miércoles, 31 de julio de 2019

LA CHICA DEL BIKINI ROJO.

No sabía ni su nombre. La única certeza era que todos los días, de tres a seis, tomaba el sol en la piscina que compartíamos los cuatro bloques donde yo vivía.
Justo a la hora en que yo salía a mi pequeña terraza a tomar el café y fumar un cigarrillo, ella aparecía y se tumbaba en su toalla, sobre el césped, con aquel bikini rojo sobre sus pequeñas y preciosas nalgas. Y yo me quedaba allí embobado, y repetía café y cigarrillo mientras ella tomaba el sol aislada del mundo con sus auriculares, apartando la vista del libro que leía lo justo para ponerse algo más de crema o para librarse con una sonrisa de los atrevidos que trataban de acercarse a ella.
Aquel hermoso culo se convirtió en el delicioso complemento para mis sobremesas, pero a las seis de la tarde, desaparecía todos los días y yo comenzaba a desear que llegara rápidamente el siguiente día para ver aparecer de nuevo su impresionante figura de criatura angelical con su deseable bikini rojo.
Reconozco que algunas veces, por mi mente pasaba la idea de bajar y acercarme a saludarla. Pero no quería ser otro pesado más al que ella despachara con tanta facilidad. Además, mi aspecto de vampiro recién levantado que se escapa del sol, no era una carta de presentación muy favorecedora.
Hasta que, tan sorpresivamente como había llegado, dejó de aparecer, y me quedé sin el placentero momento café con vistas.
Pasaron los días, pero el recuerdo de su espectacular imagen seguía en mi cabeza. Y aunque pensaba que posiblemente no volvería a verla, en mis sueños, aquel sugerente bikini continuaba regalándome deliciosas imágenes que mi traviesa mente convertía en apasionados reencuentros que me hacían despertar empapado en sudor y con ganas de seguir soñando.
Y así hasta ayer.
Terminé mi turno nocturno y me fui a por el coche, pero mi viejo amigo con ruedas decidió que ya estaba muy cascado para seguir y no hubo manera de arrancarlo. No tenía ganas de esperar a la grúa, así que llamé un taxi y ya mañana me ocuparía.
No tardó en llegar. Me subí a la parte de atrás en modo automático, sin pensar ni fijarme en nada, y cuando me disponía a darle la dirección, la conductora se me adelantó:
- Buenas noches, ¿a casa vecino?
No sé si sonreía por la coincidencia o por mi cara de sorpresa, o por el torpe sí que logré articular... ¡era ella, mi diosa del bikini rojo!
A esas horas de la madrugada, el trayecto fue rápido, pero a mí se me hizo eterno. No sabía qué decir. Y fue ella quien de nuevo me sorprendió cuando le pagaba el servicio:
- Creo que mañana ya puedo volver a mi rutina de pasarme por la piscina un ratito. Estaría bien que te acercaras a charlar, te prometo que de cerca no muerdo. Al menos ten mi número, me gustaría que me llamaras algún día.
Y se fue tras lanzarme un beso, y yo, con calor en las mejillas y temblor en las piernas me quedé plantado en la acera con la sensación de haber vuelto a hacer lo que mejor se me daba cuando alguien me gustaba... ¡el ridículo!
Pero esta vez no. Nunca me perdonaría desaprovechar la oportunidad de hacer realidad los sueños tan golosos que aquella angelical aparición y su inolvidable culo rojo habían despertado en este noctámbulo y patoso solitario.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

No hay comentarios:

Publicar un comentario