jueves, 23 de junio de 2022

NOCHE DE SAN JUAN.

La Habana, Cuba, 13 de junio de 1928.
Hacía cinco meses que Mari había dejado a sus padres y hermanos en Asturias. Su precioso valle quedaba muy lejos y echaba de menos aquel paisaje verde y la compañía de la humilde familia obligada a enviar a su hija mayor con la tía Enriqueta a servir en la casa de la plantación de tabaco de las afueras de La Habana del señor Ramón, el indiano con quien se había casado la tía.
La tristeza que sentía en aquel caserón donde la tía la explotaba sin perder ocasión para recordarle que su familia estaría muerta de hambre si no fuera por ella aumentaba con la cercanía de la noche de San Juan.
Se le encogía el pecho pensando en no poder pasar la noche más mágica del año paseando por el bosque que rodeaba la aldea de Los Cabos en busca de sus mejores amigos, los trasgos y las xanas de los montes de Pravia, mientras escuchaba aullar al lobo a lo lejos.
Al menos, esa semana, algo la había ilusionado. El Centro Asturiano de La Habana celebraría una fiesta esa noche. La tía nunca hubiera dejado que una adolescente desagradecida y rebelde fuera a la fiesta, pero el señor Larson, el americano más rico y con más tierras e influencias de la zona había insistido personalmente. Quería a Mari como camarera de salón. 
Iba a ser una noche de trabajo, pero saldría del caserón, habría música y alegría recordando la Asturias querida y añorada.
Y por supuesto, estaría cerca de aquel joven terrateniente texano que cada vez que la miraba con sus penetrantes ojos color café encendía el rubor en sus mejillas logrando hacerla pensar como mujer y no como niña que soñaba con lobos.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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