda calada del cigarrillo, al volver a posar la vista en la pantalla, un detalle en una foto de lo que parece un día familiar en la playa, llama mi atención.
La imagen es antigua y no tiene muy buena calidad, pero solo necesito ampliarla un poco para reconocer el inconfundible tatuaje que lleva una de las chicas de la fotografía, y en ese momento lo entendí todo.
Me dejo caer en el sofá apurando el cigarrillo, y mi mente retrocede a la época del instituto.
Durante los cuatro años en el instituto, tuve tres compañeras que se llamaban Marta, "la gafas", "la rubia", y Marta García, "la bicho raro" (el concepto bullying era algo desconocido aún, y los motes formaban parte del día a día, y más cuando coincidían los nombres). Tengo que admitir que a costa de la que ahora aparecía como mi nueva jefa de departamento hacíamos muchas bromas, nos reíamos de su imagen, de su ropa oscura, de su habitual gesto de mal humor como enfadada con el resto del mundo. Era lo que hoy llamarían una friki solitaria que iba siempre a su bola.
Mi relación con ella siempre había sido distante, casi inexistente, hasta el invierno del último curso.
Vivíamos en una pequeña ciudad minera del norte. La niebla, la llovizna y el frío, hacían que durante los meses de invierno, a las nueve de la noche fuera prácticamente noche cerrada, y las calles estuvieran casi desiertas, además de lo mal iluminadas que salían estar. Una de esas tardes, volviendo del entrenamiento con el equipo de baloncesto, al pasar al lado de un oscuro callejón a un par de manzanas de mi calle, un ruido me hizo girar la cabeza. Pensé que sería algún animal rebuscando en los cubos de basura. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, vi la silueta de dos personas forcejeando, y pude distinguir claramente los ahogados sollozos de una mujer.
Mi reacción fue instintiva, corrí hacia ellos gritando que la soltara. Cuando llegué a su altura, vi a Marta, con la falda y las bragas por los suelos mientras un tipo enorme (o eso me pareció a mí) la apoyaba contra la pared poniéndole un cuchillo en la garganta. Mi aparición coincidió con el momento en el que él se bajaba los pantalones, y yo aproveché la sorpresa para lanzarle la bolsa de deporte que llevaba al hombro. Sin pararme a pensar, salté hacia él lanzando una patada a sus costillas (veía muchas películas de Bruce Lee de aquella). El tipo cayó hacia un lado y yo agarré mi bolsa con una mano mientras le cogía el brazo a una Marta paralizada por el pánico para hacerla salir corriendo de allí.
Corrimos como locos un par de calles hasta encontrar un portal abierto donde escondernos a recuperar el aliento. Allí, tras comprobar que el indeseable tipejo no nos seguía, la ayudé a recomponerse la ropa sin dejar de preguntarle si estaba bien, si le había hecho "algo". Quise llevarla a la policía, o al hospital de la Cruz Roja que había allí cerca, pero ella solo decía entre sollozos y temblores que no había pasado nada. Yo había llegado justo a tiempo, y nadie debía saber nada de aquello, terminarían por culparla a ella y sería aún peor. Por desgracia, en aquella época, las cosas funcionaban de una manera tan triste que no pude más que reconocer que tenía razón. Y a pesar de la efervescencia rebelde de los diecisiete años, no dejábamos de ser dos críos asustados y lo único que supimos hacer fue abrazarnos y llorar.
No recuerdo cuanto tiempo quedamos inmóviles, fuertemente abrazados en silencio hasta que ella me apartó con delicadeza y tras limpiar las lágrimas de mi cara con su mano, me hizo jurar que nunca contaría aquello a nadie. Cuando por fin logré convencerla de que sería así, ella prometió recordar siempre que yo la había salvado, y luego terminó de vestirse, y yo pude ver con claridad el enorme lobo que tenía tatuado desde el borde de su sujetador hasta más abajo de la cintura. Un tatuaje espectacular en unos tiempos en los que los tatuajes eran cosa de marineros, legionarios o presidiarios, pero que a mí me pareció lo más bonito que había visto en mi vida.
Salimos a la calle, y sin cruzar palabra, la acompañé hasta su portal, que resultó estar a pocos metros del mío, y una vez allí, me hizo pasar dentro para volver a insistir en mi juramento de guardar silencio y en su eterno agradecimiento, y luego me besó intensamente en los labios, y aquel fue el primer beso de verdad que una chica me daba, nada que ver con aquellos juegos de adolescentes llenos de nerviosa timidez.
Demasiadas emociones para un crío imberbe. En aquel momento, era yo el paralizado que se quedaba embobado mirando como "la bicho raro" subía las escaleras y se giraba para guiñarme un ojo sonriendo con un brillo que nunca había visto en aquella cara, antes de darme de nuevo las gracias y decirme que si respetaba nuestro secreto, quizás algún día se animase a contarme la historia de aquel tatuaje en el que tanto me había fijado.
Después de aquel episodio, mi manera de mirarla en clase cambió radicalmente. Incluso algún compañero se había dado cuenta y se aprovechó de ello para reírse a mi costa sin que yo supiera muy bien que decir. Pero ella seguía manteniendo las distancias, seguía con aquel gesto suyo de enfado con el mundo.
Tenía muy grabada la imagen de su tatuaje, y el recuerdo de aquel sincero y cálido abrazo perturbaba mis hormonas adolescentes.
Pasaron las semanas y todo volvía a la rutina de las clases y los entrenamientos, y aunque yo pasaba habitualmente por delante de su portal con la esperanza de encontrarla, no hubo más contacto que el compartido en las clases en las que coincidíamos.
Sobra decir que seguía manteniendo el secreto de lo ocurrido aquel día.
Llegué a pensar que ella estaría tratando de borrar de su mente todo aquello, que el verme no hacía más que recordárselo, y que por eso evitaba cualquier tipo de contacto. Y así, cuando ya quedaban pocas semanas para terminar el curso, ya me había hecho a la idea de quedarme con el bonito recuerdo de su suave cuerpo pegado al mío, cuando una tarde, volviendo como de costumbre del entrenamiento, al pasar delante de su portal, la oí llamarme.
Me hizo entrar en el portal y me abrazó. El olor de su cuello y de su pelo me hizo temblar, y medio en una nube, escuché sus palabras cerca de mi oído agradeciendo mi silencio, diciendo que no se había olvidado de su promesa de contarme la historia del tatuaje. 
Intentando controlar mi nerviosa excitación, me aparté un poco para decirle que no tenía que hacerlo si no quería, pero ella insistió, dijo que quería hacerlo, que estaba sola en casa, que su madre trabajaba esa noche y que estaríamos mejor en casa sin vecinas cotillas poniendo la oreja.
No me dio tiempo a contestar. Comenzó a subir las escaleras y la seguí con el corazón latiendo a mil por hora. Pensé en preguntar si su padre también trabajaba por la noche, pero recordé que era hija de madre soltera (otra de las cosas que la convertían en "gente rara" señalada por aquella época oscura en la que crecíamos). Así que entré en su casa tras ella y me senté a su lado en un viejo sofá, y ella me miraba y sonreía, y ahora no estaba con cara de "bicho raro", ahora era toda luz, y yo todo nervios.
Por si fuera poco, Marta se bajó la cremallera de su cazadora de cuero para quitársela con pasmosa naturalidad y quedarse en sujetador. Aquello era mucho para mi acalorado estado, y mis ojos no sabían si mirar el gran lobo tatuado o aquel pequeño sujetador de encaje negro y transparencias. Ella, sin dejar de mirarme y sonreír, comenzó a hablarme de su hermana mayor que vivía en Londres; me contó que pasaba los veranos con ella, que trabajaba en un estudio de tatuaje y que ella se lo había hecho como regalo para que recordase que siempre sería su loba protectora.
Yo asentía con monosílabos tratando de mostrar atención al tatuaje y a sus palabras, pero los ojos se me iban una y otra vez a su maravilloso pecho. Quería disimular, mostrar tranquilidad, pero era evidente que era la primera vez que una chica se mostraba así ante mí, y ella empezó a sonreír más claramente y se acercó. Cogió mi mano y la llevó bajo aquella tela transparente, y comenzó a besarme mientras me iba diciendo entre beso y beso que me relajara, que disfrutara, que me dejase guiar, que ella me enseñaría. Y yo, más asustado que nunca en mi vida, me dejé guiar.
Ella se ocupó de todo, de desnudarse, de desnudarme, de llevar mis manos, mis dedos y mi lengua por todos los rincones de su cuerpo. Fue marcando el ritmo y frenando mi excitación en una clase magistral donde ella, una hermosa diosa guerrera, instruía a un virginal adolescente que aquel día se convertía en hombre.
Nunca pude olvidar aquella noche, y menos durante los últimos días de clase antes del verano. Y aunque Marta seguía manteniendo la distancia, yo no podía evitar estremecerme cuando la veía. Hasta podía sentir su olor y su sabor, sobre todo en aquellas solitarias noches adolescentes.
El curso terminó. Supe que ella se había marchado a Londres como todos los veranos, mis padres decidieron mudarse para estar cerca de mí en la Universidad. La recordaba, seguía pensando en su cálida piel, pero la vida seguía y el tiempo fue dejando aquella mágica noche en un maravilloso capítulo que siempre estaría presente, pero nuestros caminos se habían separado... hasta ahora...
Así que tocaba dejar el ensoñamiento y los recuerdos y volver a la realidad del trabajo. Durante el resto de la semana, Marta fue reuniéndose uno a uno con los demás miembros del equipo, y todos salían de la reunión diciendo que les había hecho prometer no dar detalles, que así todos tendríamos la oportunidad de no ir con prejuicios ni con nada preparado de antemano. Al final, el viernes por la tarde ya habían pasado todos, menos Luisa y yo, y no quedaba otra que esperar ese momento a solas con ella, y seguir dando vueltas a la incertidumbre de saber que pasaría cuando estuviéramos frente a frente. Yo había descubierto su identidad, pero, ¿y ella?, ¿me habría reconocido?, o simplemente, el tiempo había hecho lo inevitable logrando que ni siquiera se acordase de mí. Y empezaba a pensar que para ella, lo más probable fuese que aquella noche no había supuesto un recuerdo tan deliciosamente tierno e intenso.
El sábado llegó, y las tareas pendientes de la casa fueron ocupando la mañana. Después de comer, buscaba un poco de relax en el sofá cuando llegó un mensaje de Luisa diciendo que tenía invitaciones para la inauguración de un club privado con temática BDSM, que me recogía a las nueve para cenar algo antes. Una tentadora oferta para un sábado que se estaba volviendo demasiado tranquilo.
Además, no sabía decirle no a Luisa. Habíamos coincidido en otros equipos comerciales y se había creado entre nosotros una amistad especial. Nadie sabía de nuestra relación, pocos entenderían que dos personas que se compenetraban tan bien no estuvieran viviendo juntos, pero la realidad era que los dos estábamos muy bien sin etiquetas ni compromisos, y disfrutábamos sinceramente de maravillosos momentos donde las horas volaban sin darnos cuenta.
Luisa es una mujer de esas que ahora llaman "curvis", con unos kilos de más y que rezuma sensualidad por todos los poros de su cuerpo. Siempre elegante y llamativa, siempre con una encantadora sonrisa y una mirada brillante. Pero su mayor atractivo era su mente curiosa y perversa, su alegría contagiosa, su ausencia de complejos y prejuicios.
Habíamos descubierto rápidamente nuestra espectacular conexión, y la política de las empresas de evitar las relaciones entre compañeros nos llevó a una historia secreta en la que la única regla inquebrantable era seguir gozando de todo aquello que hiciera vibrar nuestras mentes y nuestros cuerpos.
Siempre manteniendo los tres principios básicos de cualquier tipo de relación, comunicación, sinceridad y respeto, iban pasando los meses y ya habíamos dejado de contarlos. Su sensualidad y su apasionada forma de disfrutar del sexo eran el complemento perfecto para aquellas larguísimas charlas con las que yo gozaba tanto o más como cuando recorría la sabrosa piel que cubría sus voluptuosas curvas.
Con el tiempo, me fue contando su pasión por el Sado, por su estética, por los juegos y roles que le daban al sexo un punto de perversión y compenetración basado en la plena confianza. Siguió guiándome por aquel desconocido mundo para mí, y aunque ninguno de los dos llegábamos a extremos muy duros, encontramos un lugar nuevo donde experimentar nuevas sensaciones.
Así que un nuevo club cerca era el plan ideal para una noche de sábado, la escusa perfecta para acabar pasando la noche juntos y despertarnos el domingo desnudos, enredados, oliendo a sexo. El guion adecuado para dos almas solitarias que sabían gozar de la excitante y lujuriosa compañía del otro.
En compañía de Luisa, la tarde del sábado se pasó rápidamente entre risas, cervezas y un informal picoteo antes de que un taxi nos llevara a LA MAISON DU LUOP NOIR.
En las afueras, habían convertido una antigua fábrica en un espectacular local con múltiples espacios donde la decoración y la iluminación diferenciaban temáticas relacionadas con el mundo BDSM. Tras una breve visita por esos espacios en la que solo nos permitían un pequeño acercamiento, nos dirigieron al loft de la parte superior donde se celebraba la verdadera fiesta de inauguración.
Fuimos disfrutando de cada pequeño show preparado para la ocasión, gozando de los esculturales cuerpos de chicos y chicas mínimamente cubiertos por cueros, látex y transparencias. Luisa estaba encantada, y sus ojos brillaban sin perder detalle ni cortarse a la hora de aceptar las invitaciones a acercarse y participar fugazmente de aquellas escenas.
Cada poco, una atenta y deliciosa camarera se ocupaba de que nuestras copas estuvieran siempre llenas de un frío y burbujeante cava, y Luisa aprovechaba para agarrar con fuerza mi mano y apretar su voluptuoso cuerpo contra el mío antes de brindar y hacerme probar sus sabrosos y carnosos labios.
Dejamos que la noche nos fuera embrujando y excitando en aquel ambiente tan especialmente cuidado, hasta que, justo a medianoche, la música y las luces cambiaron y se abrió el telón del fondo del local. Allí apareció un personaje vestido al estilo de los antiguos directores de pista de circo invitándonos a acercarnos alrededor del escenario principal. Comenzó por agradecer nuestra asistencia, para la dirección del club sería un honor que esa noche todos nos fuéramos a casa excitados y con ganas de más (el guiño pícaro de Luisa fue el gesto cómplice que confirmó que en su caso lo estaban logrando).
Mientras aquel personaje hablaba, los que antes representaban variadas escenas en los pequeños escenarios, repartían ahora un pequeño libro encuadernado en cuero negro con la cabeza de un lobo grabada en la tapa, y el jefe de pista iba explicando que allí teníamos las normas, las condiciones y toda la información necesaria para hacernos miembros vip y así poder asistir y disfrutar del club con plenos derechos.
Siguió con su discurso de presentación pidiendo que dejáramos esa información para otro momento. Ahora quería que nos centráramos en seguir disfrutando de la fiesta, simplemente nos robaría unos minutos más de atención, los necesarios para que conociéramos a la culpable de que aquel lujurioso infierno del placer estuviera allí a nuestra disposición.
Las luces se centraron en la aparición por el fondo del escenario de una espectacular figura femenina cubierta con una capa gris con capucha que al caminar mostraba las altísimas botas de cuero negro que cubrían sus piernas. Escoltada por dos conejitas rubias al más puro estilo Playboy, se acercaba lentamente al borde del escenario tirando de las correas que ambas conejitas llevaban alrededor de su cuello.
Entre los acordes del tango que acompañaba su puesta en escena, el presentador pedía un caluroso aplauso para Lady M, Reina de los lobos, dueña del club y Ama exigente y dispuesta a someter a todos los que tuvieran la valentía de entregarse a ella. De reojo, pude ver a Luisa aplaudir entusiasmada sin dejar de suspirar y sin apartar la mirada de aquella impresionante mujer.
Lady M se quitó la capucha para mostrar la gran máscara veneciana que cubría su rostro haciendo imposible conocer su identidad (según el maestro de ceremonia, eso era algo limitado a unos pocos elegidos a quienes ella otorgaba personalmente ese privilegio). Luego se colocó de espaldas al público y chascó los dedos para que las obedientes conejitas le quitaran la capa, y los aplausos crecieron ante la maravillosa imagen de aquella hermosa espalda desnuda sobre la que caía una brillante melena negra que llegaba hasta el borde de unas sugerentes y ajustadas bragas negras de encaje.
Con una excitante lentitud, comenzó a girarse, y cuando terminó de hacerlo, mientras las atentas esclavas cubrían sus pechos con sus manos enguantadas, ella, orgullosa y altiva, recibía los ardorosos vítores y aplausos de los enfervorizados y entregados asistentes, tras la gran máscara que mantenía su secreta identidad. Luisa se mordía los labios con las mejillas encendidas, casi jadeando, al igual que todos los allí presentes... todos menos yo...
Estaba paralizado, casi en estado de shock. Había reconocido claramente quien era Lady M... el gran tatuaje en su costado derecho había hecho que mi cuerpo se enervara y que un brutal escalofrío recorriera mi espalda...
El espectáculo continuó en el escenario después de que Lady M y sus conejitas lo abandonaran. Otros números con temática BDSM continuaron animando la fiesta y subiendo el nivel de excitación de todos los asistentes, y por supuesto, el de mi adorable Luisa. Y yo, intentando asimilar aquel momento revelador. 
Tenía claro que no podía compartir aquella información con Luisa a unos días de su reunión con la nueva jefa, y esa sensación de tener que ocultarle algo no era muy agradable, pero no podía asegurar que su reacción fuese la más adecuada.
La verdad es que estaba radiante. La excitación era visible en sus grandes ojos marrones, y entre copa y copa, cada vez se acercaba más a mí con movimientos sinuosos, y un rato más tarde, nos besábamos apasionadamente en el asiento de atrás del taxi que nos llevaba a su apartamento.
No hicieron falta muchas palabras. Su cuerpo era un volcán y mis manos lo recorrían buscando su erupción, y mi boca se apoderaba de su cuello haciéndola gemir antes de tumbarla en la cama y verla retorcerse con los ojos inyectados por un lujurioso deseo que la lleva a buscar en el cajón de su mesita unas esposas y ofrecerse a ser sujetada al cabecero de la cama.
No tuvo que insistir para que lo hiciera y luego la desnudara por completo. Luisa gritaba y gemía pidiendo más, pero yo quería tomar el control, así que busqué en el cajón un pañuelo para amordazarla. Eso, tal y como suponía, logró encenderla aún más, y yo pude volver al cajón con la intención de encontrar alguno de aquellos juguetes con los que ella solía jugar a solas.
Una fusta de cuero de pequeño tamaño que no recordaba haber visto en otras ocasiones, y su bala vibradora, esa con la que tanto le gustaba jugar, llamaron mi atención y tras colocarme entre sus piernas, comencé a recorrer lenta y suavemente la suave piel de sus muslos, intercalando pequeños golpes. La veía temblar y estremecerse, sentía su olor llenando la habitación, y seguía acercando cada vez más la fusta a aquellos labios depilados que se empapaban por momentos.
Aún con el pañuelo en la boca, podía oír perfectamente sus gemidos y sus súplicas pidiendo que la poseyera, que no podía esperar más. Pero yo quería seguir con aquel juego lento y morboso, para terminar por acercar el pequeño vibrador a su pubis, logrando que su cuerpo se tensara agarrándose a los barrotes metálicos del cabecero, y cuando la pequeña bala recorrió el camino hasta colocarse sobre su clítoris, ya no pudo más que dejarse llevar por un entregado orgasmo del que yo disfruté casi tanto como ella.
Sabía de sobra que para ella aquello no era más que el principio, que quería más, que acababa de abrir la caja de los truenos. Me desnudé mientras ella seguía jadeando y la hice colocarse boca abajo. Su postura favorita, esa en la que ella se sentía tan poseída y entregada a gozar buscando placer por placer con aquel en quien confiaba, con aquel que conocía el momento justo que la llevaba a volverse loca, con aquel canoso lobo negro que la agarraba por el pelo y la llenaba haciéndola vibrar por dentro, aquel con el que tantas noches compartía la apasionada entrega de lujuriosos juegos donde los roles se intercambiaban sin más condición que la de complacerse mutuamente.
Un sudoroso lobo que ahora trata de recuperar el aliento tumbado en la cama mientras ella está en el baño, y que descubre que su mente vuelve al escenario del club a contemplar la impactante imagen de Lady M en un ensoñamiento nebuloso que acaba por llevarle a aquel viejo sofá donde un tembloroso adolescente descubría por primera vez el placer del sexo de la mano de la joven Marta.
Las imágenes de la fiesta, el olor de las sábanas, la imagen de Luisa gozando allí atada, el recuerdo de Marta, logran rápidamente una sorprendente consecuencia bajo la sábana que me cubre de cintura para abajo. Mi cuerpo vuelve a estar erizado y disfruto de esa sensación imaginando lo que podría ocurrir si Marta me reconociese, y eso hace crecer mi excitación claramente, justo en el momento en que Luisa vuelve a entrar en la habitación y se acerca a la cama sonriendo lujuriosamente, casi relamiéndose, encantada con la idea de colocarse sobre mí y ser ella quien tome el mando.
¡Y quién se puede negar a ese voluptuoso cuerpo que ahora cabalga sobre el mío mirándome con ojos de deseo!
Se hizo muy duro volver a la oficina un lunes a las nueve de la mañana con el cuerpo aún dolorido por el increíble maratón de sexo en la adorable compañía de Luisa, y uno ya no recupera tan rápidamente como hace unos años. Sin embargo, ella sonríe y saluda alegremente a todo el mundo con esa mirada brillante que la hace parecer fresca y reluciente.
A las nueve y media, puntual e impecable, Marta hace su entrada dando los buenos días y luego se dirige a mí desde la puerta de su despacho para decirme que me espera a las diez en punto para la reunión individual.
Menos de media hora para intentar calmar los nervios y mejorar esa cara de lunes resacoso. Tras pasar por el baño, saco un vaso de ese brebaje de máquina que llaman café y salgo a la pequeña terraza que usamos para fumar, pero no dejo de mirar como van cayendo los segundos y se acerca el momento de estar a solas con Marta.
Un segundo antes de las diez, llamo a su puerta y ella me invita a pasar. Huele a café de verdad, recién hecho, la veo girarse con dos tazas humeantes en la mano, me pide que cierre la puerta y tras posar las tazas se lanza a abrazarme tan fuerte que me deja paralizado, sin respuesta, y solo soy capaz de inspirar profundo y llenarme del embriagador aroma de su perfume.
 - Llevo toda la semana esperando el momento de abrazarte. El otro día me despistó un poco esa recortada barbita canosa, pero en cuanto volví al despacho y vi tu nombre, supe que tendría que esforzarme para no caer en la tentación y saltar a tus brazos.
 - ¡Vaya!. Yo necesité confirmar que eras tú, y no tenía claro si te acordarías de mí.
 - ¿Pensabas que "la bicho raro" se había olvidado de su héroe salvador?
 - Ja,ja.ja, hace mucho tiempo de eso, pero me alegra saber que lo sigues recordando, y me alegra más todavía volver a poder abrazarte.
 - Entonces, ¿el sábado, pudiste reconocerme?
 - Ufff, ya lo creo, ese tatuaje no se borrará nunca de mi cabeza, pero, ¿me viste en la fiesta?
 - Claro, te vi enseguida, a ti y a tu compañera. Luisa se llama, ¿no?
 - Si, Luisa, pero no le conté nada. Pensé que sería mejor dejar las cosas así.
 - Me parece una decisión muy acertada por tu parte, sigues siendo un chico discreto que sabe guardar secretos. Pero dime, ella y tú, ¿sois pareja?
 - No, pareja no. Compañeros de trabajo que comparten algún que otro momento sin ataduras ni compromisos, manteniendo la discreción para evitar cotilleos innecesarios. Además, sabrás de sobra que la empresa no ve bien las relaciones entre empleados, así que espero que como jefa nuestra, no nos penalices por ello.
 - Tranquilo. Mis planes no van por ahí, enseguida te cuento. Ahora tomemos ese café antes de que se enfríe.
De nuevo en un pequeño sofá al lado de Marta, tan nervioso y deslumbrado cómo aquel inexperto adolescente. Nos intercambiamos los teléfonos personales y quedamos en vernos fuera del horario de oficina para ponernos al día después de tantos años sin saber el uno del otro. Marta prometió contarme todo con detalle, y mostraba interés en saber si había una pareja o una relación en mi vida. Tras asegurarse, admitió que en la suya, igual que en mi caso, sus relaciones habían sido algo bastante decepcionantes. Luego, tras otro sincero abrazo y un delicado y tierno beso en los labios, pasó del sofá a su sillón tras la mesa y me pidió que me sentara frente a ella.
 - Ahora toca ponerse en modo jefa. Ya has visto mi otra realidad, la de Lady M, y sé que contigo mi identidad está a salvo, pero como jefa, tengo que contarte un nuevo secreto que ninguno de tus compañeros sabe todavía. Me contrataron para mejorar el departamento comercial con una condición innegociable, la Dirección quiere reducir el departamento, así que dos comerciales se irán al paro. La mayoría, tienen peores cifras de ventas que tú, pero vas a ser uno de los dos que quedará en la calle. Es una decisión que tomé en el momento que supe quién eras, y no tiene nada que ver con Lady M, es Marta quien lo ha decidido de forma consciente y meditada. No quiero a la persona que deseo tener en mi cama trabajando para mí, ya una vez tuve que apartarme de tu lado, y si el universo nos ha hecho volver a coincidir, no pienso dejarte escapar de nuevo y quedarme sin la posibilidad de volver a disfrutar del único hombre que me hizo sentir una mujer especial.
Tras aquella inquietante y sincera confesión suya me sentí en medio de un terremoto de sensaciones. Tuve que esquivar el interrogatorio de Luisa lo mejor que pude, y aún sintiéndome mal por no contarle todo, no sabía cómo encajar todo, necesitaba asimilar con calma ese nuevo giro que la vida me planteaba.
La sorpresa llegó tres días después cuando Luisa pidió la cuenta en la empresa.
Aquella tarde quedamos en el bar de siempre y me contó que se marchaba a Tenerife. Estaba cansada del mundo comercial y llevaba unas semanas hablando con una amiga que tenía un pub en la isla y le ofrecía un trabajo allí. Además, admitió, con su habitual sinceridad, que más allá del cambio, del atractivo del clima, la idea de reencontrarse con una persona con la que había vivido una intensa época era un aliciente tentador que la atraía brutalmente.
Por primera vez la vi compungida y con un nudo en la garganta cuando reconoció que me echaría mucho de menos y que eso era la parte más dura de todo esto, pero necesitaba volar y quería que lo comprendiera.
No pude más que abrazarla fuerte en silencio y quedarme pegado a ella empapándome de ese aroma que me había acompañado en los últimos meses y que sabía que quizás jamás volvería a sentir.
Cuando dejó de suspirar y de temblar, la besé delicadamente en los labios y le dije que le deseaba toda la felicidad que se merecía y que me alegraría mucho verla feliz cumpliendo sus sueños. 
Un momento duro decirle adiós, pero a la vez un instante muy íntimo, y sinceramente feliz por ella y por los meses maravillosos compartidos a su lado.
Pero ahora, con Marta reaparecida, su decisión me liberaba, y aunque el recuerdo de las ardientes escenas vividas permanecería mucho tiempo en mi cabeza, mi intención no era otra que recuperar el tiempo perdido con Marta y dedicarme por entero a ella.
Esa renuncia de Luisa revolucionó un poco el departamento comercial. Y unos días después, la noticia de mi cese por los recortes propuestos por la dirección terminó por dejar a todos los compañeros con cara de no entender muy bien qué estaba pasando.
Pero eso ya no me interesaba. Recogí mis cosas y tras unos días de papeleo y reorganización, por fin pude pasar una noche con Marta sin otra preocupación en mi cabeza que la de entregarme por entero a aquella mujer con la que llevaba tanto tiempo soñando-
Mis dedos temblaron al volver a acariciar aquella sedosa piel y el gran tatuaje de su cintura se convirtió en un poderos imán que atraía mi boca una y otra vez. Y ella, encantada estremeciéndose mientras me dejaba hacer. Y yo, volví por un momento a ser el chico tembloroso que descubría placeres sobre aquel cuerpo que ardía retorciéndose con cada roce de mis dedos.
Una noche intensa y ardiente. Una noche con la que había fantaseado tantas veces y que por fin se había hecho realidad. Una noche a la que le siguieron muchas más, cada una más lujuriosa, hasta que ella sugirió que sería más cómodo que me quedara allí de continuo.
Su contrato con la empresa había terminado tras cumplir el trabajo de reorganización encargado y ahora se dedicaba a dirigir el club como Lady M. Un papel que se la daba muy bien, pero que no quería interpretar conmigo.
Acabé por mudarme a su ático y las semanas fueron pasando. Ella atendiendo el club y yo atendiendo la casa. Eso me permitió tener tiempo para volver al entrenamiento abandonado durante los años de comercial y tratar de bajar esa incipiente barriguita cervecera, y sobre todo, tiempo para retomar el vicio de escribir.
Volví a sentirme bien conmigo mismo sin las ataduras de horarios y trabajos sin más motivación que la de pagar las facturas. Me convertí en lo que algunos llamarían un mantenido, pero en eso no he cambiado, sigue sin importarme lo que el resto del mundo opine, más teniendo a una hambrienta loba empeñada en devorarme cada noche entre sus revueltas sábanas y hacerme cómplice de inconfesables juegos tan adictivos y ardientes que el mismo infierno tendría envidia del calor que recorre nuestros cuerpos.
Y quién sabe, puede que algún día escriba una historia sobre un héroe que salva a una bicho raro para terminar enamorado de una poderosa loba.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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