viernes, 24 de marzo de 2017

ESCUCHA MIS PLEGARIAS (XIV)

El ritmo de las últimas semanas y el calor de la primaveral tarde hace que apenas veinte minutos después de salir de casa la sudadera ya empieza a sobrar y el sudor recorra mi espalda mojando el top deportivo, bajando hasta las ceñidas mallas. Mis músculos comienzan a protestar y mis pulmones me recuerdan que debería dejar de fumar, pero, aunque bajo un poco el ritmo, me obligo a seguir un ratito más. Me centro en la música para desconectar mi cabeza y así continuar corriendo por el parque de detrás de la capilla...
Intento no fijarme en la puerta cada vez que el recorrido me acerca a ella, y por dos veces lo consigo. Pero a la tercera ocasión que paso por delante, mi cuerpo pide un respiro y decido entrar a descansar en busca de esa calma que encuentro en esos viejos bancos de madera.
Reconozco el inconfundible olor de la iglesia en cuanto mis pies cruzan el umbral de la puerta, así como el relajante ambiente fresco que proporcionan los muros de piedra. Me quito los auriculares antes de sentarme y percatarme de que el frío y el sudor de mi top no hacen buena mezcla para estar en una iglesia... Mis pezones se marcan escandalosamente... menos mal que sólo un par de viejitas rezan arrodilladas unos bancos más adelante, y que desde el confesionario donde estará Don Ramón no se me puede ver...
Con las mejillas ardiendo por el ejercicio y la vergüenza de darme cuenta de cómo se habían puesto mis pezones, me pongo la sudadera y fijo la mirada en la imagen de madera del Ángel que preside uno de los altares laterales de la vieja capilla. Ese Ángel con una apariencia un tanto perturbadora, con sus alas azules y su espada dorada, esa imagen dura y poco angelical, pero ante la que me siento segura y en paz, y ante la cual recitaba mis plegarias, esa especie de conversación que casi me conectaba de manera espiritual con algo superior y a la vez íntimo y personal...
Hoy no había peticiones cómo otras veces. Hoy era una manera especial de agradecer todo lo vivido en las pasadas semanas.
Mi cuerpo se relaja por momentos y mi cabeza se concentra en esa paz interior que tan bien me sienta, pero la entreabierta puerta lateral, esa que sé a donde lleva, no deja de llamar poderosamente mi atención...
Me esfuerzo en apartar el inevitable recuerdo de mi cabeza y regresar a mi ritual. Me levanto para acercarme y arrodillarme ante el apolineo torso desnudo del Ángel y encender unas velas, y siento como el sudor ha pegado más todavía las mallas a mi cuerpo. Parece que las dos feligresas también lo han notado y comienzan a cuchichear haciéndome sentir cómo sus reprobadoras miradas se clavan en mis nalgas de una forma tan descarada que convierten mi genuflexión en una incómoda situación. Tanto que me levanto deprisa y me refugio en la seguridad que me ofrece la oscura escapatoria de la puerta lateral.
Recorro los pasillos notando cómo se desboca mi corazón por el nerviosismo de estar haciendo algo indebido, hasta llegar al pequeño jardín. Medio escondida tras las hojas de la parra que recorre la pared junto a la ventana, me decido a echar un vistazo, temblando ante la posibilidad de que alguien me descubra, temiendo ver allí a Luís y descubrir que todos estos días me hubiese estado evitando.
Respiro aliviada a ver que no es Luís quien está allí, pero la escena que contemplo no me tranquiliza precisamente. Veo a Leny, atada y amordazada sobre la mesa donde Luís me había poseído salvajemente, ofreciendo su blanco culo, cubierto solo por unas mínimas bragas negras, a las caricias y azotes de una excitada Lucía que se reclame jugando con sus dedos y sus manos entre los muslos y las cada vez más enrojecidas nalgas de una entregada Leny que sólo puede suspirar por la gran bola roja que ocupa su boca, sujeta por unas correas a su nuca...
Estar allí espiándolas aumenta mi morbosa curiosidad. Sigo mirando tras los cristales como la dulce Lucía saca su parte domina azotando y arañando con fuerza el suave cuerpo de una Leny totalmente centrada en complacer a su Ama, gozando de su sumisión de una forma tan intensa que puedo ver como la humedad de sus bragas aumenta por momentos. Incluso, al respirar profundamente, me llega el inconfundible olor a hembra en celo que sale de la habitación por la entreabierta ventana. O, quizás, ese cálido aroma sea el que sube desde mi cada vez más sudada entrepierna, esa que ahora se empapa por la excitación que provoca en mí ese inesperado papel de voyeur del que estoy disfrutando...
Procurando no hacer ningún ruido que alerte de mi presencia, logro bajar la cremallera de la sudadera para acariciar mis endurecidos pezones mientras observo cómo Lucía se desnuda por completo para quedar sólo con el tocado de monja, y entre sus preciosos pechos, una cruz de plata idéntica a la que me había regalado a mí, esa con la que muchas noches juego entre mis sábanas...
Cada segundo que pasa, me voy encendiendo más, hasta el punto de no poder resistirme a la lujuriosa tentación de meter una mano bajo las mallas para acariciar frenéticamente mi acalorado sexo sin dejar de mirar como aquellas angelicales criaturas se entregaban al placer...
Me asusto un poco al ver a Lucía coger unas tijeras con los ojos inyectados de pasión y acercarse a Leny mordiéndose los labios para agarrar con decisión sus bragas y comenzar a cortárselas hasta terminar arrancándoselas. Me tiemblan las piernas, tengo que apoyarme en la pared con el imparable orgasmo que explota en mi mano cuando la veo penetrar con sus dedos una y otra vez el enrojecido culo de su esclava. Y cuando se agacha tras ella para lamer sus cálidos jugos, tengo que taparme la boca con la mano para ahogar mis gemidos.
Estoy a punto de entrar y unirme a su salvaje juego, pero me paralizo al oír a Lucía gritar mi nombre sin dejar de azotar con furia sus nalgas. La oigo llamarla Laura, la oigo decir que he sido mala, que me merezco un castigo y que ella se encargará de darme mi merecido...
Nunca había pasado tan rápido de un tremendo calentón a una sensación tan gélida recorriendo mi cuerpo...
Desconcertada por su reacción, sus palabras retumban en mi cabeza y toda la magia del momento desaparece. Sólo acierto a pensar en salir de allí y volver a la segura tranquilidad de mi apartamento...

Continuará....

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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