miércoles, 2 de junio de 2021

Kyra, Legna, Sombra y Bruma.

Hace miles de años, las brujas y los dragones desparecieron de la faz de la Tierra. O al menos, eso es lo que creen los humanos.
En realidad, cuando los Dioses Creadores concedieron a los mortales el libre albedrío dándoles así la libertad de gestionar y decidir su vida, acordaron dejar a ambos en un estado de letargo para tener la opción de poder despertarlos en caso de una amenaza que no viniera de las propias decisiones tomadas a raíz de las libres iniciativas humanas. 
Todos los dragones y todas las brujas quedaron sumidos en un profundo y eterno sueño. Todos menos uno de cada especie.
El Señor de los Dragones pasó a ser uno más de los simples mortales, renaciendo y viviendo como cualquier otro humano a la espera del momento en que fuese necesario que tomara de nuevo la espada blanca del heredero de la Estirpe del Dragón.
La Reina de las brujas mantuvo sus poderes y su inmortalidad para ser la guardiana de la espada y poder así entregarla a su legítimo heredero, el único capaz de empuñarla para despertar y guiar al poderoso ejército de los dragones y a sus jinetes, las indomables brujas.
Y el momento había llegado. Una fuerza alienígena, superior en tecnología, armas y fuerzas se disponía a invadir la Tierra. La raza humana corría peligro de ser diezmada y los supervivientes convertidos en esclavos sometidos a la voluntad de una raza proveniente de una galaxia lejana.
Kyra, la Reina bruja, sabía que no había mucho tiempo. Caminaba decidida y a la vez excitada a encontrarse con Legna. Miles de años vigilándolo sin poder acercarse a él y ahora por fin lo despertaría y volverían a cabalgar y luchar juntos. No podía dejar de pensar en estar de nuevo entre sus brazos y volver a sentir esa pasión desbordante al entregarse al único ser capaz de hacerla estremecer.
Con Orión, la espada blanca de su señor guardada en la mochila, entró en la cafetería donde él tomaba su café cada mañana como un humano más, ajeno a todo lo que estaba a punto de suceder y sin tener la más mínima idea de su verdadera esencia.
A Kyra se le aceleró el corazón al verlo de nuevo, y pudo percibir como unas gotas de sudor corrían por su espalda. Intentando controlar el ligero temblor de sus piernas se sentó a su lado viendo su cara de sorpresa al ver como una impresionante y desconocida mujer le sonreía sin dejar de mirarlo fijamente con aquellos brillantes ojos negros. 
Ella entendió que sería complicado explicarle a una mente humana toda aquella historia, así que mejor actuar. Se lanzó a su cuello y sus bocas se juntaron en un beso largo, intenso y sincero, y pudo sentir como él temblaba saboreando su boca. Cuando sus labios se separaron, pudo ver el desconcierto reflejado en su cara y supo perfectamente que toda la información había llegado a su cerebro con la fuerza y la intensidad de un embalse que se rompe y arrasa inundándolo todo a su paso. Era el momento de dar el siguiente paso. Tomó su mano y salieron de allí hacia un lugar con más privacidad y alejado de miradas curiosas.
Sin cruzar palabra, en la soledad de su apartamento, ella se quitó toda la ropa para luego desnudarlo antes de entregarle a Orión. Instantes después, Legna Lobo Negro renació como Señor de los Dragones asumiendo y aceptando el destino que para él había sido elegido, entendiendo el poder y la responsabilidad que suponía empuñar esa espada. Ahora comenzaba el despertar de su fiel y valeroso ejército, y poco a poco se irían reuniendo al lado de su capitán para enfrentarse al enemigo sin ningún tipo de vacilación. 
Legna Lobo Negro, Señor de los Dragones, heredero de la Estirpe, portador de Orión. A su lado, su amante, su guardiana, Kyra, la Reina de las brujas. Otra vez unidos, poderosos e inmortales, con ganas de poseerse tras interminables siglos de separación, no pudieron más que abrazarse dispuestos a devorarse con lujuria para aprovechar el poco tiempo que les restaba de intimidad antes de la llegada de sus leales.
La pasión se desbordó en aquel pequeño cuarto. El universo seguía a su ritmo, pero ellos estaban en una burbuja donde solo existían sus cuerpos, su deseo y su eterno amor incondicional. 
Una vez saciados, se prepararon para la llegada del primero de sus nobles compañeros. Ambos sonreían pensado en ver de nuevo a Sombra, el grandioso dragón negro sobre el que Legna cabalgaría. Luego aparecería Bruma, la montura de Kyra, y tras ellos irían llegado el resto de poderosas brujas y valientes dragones.
Corrieron cogidos de la mano hacia la azotea y llegaron justo a tiempo para ver a Sombra posarse sobre ella para acercarse radiante y orgulloso a su señor. No muy lejos, vieron la silueta inconfundible de Bruma acercándose en el momento en que algo parecido a un ensordecedor bramido atronó los cielos y de entre las nubes, comenzaron a aparecer entre deslumbrantes relámpagos las naves grises de los Krull.
La batalla por la Tierra había comenzado. 
Una batalla entre un ejército alienígena y un ejército mitológico que decidiría el futuro de unos humanos incapaces ni tan siquiera de creer en la existencia de tales criaturas.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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