jueves, 23 de febrero de 2017

ESCUCHA MIS PLEGARIAS (VIII)

Volver el lunes a la oficina es aún más duro que otro lunes cualquiera tras el fin de semana tan maravillosamente disfrutado entre los brazos de aquel par de demonios....
Y debía ser cierta esa leyenda urbana que dice que el buen sexo se nota en la cara, pues siento las miradas de mis compañeros de una manera mucho más intensa.
La verdad, me sentía radiante esta mañana, y si siempre me visto de forma discreta, casi más bien sosa, hoy me decidí por una falda ajustada y una blusa negra con encajes y transparencias. Casi nunca me habían visto así en el trabajo, por lo que las miradas y susurros fueron algo constante toda la mañana, llevándome a la deliciosa sensación de sentirme admirada por un grupo de personas para quien era habitualmente alguien prácticamente invisible.
La jornada fue discurriendo entre el papeleo y las llamadas cotidianas de mi puesto de secretaria, y tras la parada en la cafetería, donde también me sentí observada de forma distinta, nada más sentarme en mi puesto y encender el ordenador, un repartidor de mensajería llega preguntando por mi para dejarme un paquete sin remite.
Tras irse el chico, me dispongo a abrirlo y averiguar de qué se trata, cuando un mensaje de Luis aparece en mi móvil, disculpándose de nuevo por su repentina ausencia, y reiterándome su promesa de recompensarme. Me deseaba un buen día y se despedía con un beso grande esperando que Sor Lucía hubiese sido todo lo atenta que yo me merecía.
Por primera vez, una especie de alarma se dispara en mi cabeza y me hace pensar en si no sería todo un extraño juego donde ellos me utilizaban como marioneta en un perverso y morboso montaje... Por unos segundos, me quedo en blanco, ajena a los cuchicheos de mis compañeros, hasta que el paquete sobre la mesa llama de nuevo mi atención...
Abro el precinto con manos temblorosa para encontrarme una preciosa cajita de madera tallada del tamaño de un libro, pero algo más alta, y dentro, una rosa blanca, como las del jardín de la capilla, una gran cruz de plata con dos dragones enroscados unida a un fino cordón de plata, y un sobre con mi nombre y el de Lucía escritos a mano con una letra de caligrafía antigua. Dentro del sobre, una nota con la misma letra, y un espectacular tanga de delicado encaje blanco con una sugerente tira de perlas blancas....
Mi pecho se acelera tratando de no sacarlo del sobre y que las miradas cotillas no se percate del contenido, ni de mi estado. Mis mejillas arden por el rubor al ser consciente de ser ahora mismo el centro de atención de toda la oficina, y en un arranque de altanería impensable en mí en otros momentos, coloco la rosa en el tubo de los bolígrafos, bien visible, agarro mi bolso, meto el sobre y la cruz dentro, y me voy al baño para poder leer la nota sin las curiosas miradas de mis compañeros...
Sentada a solas en el baño, puedo por fin leerla tranquilamente....
"Ya que yo puedo gozar del placer de sentir la caricia de tu tanga entre mis piernas, creo que lo justo es que tú puedas disfrutarlo también...
La cruz, lleva conmigo mucho tiempo y le tengo un cariño especial. No se me ocurre mejor sitio para ella que reposando entre tus maravillosos pechos.
Imaginarte así, con mi tanga, con mi cruz, me hace arder y desear devorarte de nuevo.
Lucía, tu rendida esclava."
El calor de mis mejillas ya invade el resto de mi cuerpo de una manera brutal, y me olvido de las paranoias sobre juegos macabros que hace un rato aparecían en mi cabeza. Ahora soy de nuevo una mujer excitada que se siente deseada y que no duda en cumplir con la jugosa petición que Lucía pide en su nota.
Mis bragas van directamente al bolso y su lugar lo ocupa aquel delicado tanga. Suspirando y temblando al colocar la tira de perlas entre mis nalgas, entre los abultados labios de mi empapado sexo, me estremezco más todavía cuando el frío metal de la cruz roza mi acalorado escote. Tengo que hacer un esfuerzo para ahogar un gemido entre mis suspiros y volver a mi mesa.
Cada paso por el pasillo se convierte en una deliciosa tortura y me hace pensar que igual no fue tan buena idea el ponérmelo. Las dos horas que faltan para terminar la jornada pueden ser muy largas, pero, por otro lado, con cada paso me siento más deseada, más mujer...  y menos me importa lo que puedan murmurar a mi alrededor...
En mi silla, con una sonrisa deslumbrante y un calor entre las piernas que aumenta por momentos, miro al frente, casi desafiante, y son ellos los que disimulan escondiendo la mirada. Si supieran, si pudieran imaginar en lo que esa gris y casi invisible compañera se está transformando en los últimos días...
Dios!!! Me siento eufórica!!!, y hasta Sonia, la escultural y siempre provocativa becaria, parece hoy mirarme con envidia. Incluso me descubro mirando las piernas de Julia, la limpiadora, dándome cuenta de que nunca me había fijado en que su uniforme es algo más ajustado y corto de lo normal....
Uffff!!! Madre mía!!! En qué me estoy convirtiendo???
Necesito parar mi cabeza y centrarme en mi tarea. Que pasen rápido estas dos horas e irme a mi casa, pero en cuanto me muevo en la silla, las perlas hacen de las suyas volviendo a estremecerme....
Y el reloj ni se mueve....

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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