miércoles, 6 de enero de 2021

ENTREGA TOTAL.

Me cuesta recordar como era mi vida antes de conocerte y me cuesta reconocer el cambio tan inesperado que supuso tu aparición cuando no contaba con ella.
Yo era una mujer resignada a una tranquila soledad. Después de un matrimonio decepcionante y de unas pocas esporádicas relaciones breves y totalmente insatisfactorias, me había rendido.
No tenía ningún tipo de ilusión por comenzar de nuevo a conocer a alguien que volviera a dejarme con esa insípida sensación de no encajar. Incluso llegué a pensar que algo estaba mal en mi cabeza o en mi cuerpo y me sentía culpable y vacía.
Me encerré en mi trabajo, en los libros, en la música. Encontré la calma dedicándome tiempo a mí misma, y hasta fui perdiendo contacto con mi pequeño grupo de amistades. Tenían su vida, sus matrimonios perfectos (o eso aparentaban), y estaban empeñados en presentarme a alguien nuevo, alguien que en realidad era el deseo prohibido de alguna de mis amigas a quien no podían acercarse por mantener el buen nombre.
Fui escapando de todo y de todos. Descubrí el solitario placer de la autosatisfacción a través de juguetes sexuales que me proporcionaban muchísimo más placer que ninguno de aquellos torpes amantes con los que me había encontrado. Algo chocante para alguien salida de un colegio de monjas. Algo sorprendente que me levó a conocer mi cuerpo y a estimular y excitar mi mente con total libertad llegando a niveles de placer nunca antes imaginados.
Comencé a cuidarme para mí, a arreglarme, a comprarme ropa y lencería sexy simplemente por el placer de verme y sentirme bien conmigo misma. Me quería y me daba placer olvidándome de pudores y miedos. Por primera vez en mi vida me sentía sensual y satisfecha, y esa plenitud se reflejaba en mi aspecto y aumentaba mi deseo volviéndome más atrevida y perversa probando juegos y juguetes nuevos que hacían crecer esas deliciosas sensaciones que iba descubriendo y disfrutando.
No necesitaba a nadie. No buscaba ni pensaba en la posibilidad de compartir con nadie, pero el cambio se reflejaba en mi cara y en mi imagen, y puede que eso fuera el motivo por el que parecía llamar la atención y algunos conocidos comenzaron a mostrar interés en mí (incluso un par de maridos de esas pocas amigas que aún conservaba).
Pensé que quizás, ahora que había liberado mi cuerpo y mi mente, podría ser que en compañía de un hombre fuera posible disfrutar de ese buen sexo que nunca había saboreado al lado de alguien. Ahora sabía que mi piel estaba viva, sentía y se estremecía con facilidad, así que me atreví a dar el paso y "dejarme seducir" por un par de pretendientes que parecían atractivos y seguros de sí mismos (evidentemente, ninguno de aquel par de patanes casados con mis amigas).
Dos intentos con idéntico resultado. Dos completas desilusiones. 
Había puesto todo de mi parte para que los encuentros resultaran mínimamente satisfactorios, pero o mi cabeza bloqueaba mis reacciones, o había elegido a los dos peores amantes del mundo. Ninguno de ellos consiguió llevarme al orgasmo, ni a algo parecido, aunque ambos parecían haber quedado encantados y maravillados conmigo y siguieron buscando una nueva cita durante varias semanas.
Pero para mí había sido suficiente. Volví a mis rutinas, a mis apasionados momentos de soledad en los que mi cuerpo ardía y temblaba sin límites.
Me volví una adicta a probar nuevos retos, y hasta me atreví a ir al trabajo o a la compra con unas bolas chinas puestas que convertían el camino de vuelta a casa en un tormento placentero que me llevaba directa a la ducha a regalarme lujuriosos orgasmos.
Hubo momentos en los que llegué a preocuparme por mi salud mental. Me preguntaba si sería normal tanta excitación, tantas ganas de sentir ese adictivo placer recorriendo mi cuerpo, pero, a fin de cuentas, no le hacía ningún daño a nadie y me sentía mejor cada día, más activa, más feliz, en definitiva, más viva.
No echaba de menos la presencia de alguien ni en mi cama ni en mi vida. Por eso me sorprendí tanto cuando tu mirada se cruzó con la mía una mañana de sábado mientras saboreaba un café leyendo la prensa en un bar al lado de mi casa. Parecías absorto en el periódico sin darte cuenta de mis miradas, pero yo no pude dejar de fijarme en esas manos llenas de anillos y en esa boca que dibujaba una sonrisa irónica y seductora. Una imagen sugerente de un hombre atractivo que transmitía una interesante mezcla de elegancia y seguridad con un sutil punto canalla.
Y por primera vez en muchos años, un ligero estremecimiento recorrió mi espalda al imaginar esas manos quitándome la ropa.
Sin encontrar una explicación razonable, tu imagen comenzó a formar parte de mis fantasías. Gozaba soñando con ser recorrida por tus manos y por tu boca imaginando como sería amanecer desnudos y enredados en la cama. Esas fantasías aumentaban el placer que mi cuerpo sentía, y durante unas semanas, la idea de poseerte se convirtió en un sorprendente y delicioso pecado. No sabía el motivo de esa inesperada adicción, pero la disfrutaba golosamente hasta el punto de terminar por ser algo exclusivo y permanente.
Pasaron semanas sin volver a coincidir en ninguna parte hasta que un sábado, aprovechando una buena mañana de sol para caminar un rato sin prisa y sin rumbo fijo me detuve en el escaparate de una pequeña librería del barrio. Me quedé clavada frente a un cartel promocionando un libro tuyo con "relatos de encuentros entre seres apasionados donde las sensaciones traspasan la piel y alborotan los sentidos".
Entré a comprar el libro y corrí a casa a devorarlo. Ya en el sofá, cada línea, cada párrafo, cada nuevo capítulo me iba enganchando y encendiendo. Sentía el delicioso calor que crecía entre mis piernas, pero no podía dejar de leer imaginándome protagonista de cada una de esas maravillosas escenas que tan detalladamente describías. Tus letras convirtieron un sábado normal en una lujuriosa tarde de intensos orgasmos mientras volvía a leer una y otra vez cada una de aquellas historias. Sin necesidad de juguetes, solamente mis manos, tu imaginación, y mis fantasías soñando con esos dedos recorriéndome. Te imaginaba a mi lado, deseaba tener tu barba canosa entre mis piernas, me relamía pensando en unos besos que aún ni conocía.
Desde ese día, tu libro me acompañaba a todos lados con la ilusión de volver a encontrarte y poder hablarte con la excusa de que me lo firmaras.
Pero todavía pasaron varios días. Días en los que las noches se llenaban con traviesos juegos en la soledad de mi cama repasando página a página unos escenarios que terminé por aprenderme de memoria y que estremecían mi piel mientras mi mente los repasaba.
Y ese día llegó.
En el mismo bar, tan atractivo y misterioso como recordaba. Saqué el libro del bolso y me fui directa hacia tu mesa con una extraña sensación de nerviosismo, sintiéndome por un instante como una adolescente temblorosa que se acerca a su artista idolatrado.
Tu calma, tu amabilidad, tu encantadora sonrisa logró frenar un poco el temblor de mis piernas. Me firmaste el libro. Me invitaste a café y charlamos sin prisa mientras me preguntabas si había alguna historia que me hubiera gustado más. Y yo no sabía qué decir. Sentía enrojecerse mis mejillas buscando como podía contarte mi opinión sin mencionar lo que realmente habías provocado en mi cuerpo y en mi mente.
A pesar de eso, me sentía cómoda frente a ti, y a la vez sorprendida de estar allí medio ruborizada, tratando de disimular las ganas que me entraban de besarte, batallando con esa emoción que me recorría al reconocerme excitada y atraída por alguien después de tanto tiempo asumiendo el poco o casi nulo interés que nadie me había despertado.
Aquel primer encuentro incrementó mi perverso deseo. Hubo otras ocasiones para cafés y charlas, y en alguno de ellos tuve que hacer un gran esfuerzo para no lanzarme a devorar tu boca. Fue creándose una bonita amistad que terminaba en solitarios juegos en mi cama, en el sofá, en la ducha. 
Deseaba tenerte desnudo pegado a mí y suplicarte que me comieras, pero no quería precipitarme ni acabar forzando las cosas. Las desastrosas experiencias vividas y pensar en que se volvieran a repetir servía de freno, y me preocupaba la idea de que todo estuviera en mi cabeza, que mi imaginación y mi cuerpo no coincidieran de nuevo en el momento necesario. Y esta vez, si contigo no había esa química y ese buen encaje, la desilusión sería dolorosa y definitiva.
En cada charla, en cada encuentro, mis ganas se multiplicaban, hasta que por fin, de manera sencilla y natural, llegó el primer beso. Un primer beso que no olvidaré jamás, un beso perfecto, largo, intenso y tan sabroso que comprendí al instante que nunca nadie me había besado de una forma tan sincera.
Y si ese primer beso cumplió con creces todas mis expectativas, el resto de la inolvidable noche se transformó en algo mágico y deslumbrante. Todos los ardientes sueños que había acumulado desde la primera vez que te vi se cumplieron multiplicados por mil. Fue como si estuvieras hecho a la medida perfecta para hacerme llegar una y otra vez a niveles de apasionada lujuria impensable hasta ese momento. Esa manera de poseerme con una especie de salvaje ternura logró en una noche lo que ningún otro había logrado en toda mi vida.
Fui dejando salir mi lado más perverso y descarado en un estado de lujuria que provocaba terremotos en todo mi ser para estremecer cada poro de mi piel hasta terminar rendida y exhausta sobre tu cuerpo.
Hubo muchas noches, muchos amaneceres con desayunos entre sábanas empapadas. Tardes de domingo en el sofá, desnudos bajo una manta con el pretexto de ver alguna película que siempre quedaba a medias por culpa de esos traviesos dedos que me encendían y enloquecían.
Te confesé mi pasión por los juguetes, y los compartimos todos. Lograste que aún los disfrutara más, y a tu lado descubrí alguna nueva e inconfesable perversión como ese pequeño tanga con una tira de grandes perlas que me regalaste y que me hacías poner cuando salíamos a cenar fuera para "torturarme" mientras sonreías maliciosamente con esa mirada cómplice que me obligaba a disimular los suspiros que causaban cada roce de aquellas diabólicas perlas entre mis piernas. 
Meses maravillosos junto a ti. Casi un año de mágica locura sintiéndome deseada, poseída y entregada a las pasiones de mi particular demonio seductor.
Pero a veces el destino es cruel. La vida te da y te quita sin preguntarte.
Un conductor borracho, suelo mojado por la lluvia, y yo esperando con la cena preparada y el deseo a flor de piel. Mensajes sin respuesta, horas que pasan, llamadas no contestadas... y ya pasaron tres largos meses de aquella trágica noche...
Tres meses visitando una cama de hospital con tu frío cuerpo conectado a varias máquinas en un profundo coma del que nadie sabe cuándo podrías salir.
Tu aparición cambió mi vida y ahora solo puedo agarrarme a los recuerdos entre rabia y dolor, gritándole a los dioses que no es justo. Tengo que aferrarme con fuerza a la esperanza de verte despertar algún día y celebrar el haberte conocido y haber saboreado a tu lado la más dulce pasión y los pecados más inconfesables.
Y soñarte cada noche dejando a un lado las lágrimas para jurar ante el mismísimo Samael que mi cuerpo y mi lujuria te pertenecen y te pertenecerán hasta el final de los días.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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