Puede oler su cálido aroma desde lejos, sentir como se eriza su piel, como sus sentidos se ponen en estado de alerta y notar como sus colmillos se afilan pensando en devorar cada una de sus maravillosas curvas con la atención y la delicadeza que se merecen.
Esa hechicera de sedosa piel supo desde el primer instante seducir al fiero lobo y llevarlo a su terreno para que él fuese poco a poco entregándose a ella. Él la devoraba con toda su pasión creyendo tenerla a su merced, pero no pudo más que reconocer que entre los brazos de aquella voluptuosa mujer se volvía un tierno y obediente cachorro necesitado del ardiente cuerpo de aquella poderosa y adictiva criatura capaz de desatar tormentosas pasiones.
Luego llegaba la calma. Una tranquilidad placentera y reconfortante para un lobo solitario necesitado de caricias y poco acostumbrado a recibir cuidados y tiernas atenciones. Y eso era aún más adictivo y desconcertante, y le llevaba a buscar, cada vez con más frecuencia, el maravilloso refugio que ella le ofrecía gustosamente entre sus piernas.
Quería mirarla, olerla, tocarla, saborearla. Buscaba poseerla, saciarse de ella y gozar de esa brillante mirada de placer con la que ella lo recibía sabiendo que la lujuria se desataría, que el tiempo se detendría y que ya sería imposible saber cuál de los dos se convertiría antes en fiera hambrienta.
Y tampoco importaba quién se comería a quién.
MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO
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