lunes, 23 de octubre de 2017

TODO ERA CALMA...

FOTO: Arancha Fernández Blanco.

Desde el momento en que descubrí este pequeño refugio paradisíaco en la costa supe con certeza que era el lugar donde quería vivir. Una preciosa casita de madera y piedra con vistas al mar, rodeada de bosques, con un único y privado acceso, a salvo del paso de turistas, senderistas o "amables" vecinos...
Un lugar ideal para un tipo amante de la calma y el relax, enfrascado en crear realidades juntando letras y palabras que forman historias que luego la magia de la tecnología se encarga de difundir a cualquier rincón del mundo a golpe de click, sin que yo tenga que moverme de mi placentero retiro.
Con algunas salidas esporádicas para llenar la nevera, y algún que otro compromiso social (tampoco se trata de convertirse en un ermitaño aislado del mundo), disfruto de mi mundo con la particular compañía del Señor Gato. Un irreverente peludo aparecido hace unos meses en la entrada de la casa para adueñarse de mi sofá y adoptarme como su humano proveedor de alimentos y mimos según su propia conveniencia.
Por si fuera poco, además de gozar de unas espectaculares vistas, un pequeño sendero me permite bajar cada mañana a una pequeña playa escondida entre acantilados sin otro posible acceso que desde mi propiedad, o atravesando la cerrada vegetación de la zona boscosa que rodea mi parcela y los acantilados. Eso hace que en todo el tiempo que llevo aquí viviendo, solo en una ocasión, un pequeño grupo de naturistas amantes del nudismo se atreviera a aparecer por allí, dejándome el privilegio de disfrutar de tranquilos paseos gozando del placer de sentir la arena bajo mis pies descalzos, aprovechando los días de mar en calma para sentir en mi piel las estimulantes y frías aguas del Cantábrico, y tener que volver corriendo a casa en busca de una toalla, una taza de café caliente, y encontrarme al Señor Gato mirándome con cara de estar pensando en lo loco que estaba su humano.
Unas semanas atrás, mientras vagueaba por la red una tarde que las musas no aparecían, había encontrado una publicación de un gimnasio cercano que ofrecía un curso de tiro con arco, y sin saber muy bien por qué, había terminado apuntándome a esas clases, comprando un equipo completo y estudiando y curioseando todo lo relacionado con algo tan desconocido, algo que se volvió tan fascinante cómo adictivo, hasta el punto de añadirlo a mis rutinas mañaneras. Así que ahora, además de gozar de la arena, el olor a salitre y la brisa del mar, descubría la excitante sensación del ritual del tiro con arco, y las horas volaban mientras lanzaba flechas a improvisadas dianas y mi mente jugaba a imaginarme como un antiguo guerrero samurái en apasionadas batallas...
Hasta que, ayer por la mañana, mientras recorría la playa cargado con un carcaj lleno y con el flamante arco que me acababa de comprar, iba colocando botellas de plástico, latas y todo lo que podía ser usado cómo blanco en diferentes lugares cuando descubrí tras la gran roca que dividía la playa en dos (esa que en mi mente se convertía en la gran fortaleza enemiga a conquistar), la deslumbrante figura de una mujer tumbada boca abajo en su toalla, tomando el sol con sólo un pañuelo pirata en la cabeza y unas grandes gafas de sol.
Paralizado, esperando que ella no hubiese notado mi presencia, pero sin poder moverme ni apartar la vista del llamativo escorpión tatuado en una de aquellas magníficas y redondas nalgas, hasta que ella se gira regalándome la vista con la imagen de sus desnudos pechos y su deliciosa sonrisa. Torpemente, intento disculparme por mi aparición, pero es ella la que tras ponerse de pie alarga su mano presentándose y pide perdón por estar allí sin saber que era una playa privada. Trato de disimular mi evidente nerviosismo y contarle que no, que es solo una playa escondida, que yo vivo allí, pero que no es una zona privada, sin parar de parlotear, sin saber dónde posar mi mirada.
Y ella sonríe con tanta naturalidad que me desarma más todavía (puede que lleve demasiado tiempo de autoimpuesto celibato), y me pide permiso para volver otro día, que traerá café, que será un placer descubrir cómo alguien tan interesante termina viviendo en tan idílico lugar y jugando con flechitas en la playa.
Y así, tras anotar su número de teléfono en un papel y recoger sus cosas, se pierde entre la maleza dejándome el cálido recuerdo de sus labios en mi mejilla y con la imagen del escorpión sobre su impresionante culo grabado a fuego en mi retina, logrando que pasase la tarde barajando la posibilidad de que mi mente hubiese creado la aparición de esa maravillosa sirena... pero creo recordar que las sirenas no llevan tatuajes... pero las piratas los llevan, y ella llevaba un pañuelo con calaveras..., y... también me puedo estar volviendo majara...
Y por primera vez en mucho tiempo, la calma y la tranquilidad se desmoronan, y me comporto cómo uno de los inquietos personajes de mis relatos, sin saber qué hacer, y hasta el Señor Gato me mira con cara extraña, para acabar por saltar sobre mi escritorio y de un preciso zarpazo lanzar el papel con su teléfono a mi cara... será que debo de dejar de hacer el idiota y llamarla???

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos resevados

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