Dos náufragos de la noche que llevaban demasiado tiempo soportando una frustrante soledad entregados a disfrutar de la magia de mirarse.
Supe rápidamente que necesitaba robarle un beso, que tenía que probar esos labios rojos, no fuera a acabarse el mundo al siguiente amanecer y quedarme sin saborear el néctar de esa boca tan deseablemente apetecible.
Rodeé su cintura con mi mano para atraerla con decisión y apretar su delicado cuerpo contra el mío. Busqué sus labios y ella no rechazó los míos, y nos pegamos embriagados por el calor de nuestras bocas mientras mi mano buscaba la redondez de aquellas nalgas perfectamente marcadas bajo el ajustado pantalón.
La sentí estremecerse y suspirar. Me hizo temblar. Y en aquel preciso instante comprendí que deseaba seguir agarrado a ese culo devorando esos labios por el resto de mi vida.
MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO
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