sábado, 1 de agosto de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA. (DECIMASEXTA PARTE)





Había permanecido inmóvil, pegado a su cálido cuerpo desnudo, escuchando en silencio sus palabras.
Su dulce voz, la intensa y sincera naturalidad con la que había estado contándome la historia, me trasladó a los parajes de aquel mágico bosque logrando que me metiera de lleno en el relato, e incluso había podido participar del dolor y la angustia que aquellas mujeres habían vivido.
Me había contado una parte suya, tan intima y tan profunda, que ahora parecía agotada. Me deslicé con cuidado, y tras arroparla con delicadeza, dejé que durmiera un rato, y tras ponerme un pantalón salí a la entrada de la cabaña con un café y un cigarrillo.
Mirando el hermoso entorno que me rodeaba, me costaba imaginar que aquel paisaje que transmitía tanta paz pudiera haber sido escenario de tan tristes y oscuros acontecimientos. 
Tampoco podía entender el comportamiento de la gente del pueblo. Una manera de actuar imposible de comprender desde la perspectiva de los tiempos actuales sin haber vivido aquella época que parecía más cercana a la Edad Media que al siglo veintiuno.
Al menos, ahora tenía claro quienes eran Xana y sus hermanas de bautismo. También pude entender la naturaleza de aquella presencia que tantas veces había percibido en mis caminatas solitarias, y comprendí esa sensación de sentirme vigilado y protegido. Supe claramente que la gran loba gris nunca había supuesto ningún tipo de amenaza para mí, y que, más allá de su imponente imagen de animal salvaje, en su interior habitaba una poderosa mujer, una bruja capaz de enfrentarse a todo para defender y pelear contra la injusticia aun a riesgo de salir ella misma perjudicada.
Muchas de las preguntas que habían retumbado en mi cabeza durante las últimas semanas acababan de ser respondidas. Pero otras aparecían y de nuevo mi mente comenzaba a dar vueltas. Buscaba entender que papel podía tener un tipo normal y corriente entre aquellos seres de naturaleza espiritual. Y tampoco sabía nada de ese linaje de los Dúnedain del Norte, y visto lo visto, por muchas vueltas que le diera a mi inquieta y curiosa cabeza, manejar información sobre esos desconocidos mundos encantados se escapa a los razonamientos a los que estaba acostumbrado.
Apuraba el cigarrillo deseando que Xana despertara, con ganas de abrazarla de nuevo y saber más. Y un instante después, como si pudiese escuchar mis pensamientos, aquella escultural criatura salía al porche completamente desnuda.
Ahora conocía su naturaleza especial, pero para mí, su presencia ya era digna de la adoración que se merece un ser celestial. Poseía la magia de tener la sensualidad por bandera, la dulzura de la sonrisa de una niña traviesa y esa brillante mirada hechicera capaz de hacerte estremecer sin rozarte.
Me abrazó con fuerza, su boca volvió a devorar la mía y mis manos respondieron agarrando sus perfectas nalgas de diosa. Mi cuerpo temblaba al compás que marcaban sus suspiros y ya no pude pensar en nada que no fuera caer de nuevo en la tentación de su apasionada lujuria y dejarme llevar al delicioso infierno del pecado.
Su boca y su lengua recorrieron mi cuerpo haciéndome gozar para terminar entregado a la locura y poseerla allí mismo, de pie, contra la barandilla del porche, sintiendo que no había otro lugar en el universo donde quisiera estar, y reconociendo que, aún sin saber que quería de mí, le entregaría todo lo que ella me pidiera con tal de poder seguir muriendo de placer pegado a su ardiente piel.
Aquel ser increíble e insaciable era mi dueña y señora, y ver su cara cuando temblaba retorciéndose entre mis brazos se había vuelto mi completa perdición. Seguía hambrienta y yo dispuesto a alimentarla las veces que hiciera falta, y nos entregamos a vaciarnos sin reservas, sin más objetivo que empaparnos y llenarnos el uno del otro gozando intensa y salvajemente de ese deseo carnal que nos hacía terminar exhaustos sintiéndonos cada vez más unidos y más completos.
Luego, aún jadeando, entramos dispuestos a saquear la nevera y reponer fuerzas, y ella, suspirando, mirándome con aquellos grandes ojos verdes, no dejaba de repetir que no estaba previsto que las cosas ocurrieran así, que nunca se había imaginado sentirse tan entregada al deseo, tan excitada y con tantas ganas de gozar de su condición femenina. Decía sentirse sorprendida y feliz por tenerme, y aseguraba que era todo culpa mía por hacerle gozar como nunca nadie lo había hecho.
Yo no daba crédito a las palabras que salían de su boca. Me resultaba imposible creer que alguien pudiera tener aquel cuerpo de diosa en sus manos y no adorarla, recorrerla, besarla, comerla y amarla con toda la pasión y dedicación que se merecía tan adorable criatura.
La abracé, la besé, le dije que me tenía loco, excitado y enamorado, que nunca había conocido a nadie como ella, pero que el mérito no era mío, que el sexo, como tantas otras cosas en la vida, es un juego de dos, que ambos éramos culpables de tan maravillosa locura.

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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