domingo, 18 de agosto de 2019

COLIBRÍ

De vez en cuando, sin que tengas muy claros los motivos ni por donde ha aparecido, se cruza en tu camino una de esas mujeres que te hace mirar dos veces para asegurarte que es verdad lo que tus ojos han visto la primera vez. Luego la suerte te sigue sonriendo, y te la presentan, y según la vas conociendo, descubres que si por fuera impresionan su figura y su mirada, por dentro deslumbra todavía más.
Tenía ese brillo en sus hechiceros ojos que la hacían parecer capaz de comerse el mundo a bocados sin dejar de sonreír.
Ir poco a poco descubriendo los encantos que aquel hermoso envoltorio en forma de sinuosa mujer iba dejando salir se convirtió en un delicioso aliciente al que me fui enganchando mientras disfrutaba del placer de su compañía.
A su ritmo, sin prisas, cuidando de no acelerar las cosas para no presionar, los días pasaban y yo me sentía cada vez más cómodo y más afortunado a su lado, deseando que hubiera otro encuentro que me permitiera abrazar su delicioso cuerpo entre confidencias y cálidos momentos que incendiaban y excitaban mi mente y mi cuerpo.
Ella parecía sentirse a gusto también. Los besos y las caricias iban alcanzando un alto grado de intensidad e intimidad, y consciente de la situación, no tardó en dejar claro que llevaba mucho tiempo siendo una mujer con las cosas muy claras, y que no estaba dispuesta a cambiar sus planes por el simple hecho de estar acompañada, y mucho menos, por una aventura de sexo ocasional. Se había acostumbrado a utilizar a los hombres de igual modo que algunos lo habían hecho con ella. Así que quería ser sincera y avisarme del riesgo que podría suponer engancharme a ella. Tenía claro que yo me merecía el respeto y la sinceridad que estaba demostrando con ella, pero estaba dispuesta a desaparecer antes de consentir que algo terminase por hacernos daño.
Y esa clara y sincera confesión me hizo volverme más adicto a ella. Me hizo desear con más fuerza asumir el riesgo que supondría saborear cada rincón de su cuerpo y lograr tocar el cielo con mis manos sintiéndola estremecerse entre mis brazos.
Cada encuentro, cada cita, me fueron permitiendo abrir pequeñas grietas en esa muralla de protección que se había ido construyendo. Mi paciencia estaba resultando el mejor plan para conseguir que ella se dejara querer, y aunque ella lo justificaba como una falta de cariño, sus suspiros cuando temblaba acostada sobre mi pecho después de hacer el amor intensa y apasionadamente, confirmaban sin necesidad de palabras que se sentía bien y que mis brazos se estaban convirtiendo en un refugio donde sentirse segura.
Su sensible y sabroso cuerpo era un regalo del universo y un placer para mis sentidos. Y yo trataba de mantener la calma para no caer en el error de presionar más de lo debido y me concentraba en paladear cada instante. Era increíble como la pasión y el deseo transformaban aquella fragilidad que transmitía su imagen en una fiera dominada por el placer de gozar sin límites ni fronteras.
Una pasión que terminaba por hacerme temblar entregándome sin temor a ser poseído hasta terminar con nuestros cuerpos exhaustos y entrelazados con la mágica sensación de no saber donde terminaba uno y empezaba el otro.
Mi piel necesitaba la suya. Mi mente la imaginaba a todas horas y deseaba con todas mis fuerzas volver a empaparme de ese embriagador aroma suyo que se quedaba pegado a mí durante días. Ese olor a lujuria y deseo que me obligaba a soñar cada noche con el siguiente encuentro. Ese aroma que me hacía pensar en saltarme las normas y raptarla a la luz de la luna llena y pedirle que no se fuera nunca de mi cama, que fuese mi "colibri" por el resto de los tiempos.
Pero sabía que no podía correr el riesgo de asustarla y conseguir que saliera corriendo.
Así que me mordí la lengua y seguí noche tras noche fantaseando con recorrer ese precioso cuerpo desnudo esperando que al día siguiente ella deseara hacerme suyo otra vez. Y así poder seguir gozando de esta maravillosa locura en la que dos seres hambrientos y necesitados de sincera pasión en sus vidas se devoran entre gemidos.

MICHEL GARCÍA
LEGNA LOBO NEGRO

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