jueves, 14 de junio de 2018

OTRO DÍA EN LA OFICINA. (TERCERA PARTE)

Después de aquel episodio, mi manera de mirarla en clase cambió radicalmente. Incluso algún compañero se había dado cuenta y se aprovechó de ello para reírse a mi costa sin que yo supiera muy bien que decir... Pero ella seguía manteniendo las distancias, seguía con aquel gesto suyo de enfado con el mundo.
Tenía muy grabada la imagen de su tatuaje, y el recuerdo de aquel sincero y cálido abrazo perturbaba mis hormonas adolescentes.
Pasaron las semanas y todo volvía a la rutina de las clases y los entrenamientos, y aunque yo pasaba habitualmente por delante de su portal con la esperanza de encontrarla, no hubo más contacto que el compartido en las clases en las que coincidíamos.
Sobra decir que seguía manteniendo el secreto de lo ocurrido aquel día.
Llegué a pensar que ella estaría tratando de borrar de su mente todo aquello, que el verme no hacía más que recordárselo, y que por eso evitaba cualquier tipo de contacto. Y así, cuando ya quedaban pocas semanas para terminar el curso, ya me había hecho a la idea de quedarme con el bonito recuerdo de su suave cuerpo pegado al mío, cuando una tarde, volviendo como de costumbre del entrenamiento, al pasar delante de su portal, la oí llamarme...
Me hizo entrar en el portal y me abrazó. El olor de su cuello y de su pelo me hizo temblar, y medio en una nube, escuché sus palabras cerca de mi oído agradeciendo mi silencio, diciendo que no se había olvidado de su promesa de contarme la historia del tatuaje... Intentando controlar mi nerviosa excitación, me aparte un poco para decirle que no tenía que hacerlo si no quería, pero ella insistió, dijo que quería hacerlo, que estaba sola en casa, que su madre trabajaba esa noche y que estaríamos mejor en casa sin vecinas cotillas poniendo la oreja...
No me dio tiempo a contestar. Comenzó a subir las escaleras y la seguí con el corazón latiendo a mil por hora. Pensé en preguntar si su padre también trabajaba por la noche, pero recordé que era hija de madre soltera (otra de las cosas que la convertían en "gente rara" señalada por aquella época oscura en la que crecíamos). Así que entré en su casa tras ella y me senté a su lado en un viejo sofá, y ella me miraba y sonreía, y ahora no estaba con cara de "bicho raro", ahora era toda luz... y yo todo nervios...
Por si fuera poco, Marta se bajó la cremallera de su cazadora de cuero para quitársela con pasmosa naturalidad y quedarse en sujetador. Aquello era mucho para mi acalorado estado, y mis ojos no sabían si mirar el gran lobo tatuado o aquel pequeño sujetador de encaje negro y transparencias. Ella, sin dejar de mirarme y sonreír, comenzó a hablarme de su hermana mayor que vivía en Londres; me contó que pasaba los veranos con ella, que trabajaba en un estudio de tatuaje y que ella se lo había hecho como regalo para que recordase que siempre sería su loba protectora.
Yo asentía con monosílabos tratando de mostrar atención al tatuaje y a sus palabras, pero los ojos se me iban una y otra vez a su maravilloso pecho. Quería disimular, mostrar tranquilidad, pero era evidente que era la primera vez que una chica se mostraba así ante mí, y ella empezó a sonreír más claramente y se acercó... cogió mi mano y la llevó bajo aquella tela transparente... y comenzó a besarme mientras me iba diciendo entre beso y beso que me relajara, que disfrutara, que me dejase guiar, que ella me enseñaría... Y yo, más asustado que nunca en mi vida, me dejé guiar...
Ella se ocupó de todo, de desnudarse, de desnudarme, de llevar mis manos, mis dedos y mi lengua por todos los rincones de su cuerpo. Fue marcando el ritmo y frenando mi excitación en una clase magistral donde ella, una hermosa diosa guerrera, instruía a un virginal adolescente que aquel día se convertía en hombre...

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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