viernes, 27 de septiembre de 2019

JUEGOS.

El deseo y el placer se habían vuelto a apoderar de su cuerpo y de su mente gracias a los deliciosos juegos que aquel encantador lobo con cara de ángel y manos de demonio la estaba llevando.
Juegos lujuriosos en el coche, en la cama, en el baño frente al espejo. Juegos adictivos a través de mensajes que la hacían volver a sentirse mujer deseada logrando que su piel vibrara y entrase en calor con el simple hecho de pensar en él.
Una sonrisa se dibujaba en su cara en cuanto llegaba un nuevo mensaje suyo, y un ligero cosquilleo comenzaba a recorrerla deseando que él susurrara aquellas provocativas palabras en su oído mientras sus traviesos dedos desabrochaban su pantalón. Aquellas imágenes se acumulaban en su cabeza logrando encenderla y sus braguitas se humedecían, y en su mente, volvía a querer ser poseída por aquella perversa lengua que le regalaba oleadas de placer en lugares nunca antes recorridos.
Él era capaz de imaginar situaciones tan sorprendentes y placenteras (imposible haber pensado jamás que unos simples e inocentes ositos de gominola podrían llevarla a semejante estado de excitación) que en cada cita ella terminaba por retorcerse gozando sin pudor, traspasando esa sutil frontera que marca el límite entre el paraíso de los sentidos y la perdición de los pecados inconfesables.
Y cada día quería más. Cada encuentro se sentía más lujuriosamente rendida a la tentación de ser suya, olvidándose de los complejos y temores que la habían maniatado durante tanto tiempo. Y ahora no pensaba en dar marcha atrás. Quería seguir disfrutando de aquel regalo del universo que la hacía sentirse tan especial y tan deliciosamente sensible.
Y por si fuera poco, de nuevo la había vuelto a sorprender. Un regalo inesperado, uno que nunca nadie le había hecho, unas braguitas con vibrador para que sus noches a solas fueran una continuación de sus encuentros.
Era su primer juguete sexual, y aunque ella seguía prefiriendo sus dedos, terminaba llevándola a estremecerse cada noche abrazada a su almohada antes de dormirse empapada, para volver a soñar con aquel viejo lobo canoso que la estaba volviendo loca regalándole terremotos de placer en cada poro de su piel y alborotando su mente y sus sentidos, consiguiendo que perdiera la noción del tiempo.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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