domingo, 13 de octubre de 2019

LA CONVENCIÓN.

Aunque soy un tipo responsable y cumplo con mis obligaciones laborales, no se puede decir que se me pueda catalogar como "empleado modelo". Aún así, sin saber muy bien el motivo, aquí estoy, en la convención nacional de la multinacional para la que trabajo.
Un fin de semana en un resort vacacional que comienza con una fiesta de presentación en los jardines del hotel. Una reunión informal para que podamos ir conociendo a compañeros de otras delegaciones.
En realidad, no es una idea que me apasione, pero trato de mantener una educada cordialidad mientras deambulo probando diferentes canapés por la gran variedad de mesas dispuestas estratégicamente a lo largo del jardín.
Sigo obligándome a sonreír disfrutando de mi copa de vino cuando una preciosa mujer de rasgos orientales me devuelve la sonrisa. Imposible no fijarse en esa delicada y dulce presencia que acaba de volverse a mirarme desde el otro extremo de la mesa, logrando que mi sonrisa ya no necesite esa obligada cortesía.
La sigo con la mirada cuando ella cambia de mesa, y la veo volver a sonreír mirándome desde allí, y eso da comienzo a un interesante juego de miradas mientras vamos recorriendo las distintas mesas. Ella parece encantada con el juego, y tengo la sensación de que está claramente coqueteando, y cuando la sigo con la mirada dirigiéndose hacia un pequeño cobertizo que parece ser el almacén que utiliza el personal del catering, observo como se gira para lanzarme un guiño mientras se muerde los labios que deja muy claras sus intenciones.
No tardo ni un segundo en seguir sus pasos. Un rápido vistazo para comprobar que nadie se ha dado cuenta, y entro cerrando la puerta por dentro, y allí está aquella Diosa del Oriente, de espaldas, con su negra melena sobre sus hombros, con una mirada que invita al pecado.
Comienzo a acercarme recorriendo con la mirada aquel sinuoso y pequeño cuerpo y ella deja caer su vestido. Imborrable la imagen de ese dragón tatuado. Inolvidable ese perfecto culo cubierto por unas mínimas braguitas blancas. Tan tentadora invitación acelera mi respiración y me lleva a pegarme a ella apoderándome de aquellas maravillosas nalgas, y ella suspira al sentir mis labios en su cuello y yo me dejo hipnotizar por el aroma de su cuerpo y por el adictivo sabor de su sedosa piel.
Tantos años imaginando hacer realidad el sueño de tener entre mis brazos a una mujer asiática hacen que me encienda de una manera brutal. Ella nota mi deseo y no deja de suspirar y gemir mientras mis manos recorren el empapado encaje de sus braguitas, y se mueve buscando sentirme, y la pasión se desborda guiándonos hacia la lujuria.
La libero de aquella húmeda tela que cubre mínimamente su ardiente sexo y ella se vuelve. Veo sus negros ojos inyectados por el deseo un segundo antes de que se arrodille ante mí para bajar mi ropa y apoderarse de la tremenda erección que ella ha provocado.
La increíble y tórrida manera de hacer realidad mi fantasía, se ve aumentada por la morbosa sensación de poder ser descubiertos. Por un instante, no puedo evitar echar un vistazo a la puerta, pero aquellos labios y aquella lengua me hacen gemir y estremecerme olvidándome del resto del mundo.
La veo disfrutar haciéndome gozar. Pero unos segundos después, se levanta y se vuelve para apoyarse sobre una especie de mostrador. Sobran la palabras, acepto sin dudar la sugerente invitación y nos dejamos llevar en una entrega frenética que nos conduce sin remedio a un salvaje e inolvidable orgasmo compartido.
Saciados, llenos el uno del otro, aún con la respiración acelerada, invadidos por la pasión de habernos entregado sin reparos a los instintos del deseo carnal, nos miramos sin decir nada hasta que ella vuelve a la realidad y comienza a vestirse. Hipnotizado por su mágica presencia, la imito sin más y recojo sus braguitas para acercárselas. Ella aprieta mi mano con ellas dentro y me abraza con fuerza y tras besarme con ternura susurra en mi oído:
- Guárdalas. Habrá ocasión durante el fin de semana de devolvérmelas.
Me quedo sin palabras al verla salir de aquel pequeño almacén que se acaba de convertir en mi rincón favorito del universo. Unos minutos después, salgo tratando de aparentar la misma cordial normalidad que antes fingía, pero ahora, mi sonrisa no necesita ser forzada, y por suerte, todo el mundo sigue ocupado en socializar y no parece fijarse en un tipo que saborea una cerveza sin poder borrar de su cara una inmensa sonrisa de satisfacción.
Un poco más calmado, recorro las caras buscando la radiante imagen de mi desconocida y traviesa compañera cuando la directora nacional nos pide que nos acerquemos al pequeño escenario que han preparado en una de las arcadas que rodean el jardín.
Unas breves palabras a modo de bienvenida para desearnos un excelente fin de semana antes de pedirnos un gran aplauso para la presidenta del Consejo de Administración Internacional que ha decidido acompañarnos en esta convención. Y de repente, todo parece una película a cámara lenta, hasta los aplausos suenan como lejanos. No puedo creer lo que ven mis ojos cuando mi ardiente Diosa Oriental sube al escenario y se acerca al micrófono. Mi sonrisa se acaba de helar y se convierte en una mueca a medio camino entre la incredulidad y el pánico.
Ella comienza su discurso con una natural tranquilidad que me inquieta y me fascina. Oigo sus agradecimientos por la maravillosa acogida y su mirada se cruza con la mía cuando dice estar segura de que el fin de semana será algo inolvidable y muy bien aprovechado.
Un sudor frío recorre mi espalda y se me seca la garganta. Busco otra cerveza mientras ella sigue dando las gracias, y la oigo pedir un aplauso para quien ha sido su apoyo más importante e incondicional durante los últimos diez años, su marido, el capitán Takamura...
¡Y yo me giro al borde el infarto! Y la sensación empeora cuando veo a aquel hombre, y no puedo evitar pensar en un samurái de esos que conocen quince maneras distintas de atravesarte con su katana antes de que puedas parpadear. Las húmedas braguitas que guardo en el bolsillo de mi pantalón se convierten en lava abrasadora, y estoy seguro de que si él supiera que yo las tengo, se le ocurrirían muchas más de quince formas de usar su katana en mi tembloroso cuerpo.
¡He vuelto a hacerlo! Una vez más, he metido la mano en la boca del lobo.
¡Y queda todo el fin de semana por delante!

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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2 comentarios:

  1. Jjjjj...EL FINAL DE ESTA PARTE, EXTRAORDINARIO!!!.... LA REDACCIÓN, SOFISTICADA Y ELEGANTE,AL MISMO TIEMPO... !!! EMBAUCADORA!!!

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