lunes, 1 de febrero de 2021

¡ME LAS PAGARÁS!


Ya van muchos meses teniendo que disfrutar a cuentagotas de esos placenteros y ardientes encuentros en nuestro refugio particular.
Confinamientos, cierres perimetrales, distanciamiento social, toque de queda. Costumbres nuevas y necesarias para luchar con esta pandemia global que nos toca vivir, y que, unidas a las obligaciones laborales y a las responsabilidades familiares, nos impiden comernos y gozarnos con esa desbocada pasión a la que me acostumbraste para sacar mi lado más travieso e inconfesable enredada entre tus brazos.
Guardo recuerdos en mi mente que me llevan a regalarme caricias imaginando tenerte desnudo en mi cama. Son momentos intensos, gozados plenamente, pero mis dedos son unos aprendices al lado de los tuyos, y faltan tus besos, tus mordiscos, tus azotes perfectos, y esa manera tuya de incendiar mis sentidos y llevarlos a límites y placeres increíblemente adictivos.
Tantas semanas alejada de ti, tantos incendios sin apagar en mi piel, que cuando te vi entrando en la tienda esta mañana, con ese caminar seguro y decidido, un terremoto sacudió mi cuerpo de los pies a la cabeza.
En segundos, el calor pasó de mis mejillas (por una vez la mascarilla se volvió un alivio) a mi entrepierna y el nerviosismo me hacía casi tartamudear mirándote, sabiendo que bajo tu negra mascarilla se dibujaba esa sonrisa de demonio travieso que disfruta del placer de volverme loca.
Por un instante solo pasaba por mi cabeza la idea de bajar la persiana de la tienda y que mi uniforme y mi ropa quedaran por los suelos y me hicieras tuya allí mismo, sobre el mostrador.
Temblorosa, terriblemente excitada, con todo mi ser alborotado por culpa de la inesperada sorpresa de tu aparición, no quedó otra que morderme los labios (ya que no podía morder los tuyos) y volver a la realidad cuando una clienta entró por la puerta destrozando el mágico instante y tú te despediste.
Pero esto no puede quedar así. Prometo hacerte pagar con creces ese tortuoso incendio inesperado en el que me hiciste sentir en el mismísimo infierno. Un infierno al que volveré con gusto en cuanto pueda tener mi ratito a solas, y al que te acompañaré entregada y lujuriosa en cuanto volvamos al refugio.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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