domingo, 26 de mayo de 2019

UNA LUNA Y UN LOBO.

La jornada laboral está a punto de terminar. Una única persona en la sala de espera de la consulta del doctor donde trabajo como secretaria y recepcionista. Una chica joven que logró inquietarme cuando entró por la puerta con una deslumbrante mirada y vestida con una ropa idéntica a la que yo llevo bajo la bata blanca.
Algo que posiblemente ella ni había notado, pero algo en lo que yo no había podido evitar fijarme con atención.
Blusa ajustada, falda corta y zapatos de tacón, y en su mano una cazadora de cuero negro del mismo estilo que la que yo había dejado colgada en el perchero. Por si fuera poca coincidencia, una media melena rubia que yo llevo recogida en una discreta cola pero que ella lleva suelta.
Ahora, desde la pequeña mesa de la recepción, puedo ver la sala donde ella espera, y a través del gran espejo de la pared tengo un ángulo perfecto para observarla discretamente. Veo como se entretiene con el móvil, y aprovechando la soledad de la sala, su relajada postura me regala la posibilidad de comprobar que lleva unas braguitas negras de encaje, con transparencias, preciosas e iguales a las que yo llevo.
No puedo evitar un escalofrío ante tanta coincidencia. Y desde mi más firme y absoluta heterosexualidad, tengo que admitir un nervioso cosquilleo que me impide apartar la vista de aquel trozo de sugerente tela que se vislumbra bajo el borde de su falda. Me sorprendo sintiendo un incipiente calor entre las piernas, y por mi cabeza cruza la idea de descubrir como sería rozar esas braguitas con mis dedos.
No me puedo creer lo que me está pasando. Jamás había pensado algo así, ni siquiera en mis solitarias fantasías. Reconozco haber jugado alguna vez frente al espejo, pero esto es algo totalmente distinto, es otra mujer, y aunque el parecido es increíblemente sorprendente, el rubor y el nerviosismo se están apoderando por momentos de mi cuerpo.
Mi desconcertante momento es interrumpido por la aparición del doctor acompañando a la salida al paciente anterior. Luego se dirige a la sala de espera para saludar a "mi gemela" y le oigo disculparse por una inesperada urgencia que le obliga a marcharse. Les veo venir hacía mi mesa y soy consciente del calor en mis mejillas mientras él se despide pidiéndome que le haga un hueco en la agenda de visitas de mañana.
Tras quedarnos a solas, ella me mira sonriendo y yo busco refugio en la pantalla del ordenador esquivando esa mirada que me hace sonrojar. Una vez confirmada la hora de su cita, es ella la que menciona la simpática coincidencia en la ropa, y yo balbuceo que también tengo una cazadora como la suya. Siento arder mi cara y ella sigue sonriendo y comenta en tono divertido que hasta el corte de pelo hace que tengamos un asombroso parecido.
- No sé qué pensarás, pero tengo que confesar que desde aquí, a través del espejo, he podido ver que también llevas unas braguitas iguales las mías.
- ¡Vaya! Eso resulta un tanto extraño e inquietante, pero reconozco que despierta una morbosa curiosidad. Creo que me están entrando ganas de comprobarlo; es más, sería lo justo, tú has visto las mías, me lo debes.
Mi cabeza, a punto de estallar, dice no, pero mi cuerpo reacciona por su cuenta haciendo que me levante y me dirija a la puerta de la calle para cerrarla por dentro. Luego me vuelvo hacia ella y me quito la bata de trabajo, suelto mi melena y sin pararme a pensar, me bajo la falda y me quedo allí de pie viendo como ella se baja la falda también y se acerca.
Con una mano roza delicadamente mi cara, y con la otra acaricia con decisión la ya empapada tela que cubre mi pubis. Temblando como una hoja, imito sus movimientos un segundo antes de que sus labios rocen los míos.
- ¡Dios! ¡Nunca había hecho algo así! Admito que resulta demasiado excitante para pararme a entenderlo.
- La primera vez que beso a una chica. En mi cabeza saltan muchas alarmas, pero mi cuerpo no deja de estremecerse y quiere más.
- No sé si es por el asombroso parecido, pero prefiero no pensar. Espero que bajo estas tentadoras y húmedas braguitas no haya un tatuaje de un lobo.
- ¡Madre mía! Hay un tatuaje, pero no de un lobo, ¡es una luna!
- ¡Uffff! ¡Una luna que va a volver loco a mi lobo!
Mi lengua busca la suya, sus manos desnudan mi cuerpo. Ya no hay palabras, solo suspiros y jadeos.
Admiro su precioso cuerpo tras desnudarla por completo y mis ojos buscan ese pequeño lobo tatuado sobre su depilado pubis y ya no puedo más que pensar en acercarme a saborear ese palpitante y húmedo sexo que "mi gemela" ofrece sin dejar de mirarme con ese brillo en la mirada que invita a la lujuria.
Ya habrá ocasión para descubrir a que se debe tanta casualidad. Ahora nuestros cuerpos piden que nos dejemos llevar, que disfrutemos de ese morboso y excitante placer que supone recorrer y saborear tan idénticas y encendidas pieles y que dejemos que las pasión se apodere de nuestros sentidos.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

derechos reservados

3 comentarios:

  1. Me intriga el saber a qué se debe tanta casualidad.....habrá más partes? Especularé mientras con los posibles motivos que hacen que sean tan idénticas. Eso si, me han entrado ganas de tatuarme una Luna, igual aparece algún lobo que la aulle.....

    ResponderEliminar
  2. A menudo, la " mente" nos envuelve,juguetona y ágil,lo mismo que un... torbellino.

    ResponderEliminar