martes, 16 de enero de 2018

LÍNEA 19 (IX)

Parecía que la vida se había encargado de poner solución a todas sus dudas.
Tras pasar una de esas noches imposibles de borrar de la mente, ella desapareció tan radicalmente cómo había aparecido. Él se juró a sí mismo seguir su camino sin mirar atrás y aprovechar para concentrarse en descubrir la dulzura de Andrea.
Durante las siguientes semanas, los encuentros con ella fueron convirtiéndose en algo habitual. Compartían cenas, cines, cervezas, sin tener que esconderse ni encerrarse en secretos santuarios. Fueron conociéndose poco a poco, sin prisas, pero sin negarse ningún tipo de posibilidad para llegar a entenderse solo con la mirada... Llegó un momento en el que pasaba más tiempo en su apartamento que en el suyo, y tenía que obligarse de vez en cuando a pasar algún día a solas...
Andrea era la atenta chica que se ocupaba de tener todo perfectamente controlado para que su chico no echase nada en falta. Cualquier antojo, cualquier insinuación por su parte era rápidamente atendida con una dulce sonrisa. Incluso en la cama, ella estaba dispuesta a probar y practicar todas sus perversas sugerencias, y aunque confesaba no haber hecho nunca aquellas cosas, no tenía que insistir para llevarla a los juegos que él mantenía grabados a fuego de su aventura con Sor María...
Y ni una sola queja, ni una sola pregunta...
Ella no cuestionaba, solo actuaba...
Y él se dejaba envolver por sus atenciones, por sus mimos, por sus ganas de complacerle...
Pero había algo que le empezaba a rondar por la cabeza.
La idea de contarle su historia con Luna aparecía cada vez más a menudo, y no podía asegurar si sería o no una buena idea.
Además, pensar en Luna le estaba trayendo demasiados recuerdos lujuriosos, tan salvajes algunos, que aún se le erizaba la piel al rememorarlos. Tan marcados en todo su cuerpo que cuando pensaba en ellos a solas no podía evitar excitarse brutalmente.
No sabía si Andrea podría entenderlo, ni podía imaginarla llegando a los límites a los que Sor María llegaba con tanta facilidad. Y tampoco se merecía su silencio, ni mucho menos que empezase a compararla...
Y otra vez esa odiosa costumbre suya de darle vueltas a las cosas.
Tenía una encantadora mujer desviviéndose por él, se había terminado la deliciosa locura de Sor María, y aún así, su cabeza no paraba, y cuanto más vueltas le daba, más se convencía de que olvidarse de su pecadora monja no iba a ser tarea fácil...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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