lunes, 6 de julio de 2020

LA CABAÑA DE LA MOLINERA.(DECIMOCUARTA PARTE)

"Las siguientes semanas fueron duras para Bega. La tristeza por la injusticia se apoderaba de ella y día a día se iba distanciando más de todos. No podía mirar a la cara a la gente sin sentir una mezcla de rabia e impotencia ante el silencio que estaban levantando sobre lo ocurrido aquella noche. 
Pasaba el tiempo en el molino o a solas en el bosque, y solo se acercaba a visitar a aquellas pobres inocentes para acercarles algunos remedios que las ayudara a ir sanando sus cuerpos.
Mientras tanto, el señor cura, siguiendo las directrices de la señora, se encargaba de proclamar desde su púlpito la inocencia del hijo de los señores y sus amigos.
Se trataba de repetir continuamente la idea de que habían sido otros forasteros bajo el encargo de la bruja para así poder atacar a los señores y a aquella santa iglesia que luchaba contra sus artes oscuras y la dejaba sin ese poder que antes tenía sobre la gente del pueblo.
Una mentira sin sentido, pero que a base de ser repetida, comenzó a conseguir el efecto deseado de ir sembrando poco a poco la duda entre los feligreses que acudían a la pequeña capilla convertida en perfecto altavoz en beneficio de una familia que necesitaba limpiar su imagen y afianzar su poderosa posición.
Siguieron pasando las semanas, y casi dos meses después, una de las madres de aquellas muchachas se presentó en el molino ya entrada la noche. Venía en nombre de las tres familias a pedirle a Bega que las ayudara a poner fin a la deshonra que había caído sobre ellas. Buscaba algún remedio que acabara con los embarazos de las chicas para luego enviarlas a un convento de otra provincia y que así todo se olvidara. Habían reunido todo el dinero posible para pagarle por ello y ya las habían convencido de que era la única solución posible.
Bega se negó rotundamente a participar en aquella locura. No era cuestión de dinero, era algo que ella no concebía ni entendía.
Tras una fuerte discusión, comprendió que no iba a conseguir hacerlas cambiar de opinión, y que el futuro de aquellas inocentes criaturas estaba ya totalmente decidido y condicionado. Así que propuso otra solución. Ella se ocuparía de acogerlas y mantenerlas alejadas de la gente hasta el parto pensando que así ganaría al menos algo de tiempo y luego ya habría ocasión de ver qué hacer.
A las familias les pareció aceptable, y sin descartar la idea del convento, unos días después, las tres jóvenes quedaron en el molino a cargo de una angustiada Bega que ponía cara de risa para disimular la rabia contenida por una situación tan cruel e injusta para todos, sobre todo para tres pobres niñas asustadas a quien les habían robado de un plumazo la alegría y la ilusión con las que deberían estar viviendo aquellos años de adolescencia.
Una cruda realidad que no impedía que la vida siguiese su curso. Unos días después de alojarlas en el molino, todo se volvió a complicar.
Una tarde, al anochecer, encontraron al hijo de los señores con el cuello roto tras caerse del caballo en uno de sus habituales paseos. Algo muy extraño para alguien que llevaba montando desde que era un crío.
La noticia corrió por la comarca, y al día siguiente, en medio del doloroso velatorio, un vecino que volvía de la capital, contó que los dos amigos del joven implicados en el incidente de la noche de la fiesta habían sido encontrados muertos esa mañana en extraños e incomprensibles accidentes a los que nadie encontraba explicación.
Comenzaron los rumores, los comentarios, los cuchicheos en corrillos, y no tardó en aparecer la idea de que todo estaba relacionado con las maldiciones que Bega había lanzado frente a la gran casa. Una idea que pronto llegó a oídos de la señora y de su servil e incondicional sacerdote.
Aquella misma tarde, alguien se acercó al molino para avisar de lo ocurrido y para que se prepararan para las posibles reacciones de unas gentes guiadas por el odio que estaban comenzando a propagar desde la gran casa.
Bega no se lo pensó dos veces. Preparó lo imprescindible y se dirigió a la parte más profunda del bosque en compañía las cada vez más aterrorizadas jóvenes. Una decisión muy acertada y en el momento preciso.
En cuanto la noche cubrió de sombras el valle, justo cuando ellas llegaban a la parte más alta de la colina que bordeaba el gran bosque y se detenían un instante a reponer fuerzas, las llamas comenzaron a aparecer a lo lejos, en la zona donde se encontraba el molino.
Un puñado de vecinos, conducidos por el cura y los guardas de la casona, derribaban los muros de piedra del molino para luego prender fuego y reducir a cenizas todo lo que había sido el hogar de Bega y sus antepasados durante cientos de años.
El dolor atravesó como una puñalada el pecho de una impotente y destrozada Bega mientras las lágrimas bajaban por su cara.
Ya no había vuelta atrás. Solo quedaba respirar profundo, ahogar la pena y poner a salvo a aquellas criaturas que se abrazaban sollozando con el pánico reflejado en sus rostros. 
Sin poder articular palabra, se volvió y comenzó a caminar en busca del refugio que el santuario sagrado de la diosa Gaia les proporcionaría. Ese mágico lugar donde los humanos tenían prohibida la entrada, donde no negarían la ayuda que unos seres puros como ellas necesitaban, pero donde tendrían que aceptar y asumir las consecuencias y condiciones que Bega sabía que les iban a poner..."

Continuará...

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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