martes, 7 de febrero de 2023

DAMA NEGRA.

Hace años que mi relación con mi familia es casi inexistente. No encajo con ese tipo de vida donde priman los convencionalismos, las apariencias sociales y los intereses económicos por encima de las personas.
Con veinte años me fui de casa buscando mi lugar y no me arrepiento de haber dirigido mi vida según mi forma de pensar.
Después de varios cambios de rumbo. Después de decisiones no siempre acertadas pero con enormes enseñanzas, el destino me llevó hace cinco años a terminar instalándome en Reykjavik y regentar un pequeño negocio en el barrio turístico de la parte vieja de la ciudad.
Pero mi hermana pequeña, la única con que mantengo un mínimo contacto a través de las redes sociales, decidió casarse y organizar una boda por todo lo alto y rogarme, casi suplicarme, que asistiera, que tenía que estar en su boda y aparecer en las fotos de recuerdo del momento.
A regañadientes, a pesar de negarme varias veces, terminé por ceder ante su insistencia y aquí estoy, con el tercer whiski tras la cena, mirando desde un rincón como todos sonríen y bailan haciéndose millones de fotos para enseñar a ese artificial mundo virtual esa fingida felicidad, ese postureo social que tanto les gusta y del que yo había escapado hace tanto tiempo.
Al menos, el whiski era del bueno.
Por encima de toda esa algarabía, algo, o mejor dicho alguien, llamó mi atención. En una de las terracitas del salón que daban acceso al jardín, una chica vestida de negro, con el maquillaje y la apariencia típica de la estética gótica, apuraba su copa con cara de estar tan aburrida y fuera de lugar cómo yo. Un cigarrillo salió de una pitillera plateada, y sin pensarlo dos veces, crucé el salón directo hacia ella.
No fue algo estudiado, simplemente un impulso sin más premeditación. Tomé el cigarrillo de su boca y lo llevé a la mía para encenderlo y devolvérselo. Su mirada de sorpresa y de fría seriedad hizo que por un instante pensara en el brusco e irrespetuoso acto que acaba de cometer y me preparé para disculparme y desaparecer de inmediato. Pero ella cogió el cigarrillo y le dio una larga calada sin dejar de clavar sus ojos en los míos.
 - ¡Vaya! Desde lejos parecías un tipo tímido y aburrido, y va a resultar que eres un atrevido chico valiente, ¿o será simplemente el efecto del alcohol?
 - Siempre me dije a mi mismo que si vas a ir a por algo, mejor ir con todo.
Volví a quitarle el cigarrillo. Volví a darle un calada. Pero esta vez la besé y compartí el humo en su boca. Y ella no lo rechazó. Sus labios buscaron los míos y sentí su cuerpo pegándose contra el mío antes de terminar su copa sin apartarse.
 - Creo recordar que me han contado que en la parte de arriba del edificio están las habitaciones del hotel.
 - No te han mentido. Y la suerte es que yo tengo la llave de una de esas habitaciones.
No hubo más palabras. Esta vez fue ella quien compartió una calada en mi boca mordiendo mis labios con deliciosa lujuria. Tomé su mano y salimos en busca del ascensor.
Casi sin hablar, nos arrancamos la ropa nerviosa y aceleradamente en cuanto quedamos a solas en el vestíbulo de la habitación. Y entonces descubrí que bajo aquella imagen oscura y casi tétrica de criatura de la noche, se escondía una espectacular mujer de curvas perfectas y ardiente piel sedosa que llevaba una pequeñas braguitas de color rosa con lacitos y encaje de florecitas.
 - Muy pocos han llegado a conocer esa parte secreta mía.
 - Me alegra ser tan afortunado y poder admirar, acariciar y saborear tan exclusivo y apetecible secreto.
Sentí su mano agarrando con fuerza mi pelo. La oí suspirar mientras apretaba mi cara entre sus piernas contra la ya empapada tela transparente de aquellas sabrosas braguitas.
 - ¡Calla y cómeme chico valiente! ¡No se te ocurra parar, ve a por todo!

Continuará...

MICHEL GARCÍA 
LEGNA LOBO NEGRO 

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